Le abrió los ojos

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

El texto del “ciego de nacimiento”, es un relato muy bien dramatizado y, quizá por eso, comunica con claridad la enseñanza que nos quiere transmitir: el amor liberador de Jesús y la importancia de la fe en las personas, para iluminar y sentir la experiencia amorosa del Dios de la vida.

En un proceso que va, desde el silencio y el aislamiento producido por el miedo de la enfermedad, a la sorpresa de los vecinos, que dudan que sea el mismo ciego que antes veían, debido ahora, a su falta de ceguera; que va también desde la opresión religiosa y la soledad consecuente, a la libertad de la fe en quien ha roto su suerte fatal; que va de la exclusión culpabilizadora atribuida al estigma social del pecado, al descubrimiento del amor liberador de Jesús. En todo este recorrido, el ciego lleva adelante un camino catecumenal donde, al hilo de la dura reacción que de cada uno de los personajes tienen ante este hecho liberador, el texto nos muestra algo propio del evangelio de Juan: el contraste entre las personas abiertas a la búsqueda de la luz que hay en la aceptación de Jesús, y quienes convencidos de conocerlo todo acerca de Dios por su situación de intérpretes autorizados de la Ley, están incapacitados para superar su estado de ceguera permanente y poder reconocer a Dios en la debilidad humana de las personas.  

El texto sugiere todo lo que el ciego tuvo que pasar para creer en el Hijo del hombre. Superar todo aquello que niega lo humano. Creemos en muchos dioses: el dinero, el honor, la suerte, el aleatorio poder de distribución de los mercados, en lo que sea, pero no creemos en las personas, en el ser humano. Y en el ser humano se ha encarnado Dios y es ahí donde lo encontramos: no conocemos ni confiamos en Dios si no nos fiamos del ser humano. Y eso es lo que hace el ciego cuando, fracasado el intento de coacción sobre todos los interrogados, las autoridades van de nuevo al ciego y esperan obtener de él una confirmación de que Jesús es un pecador, pero él, sin entrar en discusiones doctrinales, responde desde la confianza total en quien le ha curado: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo»

LECTURAS:

4 Domingo de Cuaresma – 19 de marzo

Lectura del primer libro de Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13ª:… «Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es este».

Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu del Señor vino sobre David desde aquel día en adelante. Sal 22, 1-3a…  R/. El Señor es mi pastor, nada me falta Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14: “Antes erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor”. “Lectura del santo evangelio según san Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38: “…Me puso barro en los ojos, me lavé y veo». 

Reflexión del Evangelio de hoy 

En el camino, Jesús se encuentra con un ciego, y sus discípulos le preguntan por algo que es una creencia arraigada: si la enfermedad es fruto del pecado, “¿quién pecó, para que éste sea ciego, él o sus padres?” Y Jesús, que es Vida, y cuya misión es comunicarla con un signo de vida (poniéndole el barro sobre los ojos y con el agua de la piscina), transmite la luz a ese hombre que con este gesto (unción) bautismal recibe el Espíritu y con él la vista. Ha sido transformado, descubre que es un hombre libre, aunque hasta ahora no lo había experimentado. Estaba limitado, pero a partir de su encuentro con Jesús ha cambiado su experiencia personal y la percepción que a partir de ahora tendrá la gente de él (“Nació ciego para que resplandezca en él el poder de Dios…Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”).

Ese cambio desconcierta a todos: a los vecinos, que dudan que sea el mismo ciego que veían a diario en la calle pidiendo; a sus padres, que por miedo a ser represaliados se niegan a testimoniar que ese es su hijo ciego; y a las autoridades, que ven peligrar su credibilidad, comprometiendo con ello su poder sobre el control de la pureza de la religión. De ahí su empeño en no aprobar que alguien como Jesús, pueda realizar algo semejante. Ellos que tienen el poder y el privilegio sobre la ley para saber lo que viene de Dios y lo que es fruto del mal, no entienden que pueda provenir de lo alto algo que no es acorde a la Ley, aunque de ello se derive la curación de un hombre ciego. Y menos, viniendo de alguien que no guarda el sábado.

Con la acción sobre el ciego, Jesús manifiesta el núcleo central de la liberación sobre el hombre, devolviéndole la conciencia de su valor y, con ello, del valor de todo ser humano: su dignidad y su libertad. Esta es la forma de manifestar el amor de Dios al hombre en el encuentro con Jesús. Es un encuentro con Dios en el ser humano, que hace presente a Dios en su experiencia activa de amor. A esta presencia dinámica, Juan la llama Espíritu, y quien la acepta en sí nace de Dios, tiene una vida nueva.

El ciego ha cambiado tras la curación, no sabe quién es Jesús, pero ante la acusación de los fariseos de que esa persona ha de ser un pecador, responde con la convicción clara de lo que le ha ocurrido a él: “yo solo sé que era ciego y ahora veo…Vosotros no sabéis ni de donde es, y él me ha abierto los ojos…si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”.

El hombre débil y víctima de la opresión, por el Espíritu que recibe de Jesús, se convierte en el hombre libre, liberado de la autoridad de los fariseos, e incompatible con su sistema. El ciego ha comenzado a ver. No sabe quién es Jesús, pero cuando Jesús mismo sale a su encuentro, se abre y se postra ante él y lo reconoce cuando, se siente iluminado por su presencia y su luz.

“¿Tú crees en el Hijo del hombre?”… “Creo Señor”. La narración nos lleva a reflexionar sobre nuestra fe en el Hijo del Hombre. El acto de fe, que hace el ciego curado, es un acto de fe en el Hijo del Hombre (Juan 9 35.38).

Este Evangelio relata un duro proceso que tiene como final la fe en el hombre. Es un camino complicado y duro. Desde el mismo momento que el ciego comienza a ver, empiezan todas las dificultades: la soledad, el abandono y la exclusión. Es un camino para descubrir lo que en nosotros hay de inhumano y, cambiando el corazón, aprender a confiar en el ser humano. En esto consiste la ceguera, en no tomarse en serio la fe en el ser humano. En él se encarnó Dios y en él nos encontramos con El. La confianza en Dios pasa por la confianza en el ser humano. 

Al hilo de esta reflexión, el Papa Francisco sugería algunas preguntas para ser pensadas en nuestro actual contexto: 

¿Podemos cambiar el sentir de nuestro corazón respecto a una mayor confianza en el futuro humanizador de los seres humanos? ¿Somos capaces ver la realidad como la ve el ciego?, es decir,  ¿qué significa abandonar las luces falsas: La luz fría y fatua del prejuicio contra los demás, porque el prejuicio distorsiona la realidad y nos carga de rechazo contra quienes juzgamos sin misericordia y condenamos sin apelo.

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