El poder de la oración

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

 

El tema central de este domingo es la oración. La primera lectura, tomada del libro del Éxodo nos ilustra, a través de la figura de Moisés que mantiene las manos alzadas hasta la puesta del sol, la importancia de la perseverancia en la oración. En la misma línea, Lucas, en su evangelio, nos instruye sobre la necesidad de orar con insistencia, sin desfallecer.

La oración para el cristiano no es cualquier cosa ni algo opcional. Al contrario, es una práctica esperada en todo quien se confiesa discípulo de Cristo. En la oración el cristiano no solo expresa su vínculo más profundo con Cristo y experimenta a Dios como Padre misericordioso, sino que también se abre a la esperanza de que sus clamores al cielo pueden ser escuchados y satisfechos. 

De los cuatro evangelistas, es Lucas quien presta una atención especial a la dimensión orante de Jesús y quien más enseñanzas ofrece sobre la oración. En este domingo XXIX del Tiempo Ordinario, 16 de octubre,  por medio de la parábola del   juez inicuo y la viuda importuna, el evangelista nos invita a su escuela para enseñarnos sobre la necesidad de orar con confianza y perseverancia.  . 

LECTURAS:  

Éxodo 17, 8-13: «Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel» 

Salmo 121(120): «El auxilio me viene el Señor, que hizo el cielo y la tierra»

2 Carta de S. Pablo a Timoteo 3,14 - 4,2: «El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena»

San Lucas 18, 1-8: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»

Iglesia que ora

Lucas enfatiza mucho la oración. En primer lugar, la de Jesús, quien en su evangelio es un hombre de oración, en contacto constante con el Padre. Lo vemos orando en todos los momentos claves de su vida y su misión. La oración estaba íntimamente unida a su vida y a las decisiones que debía tomar para poder ser fiel al proyecto del Padre. En segundo lugar, «orar sin desfallecer» es una expresión recurrente en el NT. porque era un rasgo característico de la primera comunidad cristiana (cfr. Hch. 2, 42; ). ¿Es también un rasgo que nos caracteriza a nosotros?

También debemos ser una comunidad orante. No sólo Dios espera que cada uno le haga oír su necesidad sino que la Iglesia entera le clame sin descanso. En todo momento, en cualquier sitio del mundo, la Iglesia debe estar reunida para celebrar la Eucaristía y orar. Una necesidad urgente nos recuerda este Domingo: que el Evangelio llegue a todos lospueblos de la tierra. Tenemos que empezar por nuestra propia familia, nuestro ambiente, nuestra patria. Necesitamos una nueva evangelización, volver a descubrir el gozo y el dinamismo salvador del Evangelio. Y sentir también que mientras haya hombres que no conozcan a Jesucristo Salvador algo y mucho faltará en el mundo.

Orar siempre

La Palabra nos habla de la necesaria presencia de Dios en la vida del hombre. La oración sin descanso que quiere el evangelio ha sido una de las preocupaciones de muchos místicos. Por una parte es una exigencia del evangelio y por otra parece muy ajena a la realidad del hombre sumergido en mil distracciones y ocupaciones. La victoria del hombre sobre el mal se debe a esa oración incansable como la de Moisés. La insistencia ante Dios en medio de la angustia humana debe tener la medida de la súplica incesante de la viuda. La oración en el cristiano no debe tener vacíos ni intermitencias. ¿Cómo lograrlo?

Ir más allá de las simples fórmulas. La oración crece, madura, se simplifica se perfecciona con el caminar del ejercicio de la vida cristiana. Tiene que llegar a ser una mirada incansable hacia el misterio de Dios como en la contemplación mística. Pero en el diario vivir el pensamiento amoroso de Dios nos debe ser frecuente y familiar. Que no venga sólo por causa de situaciones angustiosas. Que nazca del reposo y la serenidad de un corazón que adora, alaba, bendice, da gracias, pide perdón y se entrega en manos de Dios.

Que no sea solamente una experiencia individual, sino que tenga también la dimensión de nuestra vida social, comunitaria. Todas las angustias y luchas de los hombres nos deben ser propias y deben despertar en nosotros una amplitud solidaria que tenga las dimensiones de la humanidad.

Meditemos con el Papa Francisco

 Jesús exhorta a rezar «sin desfallecer». Todos experimentamos momentos de cansancio y de desaliento, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez deshonesto, Dios escucha con prontitud a sus hijos, si bien esto no significa que lo haga en los tiempos y en las formas que nosotros quisiéramos. La oración no es una varita mágica. Ella ayuda a conservar la fe en Dios, a encomendarnos a Él incluso cuando no comprendemos la voluntad. En esto, Jesús mismo —¡que oraba mucho!— es un ejemplo para nosotros…

En Getsemaní. Asaltado por la angustia inminente, Jesús ora al Padre que lo libre del cáliz amargo de la Pasión, pero su oración está invadida por la confianza en el Padre y se entrega sin reservas a su voluntad: «Pero —dice Jesús— no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26, 39). El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que importa ante todo es la relación con el Padre. He aquí lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, sea cual fuera, porque quien reza aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso.

La parábola termina con una pregunta: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (v. 8). Y con esta pregunta nos alerta a todos: no debemos renunciar a la oración incluso si no se obtiene respuesta. La oración conserva la fe, sin la oración la fe vacila. Pidamos al Señor una fe que se convierta en oración incesante, perseverante, como la da la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su venida. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre viene al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso».

(Papa Francisco: Audiencia general, Miércoles 25 de mayo de 2016)

¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?

«Un trato de amistad»

La oración es hablar con Dios para compartir con El nuestras alegrías y tristezas; para suplicarle en nuestras preocupaciones y darle gracias en nuestras satisfacciones. Y, sobre todo, para decirle que El tiene un lugar preferente en nuestra vida diaria.  La plegaria permanente de la Iglesia, especialmente a partir de los(as) contemplativos(as) y de la «alabanza perenne» (laus perennis) de los monjes, es el «signo elevado» (cfr. primera lectura) de la fe de la Iglesia.

Los cristianos tenemos que aprender a valorar esta realidad y animarnos, a partir de ella, para la lucha de la vida. La Iglesia, nosotros, estamos continuamente en comunión explícita de fe con Dios mediante estos miembros de nuestro cuerpo eclesial que «oran siempre sin desanimarse».

Valoremos y agradezcamos el don de la Vida Contemplativa en la iglesia. Santa Teresa de Jesús decía: «La oración es un trato de amistad: hablar con quien sabemos que nos ama»

Relación con la Eucaristía

La Eucaristía es la mediación de Jesús por todos nosotros. Al celebrarla y participar en ella entramos en esta dimensión de la oración. La Eucaristía es plegaria, en el más pleno sentido de la palabra, es acción de gracias por excelencia, es presencia singular y única: es decir, es oración plena.

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