La Fe que libera

Por Héctor de los Ríos |
485
P. Héctor De los Rios L.
 

VIDA NUEVA

 

Después de la multiplicación de los panes, que leíamos el Domingo pasado, Mateo nos cuenta el episodio de una tempestad calmada por Jesús, cuando las olas y el viento del lago sacudían y hacían casi zozobrar la barca de los discípulos. (Domingo 19 del tiempo ordinario)

Una barca zarandeada por las olas y el viento son un buen símbolo de tantas situaciones personales y comunitarias que se van repitiendo en la historia y en nuestra propia vida. Como la del profeta Elías en el AT. Como la de tantos cristianos que experimentan dificultades y miedos tan grandes como los de los apóstoles.

LECTURAS

1Reyes. 19,9a.11-13a: «Ponte en pie en el monte ante el Señor»

Salmo 85(84): «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación»

Romanos. 9, 1-5: «Quisiera ser un proscrito, por el bien de mis hermanos»

San Mateo 14, 22-33: «Mándame ir hacia Tí andando sobre el agua».

La travesía para el otro lado del lago simboliza también la difícil travesía de las comunidades del final del primer siglo. Ellas tenían que salir del mundo cerrado de la antigua observancia de la ley, para la nueva manera de observar la Ley del amor, enseñada por Jesús; salir de la conciencia de pertenecer al pueblo elegido, privilegiado por Dios entre todos los pueblos, para la certeza de que en Cristo todos los pueblos estaban siendo fundidos en un único Pueblo ante Dios; salir del aislamiento de la intolerancia para el mundo abierto de la acogida y de la gratuidad. También nosotros hoy estamos en una travesía difícil para un nuevo tiempo y una nueva manera de ser iglesia. Travesía difícil, pero necesaria. Hay momentos en la vida en que el miedo nos asalta. No falta la buena voluntad, pero no basta. Somos como una barca que se enfrenta al viento contrario.

Poderosa enseñanza sobre la fe. Esa barca es imagen de la Iglesia que se adentra en el mundo tantas veces oscuro y amenazador. Nosotros vamos hoy en esa barca. Nos es necesaria la presencia de Jesús. Pero debemos saber encontrarlo. No es un fantasma. Es la realidad divina que está siempre allí: eso significa su nombre: Yo soy. Nos lanza el desafío de ir a él. De abandonar nuestras seguridades puramente humanas y caminar hacia él. Tantas experiencias, limitadas a lo terrenal, nos lo impiden. Fracasos, frustraciones, experiencia de fuerzas que nos parecen invencibles y que nos impiden una verdadera vida cristiana, comprometida y serena. Escucharemos siempre la voz de Cristo que nos dice: «Ven». Y también nuestro grito desesperado: Señor, sálvame.

¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

También Pedro recibe una lección en el episodio que hemos leído hoy. El tiene muchas intervenciones en el evangelio. Algunas brillantes, como en su confesión del mesianismo de Jesús. Otras, no tanto, como la de hoy. Pedro sintió, al igual que los demás que estaban en la barca, verdadero pánico, hasta llegar a gritar del susto, ante el agitarse del lago y la presencia del que les pareció un "fantasma". Hay días en que el pescador más curtido le tiene respeto a las olas. Ahí entró en acción Pedro, un poco presuntuoso, y siempre protagonista, y se arriesgó, fiado en el Maestro: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". Decidido, valiente en principio, salta de la barca y se pone a caminar sobre las aguas. Hasta que la duda le hace perder la seguridad y comienza a hundirse. ¿Esperaba que todo fuera sencillo? ¿que también él podría hacer esos milagros que veía hacer a su Maestro? Pedro es espontáneo, primario, a veces presuntuoso. Sería interesante ver la sonrisa de sus compañeros, ante la situación nada brillante en que se había metido Pedro.

Las tempestades de la Iglesia y de cada cristiano

Es fácil ver en el episodio de hoy una imagen de las numerosas tempestades que ha tenido que sufrir la comunidad de Jesús a lo largo de los siglos, con vientos realmente contrarios. También las que sufre cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida, hasta el punto de que nuestra barca personal también amenaza a veces con irse a pique por las circunstancias contrarias internas o externas. Y también esta pandemia con toda su secuela de miedo y angustia.

A la Iglesia se la ha comparado desde siempre con una embarcación, «la barca de Pedro».. Todos sabemos que ha tenido tempestades fuertes a lo largo de los siglos y sigue teniéndolas ahora: a veces combatida desde fuera, con vientos fuertes y olas encrespadas, y otras desde dentro, con «mar de fondo». También tenemos la experiencia de que a veces nos vienen a los labios oraciones como la de Pedro: «sálvanos, Señor, que perecemos».

Ciertamente nuestra travesía por la historia no ha sido ni está siendo ahora un crucero de placer. Más bien sabemos de vientos y de nieblas y de oscuridad de noche y hasta de fantasmas. Cristo nunca nos prometió que no habría tormentas en nuestra vida. Al revés, nos avisó de persecuciones y peligros de dentro y de fuera. Eso sí: nos prometió que estaría con nosotros hasta el final del mundo. Cristo venía del monte, de pasar la noche en oración. Como pasó orando la otra noche, dramática, del huerto de Getsemaní, en la que tampoco los apóstoles oraban, porque estaban cargados de sueño.

Tanto en las tempestades eclesiales como en las personales, hay una gran diferencia: si Cristo no está en nuestra barca, todo parece que va a zozobrar. Si lo admitimos a bordo, se amaina el viento y encontramos fuerza para remar y salvar las peores situaciones: "soy yo, no tengáis miedo". A veces se nos echa el mundo encima. O creemos que la Iglesia se hunde. O que Jesús está ausente, o dormido. Si oráramos más, como Jesús en la noche, tendríamos más seguridad y más eficacia en nuestra misión.- Oiríamos su voz: «no tengan miedo, soy yo».

¿QUE NOS PIDE HACER LA PALABRA?

Si damos una mirada a nuestra vida podemos percibir que ésta es nuestra historia. Vamos por el mundo, sedientos de la experiencia de Dios. Venir a la Eucaristía tiene ese hondo sentido. Pero nuestra marcha está rodeada de incertidumbres, de oscuridades, de momentos quizás críticos. Es un viaje en el que a menudo sentimos que el Señor no está con nosotros. Pero El está allí, dentro de nuestra vida, y nos dice: invita siempre a ir a El, nos tiende su mano poderosa, entra en esa barca que es nuestra vida personal, comunitaria, familiar, social.

Búsqueda personalizada

Caliescribe edición especial