DIOS ES COMUNIDAD

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.
 

VIDA NUEVA

 

Evangelio: san Juan. 3, 16-18: «Tanto amó Dios al mundo»

De ordinario miramos a Dios desde nuestra condición humana. Esta fiesta en honor de la Santísima Trinidad nos invita a entrar humildemente en su realidad divina. Imposible conocerla desde nuestra limitada capacidad. Pero Dios, por su divina condescendencia, ha querido descorrer el velo de su misterio y dejarnos entrever su ser infinito.

La Palabra de Dios, que encontramos en la Biblia, nos dice, que en su unidad esencial, Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Y precisamente porque Dios es comunidad de personas puede comunicarse hacia fuera de su misterio, como comparte su unidad esencial en la intimidad de su ser.

¿QUÉ NOS DICE el texto?

Atiende a tu interior...¿Qué me dice Dios a través del texto?¿Qué quiere decir para mí ese amor del Padre al mundo, el darme a su Hijo? ¿En qué o quiénes lo noto y lo vivo? ¿Hasta qué punto este «dar», esta entrega del Hijo me empuja a mí al amor? ¿En qué o quién he experimentado ese ser salvado/a? ¿Dónde experimento la hostilidad del «mundo»?

Dios es Padre

Para hablar de Dios solo tenemos nuestro lenguaje humano. Nos imaginamos a Dios deliberando entre sí y decidiendo tomar la arriesgada aventura de comunicarse hacia fuera. Abrir espacio a lo que no es Dios y es solamente creatura, obra de su poder. Concibe un proyecto grande, de duración muy larga, digno de su bondad y su poder, y le da existencia con la eficacia de su Palabra. No lo hace por necesidad. Se basta a sí mismo. Es su amor infinito el que lo lleva a dar realidad a su designio. A su llamada responden los mundos, y en el centro de esa creación da vida a un ser especial que quiere lleve su imagen y semejanza, el ser humano, hombre y mujer.

Aun más, lo hace libre, capaz de decidir, de oponerse incluso a su divino querer. Así empieza la obra de Dios Padre. Damos a Dios este nombre de Padre, muy cercano a nuestros afectos. Queremos significar que él es fuente de vida, que protege y cuida con amor, que nutre y sostiene en la existencia, que quiere tratar al hombre como a hijo, que le reserva una herencia que es él mismo. La palabra de Dios escoge incluso la palabra aramea Abbá, propia de la lengua que hablaba el Señor Jesús. El niño pequeño usa, incluso hoy, esa palabra para dirigirse a su padre terreno y con ella expresa confianza, seguridad, profundo cariño y ternura.

Dios es Hijo

El Padre Dios engendra un Hijo igual a él en esencia, pero distinto como persona. Es su Palabra, el que en la tradición llamamos también el Verbo de Dios. En su plan de salvación en beneficio del hombre, Dios nos envió a su Hijo en la realidad de nuestra carne humana. Lo decimos en esa hermosa oración del Angelus: - «El Verbo se hizo carne». Los primeros cristianos lo cantaron hermosamente: «Siendo de condición divina...tomó la condición de esclavo». La Encarnación es un misterio grande que pone a Dios en la realidad de nuestro mundo. Sentimos su calor de Padre al acogernos en Jesús que «no se avergüenza de llamarnos hermanos». Nos revela el amor sin medida del Padre que hemos escuchado en la lectura del evangelio: «Tanto amó Dios (el Padre) al mundo que le entregó a su Hijo único».

Dios es Espíritu Santo

Vivimos en la realidad del tiempo, de la suma de los días. Tenemos un final en nuestra marcha por el mundo. Vamos marcados por la debilidad de lo humano pero habitados por el poder de Dios. De manera eminente esta habitación, que nos hace templos vivos, se realiza por la presencia en nosotros del Espíritu de Dios. Sabemos por los fenómenos de la naturaleza la fuerza del viento. Poder benéfico y también destructor. La palabra Espíritu tiene relación con el viento y su poder benéfico. También capaz de obrar en nosotros purificación. El Espíritu es el guía muy silencioso que nos va conduciendo en la vida. El que forma en nosotros a Jesucristo.

Conocemos sus dones, sabemos sus frutos. Tener conciencia de su presencia en nuestra vida implica un compromiso que va más allá de las festivas celebraciones con que se suele honrar. Supone escucha de su palabra y obediencia a los deseos que inspira en el corazón.

El misterio de un Dios Trascendente – cercano

En las últimas décadas se ha dado en la Iglesia una clara acentuación del carácter «trinitario» de nuestra vida personal y eclesial. El Catecismo de la Iglesia Católica, del año 1992, nos sitúa continuamente, por ejemplo cuando habla de la celebración litúrgica, en una relación explícita con el Dios Trino, y pone, sobre todo, un énfasis en el Espíritu que no habían destacado otros documentos anteriores.

Cuando San Juan Pablo II nos convocó para el Jubileo del año 2000, lo fuimos preparando con un año «dedicado» a cada una de las Personas de la Trinidad, para concluir con el año jubilar centrado en las tres.

Pero ¿quién es Dios? ¿cómo es ese Dios en quien creemos? No es indiferente la imagen que tenemos de Dios. De ella depende en gran parte nuestra relación con él: relación de criaturas, de esclavos o de hijos. Los textos oracionales de la Misa insisten sobre todo en el «admirable misterio» de la «eterna Trinidad y la Unidad todopoderosa» (Oración Colecta) y dicen que confesamos nuestra fe «en la Trinidad santa y eterna y en su Unidad indivisible» (Oración después de la Comunión). Sobre todo el prefacio -que hasta hace pocos años decíamos cada domingo- ensalza la admirable comunión de las tres Personas en una única naturaleza: «eres un solo Dios, un solo Señor, tres Personas en una sola naturaleza», «sin diferencia ni distinción... de única naturaleza e iguales en su dignidad».

Es admirable y nunca podremos comprender bien el Misterio de esas tres Personas llenas de vida, trascendentes, plenamente unidas entre sí, aunque puede parecer una visión demasiado elevada para nosotros, pobres mortales, que caminamos por este mundo lleno de preocupaciones y límites, que, con frecuencia, no entendemos ni siquiera lo que pasa a nuestro alrededor.

Ciertamente, el Dios de la Biblia es un Dios cercano, no meramente filosófico y «todo Otro». Es un Dios que es Padre, que se ha querido acercar a nosotros y ha entrado en nuestra historia, que nos conoce y nos ama. Un Dios que es Hijo, que se ha hecho Hermano nuestro, ha querido recorrer nuestro camino y se ha entregado por nuestra salvación. Un Dios que es Espíritu Santo y nos quiere llenar en todo momento de su fuerza y su vida.

Una fe más simple y sencilla, pero más auténtica y comprometida Más allá de medio entender esas elevadas elucubraciones teológicas sobre el Misterio de la Trinidad (claro que la razón humana tiene el derecho y el deber de profundizar la fe hasta donde le alcance su capacidad), lo fundamental e interesante es descubrir qué significa «creer en la Santísima Trinidad». Con sencillez, y para no seguir complicando las cosas, podemos afirmar que creer en la Trinidad es comprometerse a construir Comunidad.. De tal manera que la violencia, el desamor, la injusticia social, la división, la inequidad, son signos preocupantes de ausencia de fe trinitaria, es decir, de ausencia de verdadera fe.

El Evangelio de hoy no trata de una elaboración académica y teológica sobre el Misterio de la Trinidad. Es mejor cambiar de vida y seguir el Evangelio, que saber cosas profundas de teología.

Lo más importante no es ser capaz de explicar la Trinidad. Lo más importante es que este Misterio sea capaz de cambiar nuestros corazones y aumentar nuestro amor. eso es «nacer de nuevo». Por lo tanto, el Evangelio de hoy no trata sobre ideas, sino sobre hechos: lo que la Trinidad ha hecho por nosotros; cómo se relaciona la Trinidad con nosotros.

María, mujer trinitaria

María Virgen es modelo de una íntima relación con el Misterio de la Trinidad. Ella es la hija amadísima de Dios el Padre. Él la preparó para ser la Madre de su Hijo y quiere que sea Madre de los cristianos. Tuvo con el Hijo de Dios la más íntima   relación posible a una creatura. Lo acogió en su seno, lo alimentó, le ayudó a crecer, le enseñó a ser Dios en la realidad del hombre. Siempre discreta ante él lo acompañó hasta la Cruz en que moría por la salvación del mundo. Y lo sigue amando y sirviendo en su Cuerpo místico que es la Iglesia. El Espíritu es su esposo. Su poder le dio la capacidad para ser la Madre de Dios. La guio en esa maravillosa pero difícil tarea de dar vida al Hijo de Dios en el mundo. La Eucaristía, «cumbre de la vida de la Iglesia», se celebra siempre en ambiente trinitario: comenzamos «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»... Antes de la Consagración, momento central de la Celebración, invocamos a la Trinidad para que se pueda dar el Milagro Eucarístico: «Santifica, Padre, estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que estos dones de pan y vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor...». Luego, después de la consagración, cuando ya hay presencia real de Jesucristo, finalizamos la Plegaria Eucarística con la gran doxología, o exclamación de alabanza: «Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos». Y, terminada la Celebración Eucarística, regresamos a nuestros hogares con «la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»...

De tal manera que, no hay verdadera vida cristiana si no es trinitaria. Nuestro compromiso hoy Todo esto lo hemos visto plenamente cuando, hace más de dos mil años, Dios Padre quiso entrar en nuestra historia humana enviándonos a su Hijo como hermano nuestro, nacido de María por obra de su Espíritu. Sea cual sea nuestra situación personal, de salud, etc. etc., no podemos poner nunca en duda que Dios nos ama, que nos quiere salvar, que nos ofrece su misma vida. Que, aunque no lo entendamos del todo, estamos incorporados a ese gran misterio de amor que es el Dios Trino.

Que corrijamos las deficiencias en nuestra imagen de Dios, que corrijamos nuestro modo de rezar y de relacionarnos con Èl, que seamos conscientes de que constantemente proclamamos nuestra fe y que toda nuestra vida sea dar gloria al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo.

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