Un camino profético de evangelización

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA


Reunirse a celebrar la Eucaristía supone haber aceptado nuestra condición de testigos de Cristo. Nos reunimos para que la Palabra y el Pan de Vida nos ayuden a cumplir nuestra misión de «enviados» a anunciar la Buena Nueva. Nos reunimos a dar gracias al Padre por la Salvación realizada en Cristo. También en la Eucaristía queremos ser testigos de la fe y la salvación de Cristo. Pero hemos de comenzar por reconocer que nuestras vidas y las de toda la comunidad cristiana hacen difícil -cuando no la ocultan- nuestra condición de testigos de Cristo. Por ello, necesitamos pedir perdón a Dios y a los hermanos.

LECTURAS: (Domingo 15 del tiempo ordinario)

Amós 7, 12-15: «El Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo; vete y profetiza a mi Pueblo de Israel »

Salmo 85(84): «Dios anuncia la paz a su Pueblo y a sus amigos»

Carta de S- Pablo a  los Efesios 1,3-14: «Dios nos eligió en la persona de Cristo»

San Marcos 6,7-13: «Comenzó a enviarlos de dos en dos» 

El envío hoy

El envío de los discípulos al mundo no ha terminado. Está hoy tan presente como siempre. Ya en el bautismo hemos sido escogidos, llamados, consagrados y enviados. La misión no es exclusiva de unos cuantos voluntarios en la Iglesia. Ni sólo de aquellos que han escogido en el sacerdocio o en la vida religiosa vivir su consagración a la causa de Dios y del hombre. - La Iglesia latinoamericana (Documento de Aparecida) nos recuerda con insistencia que todos somos discípulos misioneros. Nuestra misión nos lleva inmediatamente al campo próximo de nuestra vida: la casa, el hogar. El Señor ha querido que allí empiece la acción misionera de cada uno. Pero tenemos otros ámbitos que son nuestro mundo: el lugar donde vivimos, trabajamos, compartimos la vida con los demás en sociedad. Y puede que el Señor nos envíe lejos, a otros Pueblos y otras culturas. El objetivo es siempre el mismo: anunciar a Jesucristo, Salvador, y pedir a todos la conversión: el dejar aquello que debe ser abandonado y es contrario al plan de Dios y adherir total y generosamente al Evangelio de la Salvación.

«¡El Reino ha llegado!»

El Reino de Dios que Jesús nos reveló no es una doctrina, ni un catecismo, ni una ley. El Reino de Dios acontece y se hace presente cuando las personas, motivadas por su fe en Jesús, deciden vivir en comunidad para, así, dar testimonio y revelar a todos que Dios es Padre y Madre y que, por consiguiente, nosotros, los seres humanos, somos hermanos y hermanas, del Reino, del amor de Dios como Padre, que nos hace a todos hermanos y hermanas.

Somos testigos

Quienes han vivido los últimos sesenta años han sido testigos de las conquistas espectaculares del hombre. Lo que hasta ayer parecía propio de las novelas futuristas, hoy sucede ante nuestros ojos con normalidad y casi sin asombro para nosotros. Estamos dejando de ser testigos «asombrados» de nuestras conquistas: hemos perdido la «capacidad de asombro»... Nos hemos habituado tanto a las conquistas (ciencia, tecnología...), que ya difícilmente nos sobresaltamos por una nueva meta conquistada. Estamos siendo testigos privilegiados del poder del hombre y, sin embargo, no nos asombramos...

Pero a la vez somos testigos de la miseria humana.... Este mismo hombre capaz de encontrar el camino a los astros, no es capaz de andar el camino hacia sí mismo. No es capaz de terminar la guerra en el mundo para que los hombres puedan vivir con dignidad. No es capaz de superar la opresión, la injusticia, el hambre, la miseria, etc. Por contraste estamos siendo testigos privilegiados de la «impotencia» del hombre. Fácilmente negamos el derecho a la vida y reclamamos el «derecho a la muerte»... Los cristianos somos parte integrante de este mundo. No somos ajenos a nada de lo que pasa. Al menos, no deberíamos serlo. En este mundo hemos sido llamados a un nuevo testimonio: el de Cristo. Los cristianos somos testigos de Cristo. Pero esta cualificación, esta condición, ¿qué significado tiene para el mundo de hoy? ¿Qué «significa» para nosotros mismos? ¿A qué nos compromete?

«Nadie se halla distante de Dios por el espacio sino por el corazón. ¿Amas a Dios? Estás cerca. ¿Le odias? Estás lejos. Estando en un mismo lugar, te hallas cerca y lejos».(San Agustín).

Nuestro compromiso hoy

Somos testigos de Cristo. Esto quiere decir nuestro nombre de cristianos Pero, ¿qué  significa nuestra condición de testigos de Cristo? Significa que somos portadores de una esperanza para el mundo: la recapitulación de todo lo creado en Cristo. Hemos sido llamados por Dios para ser testigos de su bondad para con el hombre. Somos testigos de esta esperanza participando del optimismo y del miedo que la sociedad actual produce al hombre. Pero nuestra esperanza tiene que ser más fuerte, más radical que estos sentimientos encontrados que tiene el hombre de hoy. Nuestra condición de testigos nos urge con una «fuerza irresistible» a ser signos de esperanza para los hombres de hoy. Pero esto no será posible únicamente con palabras. Nuestras vidas deberán verificar lo que la Palabra anuncia. O la palabra deberá explicar lo que nuestra vida significa. Las condiciones para esta verificación exigen:

> La fidelidad a la Palabra de Dios y el servicio a los hombres como únicos criterios válidos para juzgar nuestra condición de testigos: ningún otro criterio podrá hipotecar nuestro testimonio sin traicionarlo.

> La ausencia de todo triunfalismo en el testimonio: somos testigos de lo que se nos promete, de lo que está por llegar. De la «condición gloriosa de Jesús» que garantiza la nuestra. Pero mientras esto llega, mientras lo hacemos posible, nuestra condición es la de todos los testigos de Dios: la condición de siervos. En la humildad y en la sencillez es donde Dios se manifiesta. Todos los «triunfalismos» han sido una traición a la condición de testigos de la esperanza.

¿Acaso espera algo el triunfalista?

Relación con la Eucaristía

La Eucaristía es la celebración del misterio del que somos testigos. Celebrarla es la fuerza del testigo de Cristo.

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