II Domingo de Pascua- de la misericordia

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.
 

VIDA NUEVA

 

Desde la Misericordia de Dios, construir la paz en la comunión

Cristo resucitó y con su resurrección empieza el mundo nuevo y definitivo que nos lleva al Padre Dios. La resurrección de Jesús es tan importante para nuestra fe, que los cristianos la celebramos durante siete semanas, hasta el día de Pentecostés. Sin embargo, llama la atención cómo, de hecho, a los cristianos no se nos identifica por un estilo de vida o por una mentalidad característica, sino que en el ser y en el pensar nos perdemos en la corriente anónima de un mundo paganizado y materialista.

Como grupo o comunidad dentro de nuestra sociedad, no tenemos una personalidad definida. ¿Cuáles son los elementos constitutivos de la Iglesia y los signos que debe ofrecer al mundo para ser la esposa fiel a Cristo y a su misión salvadora? ¿Cuáles han de ser los signos concretos de las comunidades cristianas dentro de la Iglesia?

Alegres con la Buena Nueva de la Pascua del Señor, nos reunimos comunitariamente a celebrar la Acción de Gracias que es la Eucaristía. La Palabra de este Domingo nos invita a tomar conciencia de nuestra identidad cristiana y de nuestro compromiso serio de ser fermento de transformación de la sociedad en que vivimos, «porque es eterna su Misericordia»

LECTURAS:                

Hechos de los Apóstoles 4, 32-35: «En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo»

Salmo 118(117): «Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia»

1Jn.. 5, 1-6: «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios»

San Juan 20, 19-31: «Felices los que crean sin haber visto»

La Comunidad ideal:

De la resurrección nace esa comunidad cristiana ideal. Primera experiencia de una Iglesia que vive la resurrección. Todos, incluso los no cristianos, han mirado con añoranza esa Iglesia primitiva de discípulos, verdadera edad de oro que soñaron los poetas: Unidad total, solidaridad absoluta, abatimiento de toda diferencia, hermandad conquistada. Hacia ella miramos con nostalgia cuando padecemos el mundo en que vivimos hoy, hecho de egoísmos y búsqueda absurda de ventajas de unos sobre otros. Los apóstoles tenían en ella un papel propio: anunciar la Palabra y hacer viable esa experiencia. En una palabra: en esa comunidad todos eran un solo corazón y una sola alma.

Nuestros miedos

¿Cómo podríamos hoy expresar en nuestro lenguaje este temor que tenía encerrados a los apóstoles? Miedo al ambiente que nos rodea, miedo a la cultura dominante, miedo a aparecer distintos, extraños, nuevos; miedo a ser perseguidos, miedo a expresar libre y valientemente el mensaje que está dentro, miedo a dejar estallar en sí las fuerzas del Evangelio, actitud cautelosa, sospechosa, oculta.

¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?

Si queremos que el mundo en que vivimos, lleno de violencias y enfrentamientos, cambie cada uno de nosotros debe cambiar. Y para lograr ese cambio nuestro corazón debe cambiar y solo el amor a Dios y al prójimo logrará ese cambio. A ello nos invita la resurrección de Cristo. Ese es el gran mensaje práctico de la Pascua. Pertenecemos a un mundo nuevo y la vida cristiana es la lucha por hacerlo realidad en nosotros y en los demás. No son las consignas políticas, no son los llamados a entrar en los derechos humanos por razones meramente humanas, los que lograrán ese cambio. Es necesario entrar en el mundo nuevo que nos trae la resurrección. Ella no es solamente un futuro que queremos vivir sino un presente que llevamos en el corazón. El bautismo nos hace entrar en ese mundo de la resurrección y ella es ya una realidad poseída y una esperanza que nos atrae.

Una vida como la de los primeros cristianos en la que las barreras que separan se derrumban, donde la solidaridad se fundamenta en una hermandad sin discriminaciones, nacida del ser todos hijos de Dios, en la que la fuerza del Señor resucitado nos hace entrar en una experiencia nueva, es la que estamos llamados a vivir como discípulos misioneros.

Esa vida así buscada se debe vivir en el mundo concreto donde cada uno vive su cotidianidad. Se hace con personas y rostros conocidos pero también se abre a todos aquellos que llevan como nosotros el sello de ser hijos de Dios…

Relación con la Eucaristía

El Señor Jesús, que se manifestó a sus discípulos, les dio la Paz y les comunicó el Espíritu, se hace presente entre nosotros en su Palabra, en el Pan y en el Vino que nos reparte, convertidos en su Cuerpo y su Sangre, para alimentar su vida en nosotros, una vida que recibimos en el Bautismo y que constantemente hemos de procurar alimentar, cuidarla y hacerla crecer y fructificar.

Pero tal vez a nosotros nos suceda lo mismo que a la comunidad de Corinto. Cada uno traía su propia cena para tomarla aparte. Cada uno piensa en cumplir su precepto, en hacer su oración. Así en lugar de comunidad, somos una aglomeración de personas que se ignoran.

Por eso pidamos perdón: Por nuestros pecados de individualismo, que nos llevan a olvidar a nuestros hermanos en la fe... Por el mal ejemplo que hemos dado los cristianos con nuestras divisiones e injusticias... Por nuestros pecados de codicia, de apego al dinero, por nuestro empeño en mantener situaciones injustas...

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