“Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

 

Celebramos hoy un domingo marcado por tres acentos: Domingo de la Palabra, Semana de oración por la unidad de los cristianos, llamada de Jesús a la conversión y al seguimiento.

“Establezco que el III Domingo del tiempo ordinario (22 de enero) esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios”. Son palabras del papa Francisco en una carta apostólica que firmó el 30 de septiembre de 2019. También decía: “Urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes (…) Escuchar la Sagrada Escritura para practicar la misericordia: este es un gran desafío para nuestras vidas”.

La Semana de oración por la unidad de los cristianos se celebra cada año entre el 18 y el 25 de enero. En la segunda lectura de hoy san Pablo pide a los corintios: «Hermanos: Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir». Su ruego mantiene hoy toda su vigencia.

La llamada a la conversión fue palabra común en los profetas. Hoy la escuchamos con la razón de ser que el mismo Jesús le da: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Nadie se convierte por imposición sino por invitación. Y la invitación procede del Espíritu de Jesús, el mismo que nos mueve a “escuchar la Sagrada Escritura para practicar la misericordia”, que es en definitiva la mejor conversión y la mejor manera de seguir a Jesús.

LECTURAS:

Lectura del libro de Isaías 8, 23b-9, 3: “…El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló”.

Salmo 26, 1. 4.  R/. El Señor es mi luz y mi salvación

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 10-13. 17:

“Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir…”

Lectura del santo evangelio según san Mateo 4, 12-23:

“…Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos,porque está cerca el reino de los cielos»...”

Evangelizar: palabras y obras

Hoy empezamos a escuchar la narración continua de la vida pública de Jesús según el evangelio de san Mateo. Nos presenta una síntesis que incluye los elementos que definen el programa básico de la misión de Jesús: Predica y confirma su enseñanza con obras. «Comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Convertirse es cambiar la orientación de la propia vida, cambiar de criterios y de corazón, para adecuarlos al plan de Dios y experimentar que Dios reina en nuestras vidas, que nos ama, que está cerca de nosotros. Esto es lo esencial de la predicación de Jesús.

San Mateo añade que, para confirmarla: «Recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo». Su misión, pues, incluía predicación y acciones concretas de ayuda a la gente necesitada. Teoría y práctica, mensaje y acción. La palabra solo es creíble cuando la acompañan las obras.

Dice san Mateo, además, que así se cumplía la profecía de Isaías: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les brilló». No es de importancia menor que la predicación de Jesús empezara en Galilea, «dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún». La que llamaban “Galilea de los gentiles (de los paganos)” era la región de Palestina que estaba más alejada de la práctica religiosa de Israel. Eran tierras de sombras en las que una luz brilló.

El anuncio de la Palabra de Dios que hoy haga la Iglesia también tiene que dirigirlo a los más alejados, los sobrantes, los descartados, los que viven sumergidos en la oscuridad, en el dolor, en la opresión, en la injusticia. Son hoy las tierras de sombras en las que brille la luz y la práctica de la misericordia.

La llamada de Jesús: Pescadores de hombres

Enmarcada entre sus palabras y sus obras, al comienzo de su vida pública, Jesús hace también la llamada a sus primeros discípulos. Desde el mismo momento en que empieza a anunciar la buena noticia de Dios busca colaboradores: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron».

Seguir a Jesús no es copiar materialmente su vida. Significa salir del mundo que nos rodea para entrar en el espacio que rodea a Dios. Hacerlo requiere conversión. Desde nuestro bautismo entramos en ese espacio e iniciamos una conversión continua que nos acerque progresivamente a Él. San Mateo ve en Pedro y Andrés, Santiago y Juan, la representación de los discípulos de todos los tiempos en su acercamiento a Dios. Su narración presenta rasgos y detalles altamente significativos:

  • No son ellos los que se constituyen a sí mismos discípulos, sino Jesús quien les llama. No para asimilar una doctrina, ni siquiera para vivir un proyecto de vida, sino para solidarizarse con una persona (“seguidme”).
  • El atractivo de la llamada de Jesús es tan fuerte que les lleva a un profundo desprendimiento. Rompen lazos sociales, dejan su oficio y medios económicos (redes y barca), y familia (padre) para irse tras él.
  • El seguimiento es un camino. ‘Dejar’ y ‘seguir’ son verbos que indican un desplazamiento de nuestro centro vital. Seguir no es instalarse en un estado ni es simple imitación. Se trata de ir tras las huellas de Jesús y proseguir su causa.
  • Las coordenadas del discípulo son dos: comunión con el Maestro (“Venid en pos de mí”) e ir hacia el mundo (“os haré pescadores de hombres”). El seguimiento no nos coloca en un espacio separado y sectario; el mundo es el lugar donde ser discípulos y testigos de la buena noticia.
  • La llamada puede surgir en cualquier lugar. Ningún escenario sagrado, simplemente el paisaje del lago y el fondo de las duras tareas cotidianas. Dios nos llama a seguirle en nuestro entorno ordinario, en el puesto de trabajo, en medio de las tareas diarias…

Algunas consecuencias

Evangelizar es el núcleo de la misión de la Iglesia y una parte ineludible de nuestro seguimiento de Jesús. Ningún cristiano debería rehuir el anhelo evangelizador y misionero. La calidad de nuestro cristianismo se puede medir por su interés evangelizador.

La fe cristiana no se limita a adhesión doctrinal, es también conducta y vida marcada por nuestra vinculación a Jesús. Cuidémonos mucho de la tentación de querer ser cristianos sin seguir a Jesús, reduciendo nuestra fe a unas verdades o a un culto.

En el Domingo de la Palabra de Dios y en el marco de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, renovemos nuestra conversión, impliquémonos en la tarea de llevar la alegría y el consuelo del Evangelio a todos, trabajemos por la unidad de quienes creemos en Cristo y pongamos el Evangelio en el centro de nuestras vidas y de nuestras comunidades.

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