“Si conocieras el don de Dios…”

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

 

¿Habrá una experiencia más vital y cotidiana que la de la sed y el agua? La liturgia de hoy nos presenta la fuerza vital de la fe a través de estas imágenes; estas se enmarcan dentro de un camino de catequesis cuaresmal que busca prepararnos para renovar la alegría del Bautismo en la Pascua de resurrección.

La sed, símbolo de nuestra doble condición de carentes y deseantes, nos mueve a buscar. Esta búsqueda, sin embargo, no está exenta de escollos y contradicciones que nos tientan a bajar los brazos y a preguntarnos: ¿está o no Dios con nosotros?

Para ayudarnos a transitar este itinerario, el diálogo de Jesús y la Samaritana se presenta como el paradigma de nuestro camino de fe: en este diálogo restaurador nos vamos «diciendo» hasta encontrarnos con nosotros mismos y con Dios, es un diálogo que nos ayuda a escarbar dentro nuestro hasta descubrir el manantial de amor que es la vida del Espíritu Santo en nosotros. Solamente viviendo desde este manantial saciaremos nuestra sed y tendremos herramientas para saciar la sed de tantas personas a nuestro alrededor. ¿Nos animaremos a entrar en este diálogo restaurador?

LECTURAS:

III Domingo de Cuaresma – 12 de marzo

Lectura del libro del Éxodo 17, 3-7

En aquellos días, el pueblo, sediento, murmuró contra Moisés, diciendo: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».

Salmo 94, 1-2. R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8:

“…Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros”.

Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 5-42: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva».

La sed, motor de búsqueda

Es difícil para nuestro organismo soportar la sed durante mucho tiempo; enseguida procuramos ir por el agua que nos la pueda apagar… Eso fue, justamente, lo que vivió el pueblo de Israel en el desierto y la mujer samaritana de Sicar: la sed les movió a buscar, a clamar, a ponerse en movimiento y «en camino».

Es que la sed es símbolo de una experiencia humana muy radical: nos sentimos constitutivamente carentes, nos damos cuenta de que no somos completos …sentimos «la falta de…» (y en el caso de millones de hermanos, la falta de los elementos básicos para vivir con dignidad…) Es verdad que esta experiencia puede encerrarnos en la frustración, la queja y el aislamiento. Por eso, es necesario que la carencia nos despierte el deseo, un anhelo de plenitud que se convierta en nuestro motor vital de búsqueda. ¡Bendita búsqueda que nos pone de cara a Dios y de cara a los demás para el encuentro! La cuaresma que estamos recorriendo es, entonces, como esa experiencia de desierto que nos ayuda a reconocer la sed y el deseo que nos atraviesan, y a reconocer a Dios como la Fuente que necesitamos y buscamos…

Aunque, en verdad, cuando nosotros salimos en búsqueda de Dios… ¡siempre es Él quien nos sale al encuentro primero! Pues Él ya estaba buscándonos desde antes… como lo refleja este encuentro de Jesús y la Samaritana.

Un diálogo restaurador

El evangelio de hoy nos acerca el diálogo de Jesús con la mujer samaritana. Un diálogo paradigmático de nuestro «proceso de encuentro» con Jesús, un diálogo que nace motivado por la sed y que, al fin, culmina saciando esa sed porque guía pedagógicamente en el encuentro con el propio manantial.

Así, a partir de la experiencia de la sed física y del agua, Jesús ayuda a la samaritana a tomar conciencia de su propia sed interior: de sentido, de plenitud, de libertad… Jesús, por una parte, la encamina hasta que ella puede asumir su situación vital: «no tengo marido» … Por otro lado, palabras como «agua viva», «manantial de agua que salta hasta la vida eterna», la ayudan a abrirse, despertando en ella la esperanza tan arraigada en su pueblo: «cuando venga, el Mesías nos lo dirá todo». Es allí, cuando, desde la propia verdad y en la apertura del deseo, Jesús le revela su identidad: «Yo soy, el que habla contigo».

«Yo soy», en la Biblia, refiere al nombre de Dios; así, desde esta frase, podemos aventurarnos a reconocer a Jesús mismo como el «diálogo personal» que Dios establece con cada uno de nosotros, ya que Él mismo se autodefine que «el que habla contigo» … Así pues, ¿cómo no reconocer que nuestra existencia misma es un diálogo con Dios y que solo en ese diálogo somos «nosotros mismos»?

Sólo en diálogo con Dios somos lo que estamos llamados a ser, sólo «de cara a Él» somos restaurados en nuestra propia identidad… Pues, la palabra de Jesús –y Él mismo como Palabra– tiene la virtud de encender y despertar en nosotros el amor («Palabra que inspira el Amor», le llamaba Tomás de Aquino) y, de este modo, sacia nuestra sed, porque nos descubre el manantial que somos, el surtidor que llevamos dentro: el Amor de Dios, derramado en nuestros corazones.

Un Manantial de Amor en nuestros corazones

El diálogo restaurador nos pone, entonces, de cara a nosotros mismos y al Don de Dios, ese «don de Dios» que Jesús invitaba a conocer a la Samaritana y que, según el Apóstol, es el Amor de Dios «que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5).

Ya decía san Agustín que el amor es la fuerza que nos mueve a actuar (cf. Confesiones XIII, 9, 10), y por eso, Dios, que quiere nuestra libertad, nos hace verdaderamente libres ayudándonos a vivir desde su Amor, desde su Espíritu. Pues, si no vivimos desde esa Fuente, conectados a ese Manantial de Amor que nos habita, seremos arrastrados, por la necesidad de nuestra sed, hacia pozos secos o aljibes de aguas enfermizas.

«Dame de beber» le pedía Jesús a la Samaritana y también hoy nos lo piden nuestros contemporáneos en sus gritos sordos y en sus múltiples necesidades, desde las más elementales, como la ropa, comida, vida digna y justicia…, hasta las más radicales como la paz, el sentido y la felicidad… ¿Cómo ayudar a saciar tanta sed que hay a nuestro alrededor? ¿Cómo conectarnos con el manantial que en nuestro interior salta hasta la vida eterna para llevar esa frescura a nuestro mundo sediento? ¿Cómo ahondar en ese diálogo restaurador de nuestra identidad y así, con Jesús, ser «palabra viva» que despierta el amor y la libertad a nuestro alrededor?

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