Jesucristo, rey del universo

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

 

Hoy cerramos el ciclo litúrgico con la celebración de Cristo Rey,(20 de noviembre,  último domingo del año litúrgico) celebración que sirve de bisagra entre el final del presente ciclo, al que pone el broche, y el nuevo. La clave de esta celebración se encuentra en la compresión que tengamos de este título de Rey, pues esta comprensión marcará nuestra perspectiva y balance de lo vivido como cristianos a lo largo del año anterior y también marcará nuestras expectativas con respecto al futuro que se abre.

A lo largo el año hemos vivido y celebrado: el tiempo de espera del Redentor (Adviento); el nacimiento del señor (Navidad); su camino de preparación hacia la Pascua (Cuaresma); su Pasión, Resurrección y Glorificación (Semana Santa, Pascua, Ascensión, Pentecostés).

Hoy celebramos a Cristo «Señor y Rey del universo». No se trata de ninguna «forma política de gobierno», sino del Reino de Dios instaurado por Jesús y al que le da plenitud: que habita en nosotros, a pesar de que «no es de este mundo». A Jesús tenemos que bajarlo de todos los tronos para dejarlo solamente en la Cruz y en la Resurrección a una vida nueva.

LECTURAS:

2Samuel 5,1-3: «Ungieron a David como rey de Israel ».

Salmo 122(121): «Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del

Señor"»

Colosenses. 1,12-20. «Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido»

San Lucas 23,35-43. «Señor, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino»

Reflexión del Evangelio de hoy

La liturgia de hoy nos propone un contraste de tradiciones acerca del Mesías que había de venir al final de los tiempos, según la prefiguración judía.

La primera lectura nos presenta la base de esa tradición, que es la del mesianismo dinástico davídico: “Tu casa y tu reino permanecerán para siempre delante de mí; tu trono será establecido para siempre.” (2Sam 7,16). Esta concepción del mesianismo, de corte político, siempre estuvo presente en la compresión judía, pero los avatares históricos del pueblo de Israel hicieron que tuviera que revisarse, y de hecho, esta tradición fue rechazada por muchos pensadores judíos, entre ellos, Jesús y, con él, el cristianismo (véase Jn 6,15, donde Jesús escapa de aquellos que quieren hacerle rey porque los ha alimentado).

Este cuestionamiento nos permite introducir otra tradición mesiánica diferente, a saber, la que vincula al Mesías con el Siervo Sufriente de Isaías, tradición que el cristianismo primitivo toma del judaísmo y que se hace patente a lo largo de los Evangelios, especialmente en los relatos de Pasión, desde Marcos (donde el Mesías no se revela hasta su muerte en cruz) hasta Juan, que en 18,33ss, donde a la pregunta de Pilato “Entonces, ¿tú eres rey?”, Jesús responde: mi reino no es de este mundo”; y pasando, por supuesto, por Mateo, que en 20,25ss nos dice: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen. No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera ser grande, sea servidor suyo y el que quiera ser primero, sea esclavo suyo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos”; y sin olvidar a Lucas, que hace de su evangelio, no un viaje triunfal a Jerusalén, sino un camino de pasión hacia la muerte.

La lectura de hoy de este evangelio de Lucas plantea claramente todos estos aspectos: el rechazo del mesianismo triunfalista (“a otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el Mesías de Dios, el Elegido”); la aceptación del mesianismo del Siervo sufriente, mostrándonos a Jesús, al Justo, en el suplicio; la aceptación de un reinado mesiánico que no se corresponde con este mundo: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. […] Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”)

Esta alusión explicita del reino como el “paraíso”, nos evoca dos ideas. En primer lugar, nos evoca y alude a la escatología, al final de los tiempos, que inaugura Jesús, en cuanto aquel Mesías esperado al final de los tiempos para traer su reino; en efecto, el cristianismo interpretará como inauguración de los nuevos tiempos la muerte del Justo: al principio, de forma inminente, posteriormente, lo hará como espera de la segunda venida de Jesús como Rey y Señor, como Juez de la Creación. (En este sentido, se abre el periodo de Adviento que empezamos el próximo domingo)

Siguiendo, esta línea, la segunda evocación, estrechamente unida a la anterior, es la de la Nueva Creación: todas las cosas son recreadas en Jesucristo (Cf. 2Cor 5,17) y llevadas a su plenitud. Es, pues, un nuevo Génesis que completa el día séptimo de la creación (Ev Jn).

Esta recreación, este nuevo Génesis “en plenitud”, es, precisamente, interpretado por la Carta a los Colosenses, la segunda lectura de hoy, como reconciliación de Dios con su Creación, esto es, con todos los seres, los del cielo y los de la tierra “haciendo la paz por la sangre de su Cruz” (planteamiento que solo puede entenderse de la perspectiva mesiánica del Siervo sufriente). En esto consiste, en la escuela paulina, el mesianismo de Jesucristo: en su condición de Señor y Juez del Universo, de Rey que reina y juzga desde su cruz.

Relación con la Eucaristía

Cristo aparece en la celebración como el mediador y Señor de la asamblea que él reúne y configura en torno al misterio de su vida, muerte y resurrección. Todos comenzamos a reconciliarnos y a ejercer el señorío regio de nuestra condición libre en la fe, sobre el mundo y la sociedad.

La Iglesia de los santos-pecadores se re-crea constantemente en la Eucaristía, «memoria» actualizadora del misterio de Cristo, en la que El mismo se nos comunica, en tanto que «compartimos la herencia del pueblo santo en la luz» (segunda lectura).

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