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P. Héctor De los Ríos L.
Vida nueva
15 domingo del tiempo ordinario
Evangelio: San Marcos 6,7-13
San Marcos dice que el Señor Jesús llamó a sus discípulos para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar. Dos propósitos que se condicionan mutuamente. Quien se hace compañero de Jesús no puede no hablar de él; quien anuncia a Jesús debe haber hecho previamente experiencia de su persona.
Después de la llamada (en el texto «institución») de los doce Jesús enseña y hace curaciones, y de esa manera los va formando a ellos. Jesús se dedica en primer lugar a formarlos con su palabra, mediante sus acciones evangelizadoras en las que ellos están presentes, y por su presencia siempre cuestionante. Pasada la dolorosa experiencia de Nazaret los llama (así en presente), y empezó a enviarlos de dos en dos.
Ahora llega para ellos la hora de su primer ejercicio público: deben hacer una primera experiencia de anuncio. Van «de dos en dos» (el número 2 es el número del «testigo», lo cual significa que los envío a «dar testimonio») entre las gentes, con una Misión que, en Marcos aparece bastante reducida: un anuncio genérico de conversión y varios tipos de prodigios contra el mal. Los otros dos Sinópticos narran con mayor precisión la misión y los desafíos que encontrarán. De todos modos, es importante ver que la misión nace por un mandato de Jesús y después de haber aprendido de Él el modo cómo han de realizarla y los «temas». El número «doce» - tan citado en referencia a la fundación de la primera Comunidad y en los esplendores del Apocalipsis - significa la continuidad, pero también la superación de la economía salvífica precedente.
El objetivo de la Misión.
El conflicto creció y tocó de cerca a la persona de Jesús. ¿Cómo reacciona? De dos maneras. a) Ante la cerrazón de la gente de su comunidad, Jesús deja Nazaret y empieza a recorrer los poblados de los alrededores. b) Expande la misión e intensifica el anuncio de la Buena Nueva llamando a otras personas para implicarlas en la misión. «Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos».
El objetivo de la misión es sencillo y profundo. Los discípulos participan de la misión de Jesús. No pueden ir solos, sino que deben ir de dos en dos, pues dos personas representan mejor la comunidad que una sola, y se pueden ayudar mutuamente. Reciben poder sobre los espíritus impuros, esto es, deben aliviar el sufrimiento de la gente y, a través de la purificación, deben abrir las puertas de acceso directo a Dios.
El envío hoy
El envío de los discípulos al mundo no ha terminado. Está hoy tan presente como siempre. Ya en el bautismo hemos sido escogidos, llamados, consagrados y enviados. La misión no es exclusiva de unos cuantos voluntarios en la Iglesia. Ni sólo de aquellos que han escogido en el sacerdocio o en la vida religiosa vivir su consagración a la causa de Dios y del hombre.
La Iglesia latinoamericana (Documento de Aparecida) nos recuerda con insistencia que todos somos discípulos misioneros. Nuestra misión nos lleva inmediatamente al campo próximo de nuestra vida: la casa, el hogar. El Señor ha querido que allí empiece la acción misionera de cada uno. Pero tenemos otros ámbitos que son nuestro mundo: el lugar donde vivimos, trabajamos, compartimos la vida con los demás en sociedad. Y puede que el Señor nos envíe lejos, a otros Pueblos y otras culturas. El objetivo es siempre el mismo: anunciar a Jesucristo, Salvador, y pedir a todos la conversión: el dejar aquello que debe ser abandonado y es contrario al plan de Dios y adherir total y generosamente al Evangelio de la Salvación.
Los cristianos somos parte integrante de este mundo. No somos ajenos a nada de lo que pasa. Al menos, no deberíamos serlo. En este mundo hemos sido llamados a un nuevo testimonio: el de Cristo. Los cristianos somos testigos de Cristo. Pero esta cualificación, esta condición, ¿qué significado tiene para el mundo de hoy? ¿Qué «significa» para nosotros mismos? ¿A qué nos compromete?