El Siervo-Cordero salvador

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.
 

VIDA NUEVA

Evangelio: san Juan 1, 29-34: «He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»

La liturgia de la Palabra de este domingo (segundo del tiempo ordinario) nos lleva por etapas al conocimiento nunca acabado de Nuestro Señor Jesucristo. Comenzamos el Tiempo Ordinario (per annum, para el año). Es el tiempo del “seguimiento” de Jesús, que nos invita a profundizar en el misterio de Cristo.  Hemos repetido en el salmo responsorial: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. El escrito conocido en el Nuevo Testamento como carta a los Hebreos pone estas palabras del salmo en labios de Cristo, Hijo de Dios, al entrar al mundo en la encarnación:  Llega hasta nosotros como con una consigna recibida de su Padre del Cielo. Es una tarea que se va a confundir con su palabra reveladora, con sus obras salvadoras, con su pasión, su muerte y su resurrección. Al realizar lo mandado por su Padre da realidad en el tiempo a lo que Dios quiere del mundo y del hombre a todo lo largo de la historia.

¿Cuál es esa tarea que el Padre le señala? La Palabra que se nos ha proclamado nos la presenta con claridad. Es un anuncio que nos invita a conocer a Cristo siempre más y más, así como a asumir nuestro compromiso con Él en el mundo.

Palabra del Papa.

«He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado», ¡pero quita el pecado con la raíz y todo! Esta es la salvación de Jesús, con su amor y su mansedumbre. Al oír esto que dice Juan el Bautista, que da testimonio de Jesús como Salvador, debemos crecer en la confianza en Jesús. Muchas veces tenemos confianza en un médico: es bueno, porque el médico está para sanarnos; tenemos confianza en una persona: los hermanos, y las hermanas están para ayudarnos. Es bueno tener esta confianza humana entre nosotros. Pero nos olvidamos de la confianza en el Señor: esta es la clave del éxito en la vida. La confianza en el Señor: encomendémonos al Señor. «Pero, Señor, mira mi vida: estoy en la oscuridad, tengo esta dificultad, tengo este pecado...», todo lo que tenemos: «Mira esto: ¡yo confío en ti!» Y esta es una apuesta que tenemos que hacer: confiar en Él y nunca decepciona. Nunca, ¡Nunca! Escuchen bien, chicos y chicas, que comienzan la vida ahora: Jesús nunca decepciona. Nunca. Este es el testimonio de Juan: Jesús, el bueno, el manso, que terminará como un cordero: - asesinado. Sin gritar. Él ha venido a salvarnos, para quitar el pecado. El mío, el tuyo y el del mundo: todo, todo».

¿A QUÉ NOS C0MPROMETE la PALABRA?

Esa historia de tiempos lejanos sigue presente hoy. Hemos cambiado de lugares y de culturas. Vivimos un mundo lleno de posibilidades pero seguimos siendo los necesitados de siempre. Nos faltan los dones fundamentales de Dios: la paz, el amor en la convivencia, la justicia que abre horizontes a los marginados, la esperanza para ir más allá del horizonte terreno que cierra nuestros espacios. - Solamente en Jesús, el viviente de todos los días, el siervo de Dios siempre en actividad para traernos el mundo nuevo que fundamenta nuestros anhelos y búsquedas, podemos encontrar respuesta. El está en el perpetuo empeño de remover en nosotros, en el mundo, esa fuerza opositora que se llama pecado y que no es otra que rechazar la obra de Dios, confiando más en nuestras siempre débiles posibilidades humanas. Sigamos confiados a Jesucristo en búsqueda de nuestra realización total como hombres y mujeres, como seres humanos.

Relación con la Eucaristía

En nuestra Eucaristía llamamos varias veces a Jesús con el apelativo que le da el Bautista, «Cordero de Dios»: en el Gloria («Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre»), en el canto del «Agnus Dei» («Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo...») y en la invitación que el sacerdote nos hace para que nos acerquemos a comulgar («Este es el Cordero de Dios»).

Haremos bien en pronunciar esta última invitación con expresividad, recordando que la frase viene de la afirmación del Bautista y que presenta a Jesús como Salvador de la humanidad. También es de notar una afirmación que haremos en la oración sobre las ofrendas: «concédenos participar dignamente de estos santos misterios, pues cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo se realiza la obra de nuestra redención».

Es como la definición de lo que es la celebración sacramental cristiana. Nuestra participación en la Eucaristía no es un mero cumplimiento, o un consuelo espiritual, sino la actualización del acontecimiento fundamental, la Pascua de Jesús, su entrega sacrificial en la Cruz, para que cada uno de nosotros participe de ella.

Esta experiencia de encuentro con el Señor Resucitado, el Cordero que quita el pecado del mundo, debe darnos fuerzas para luego, en la vida, ser consecuentes y dar testimonio del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo Jesús.

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