La Divina Misericordia

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.
 

VIDA NUEVA

 

«Dichosos los que crean sin haber visto»

Evangelio: san Juan 20,19-31: «Dichos los que crean sin haber visto»

El domingo pasado celebrábamos la Resurrección del Señor. Es el día de Pascua por excelencia. Pero el «tiempo de Pascua» no se acaba en el domingo pasado. Hoy, y los restantes domingos del año, son el día del Señor. El día en que su Resurrección nos reúne para celebrar ese gran acontecimiento y para compartir el gozo de nuestra fe.

Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también llamado «de la Divina Misericordia». Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía.

La manifestación del Resucitado despierta la FE

Cristo se apareció a los apóstoles escondidos en una casa y entró con las puertas cerradas. Pero Tomás, que no estaba presente durante esta aparición, permaneció incrédulo. Desea ver, no acepta ni le basta con oír hablar de ella. Cierra los oídos y quiere abrir el corazón. Le quema la impaciencia. Creer en el Señor Resucitado es situarse con fe ante una nueva visibilidad: la presencia del Señor en la historia por sus signos y gestos salvadores en su Iglesia. De aquí la misión, la infusión del Espíritu y el poder de perdonar.

La aparición a los diez discípulos en el cenáculo tiene un sentido profundo y lógico. Desde la más antigua predicación apostólica se unen en el mensaje la pasión y la Resurrección como fundamento de la conversión y de la fe a la que sigue la remisión de los pecados. Juan recoge este esquema y lo trabaja a su estilo. Jesús transmite su Espíritu a sus apóstoles: es el don propio de Jesús en este evangelio, y los hace partícipes de su misión.

De modo que esta aparición nos descubre otro rasgo de la unión entre Jesús y el Padre, unión a la que en adelante se incorpora la Iglesia. Los apóstoles continuarán la misma misión salvadora de Jesús y como él podrán perdonar los pecados. Vencida ya la Muerte, queda vencido así el pecado, el último obstáculo que impedía el acceso de los hombres a la vida gloriosa de Jesús. La Fiesta que estamos celebrando nos asombra... Cristo resucitado significa una «nueva creación»: una nueva forma de acceso a El, distinta a cuando estaba en medio de ellos de modo verificable e inmediato. Ha surgido un ámbito nuevo de existencia, que supone una forma nueva de acercamiento y convivencia con Cristo, el acceso de la fe. La fe a partir de la Resurrección significa y pide:

* Que tengamos fe en El. Que lo aceptemos de un modo nuevo.

* Que veamos e interpretemos la realidad, de un modo nuevo.

* Entrega a lo imponderable y desconcertante de Dios.

* Ruptura de nuestros moldes humanos de apreciación.

* Elevarnos a una categoría de existencia y modo de vivir, no controlable, ni constatable por los sentidos.

* No encastillarnos en nuestra suficiencia.

* Morir a uno mismo y resucitar a la nueva vida en Cristo.

La FE es compromiso.

En los problemas socio-económicos, nos compromete con un trabajo serio por el progreso del mundo. Nos exige actitudes de itinerancia, profetismo, pobreza y testimonio en un mundo pluralista. Si creemos en la Resurrección del Señor, asumimos formas personales y asociadas de compromiso en la fe del Resucitado. Y nosotros, en la escuela del Apóstol Tomás, queremos asomarnos a esas Llagas gloriosas de Cristo, porque ante nuestros propios problemas, quisiéramos que no se dieran esas llagas; a veces quisiéramos que nuestros dolores, dificultades, frustraciones o fracasos no se dieran. Y resulta que el camino de la Cruz y el camino de la Pascua no es distinto: a Cristo se le ven bien las Llagas; Cristo va adornado no con joyas ni con perfumes, no lleva accesorios de última moda, sino lleva sobre su propio Cuerpo el hermoso vestido de las Llagas gloriosas.

Y el mensaje para nuestra propia Pascua es ése: ya no más esconder nuestro dolor, ya no más hacer de cuenta que nada pasa, ya no más ocultar el rostro ante la pobreza, ante el pecado, ante la soledad, ante el odio del mundo: reaccionemos y aprendamos la lección de vida que nos va a dejar, en adelante, el coronavirus. El cristiano que ha participado de la fuerza de la Resurrección de Cristo no tiene que esconder el rostro a esas cosas como si no existieran, ni tratar de no pensar en ellas como si ocurrieran en otro planeta.

Relación con la Eucaristía

«La celebración forma un todo coherente, animado por un dinamismo vivo. Esta acción parte de la presencia de Cristo en medio de los que están reunidos en su nombre, se extiende a la palabra de Dios mismo que, mediante la proclamación de las Escrituras, habla a la asamblea, y culmina en la liturgia eucarística. La modalidad eucarística de esa misma y única presencia de Cristo a lo largo de la celebración es como la concreción en la que viene a "tomar cuerpo" Cristo glorificado que preside la asamblea y la alimenta con su Palabra» - (Documento «Jesucristo, pan partido para un mundo nuevo», Congreso Eucarístico Internacional, Lourdes 1981

ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS?

Ven, quédate con nosotros, Señor, y aunque encuentres cerrada la puerta de nuestro corazón por temor o por cobardía, entra igualmente. Tu saludo de paz es bálsamo que hace desaparecer nuestros miedos; es don que abre el camino a nuevos horizontes.

Dilata los angostos espacios de nuestro corazón. Refuerza nuestra frágil esperanza y danos unos ojos penetrantes para vislumbrar en tus heridas de amor los signos de tu gloriosa Resurrección. Con frecuencia también nosotros nos mostramos incrédulos, necesitados de tocar y de ver para poder creer y ser capaces de confiar. Haz que iluminados por el Espíritu Santo, podamos ser contados entre los bienaventurados que, aunque no han visto, han creído. Haz que permanezca en tu amor, ligado como sarmiento a la vid, dame tu paz, de modo que pueda superar mis debilidades, afrontar mis dudas, responder a tu llamada y vivir plenamente la misión que me has confiado, alabándote para siempre. Amén.

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