La justicia de José salvó la vida de María - María nos da a Jesús

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.
 

VIDA NUEVA

 

Evangelio: San Mateo 1, 18-24: “Jesús nacerá de María, desposada  con José, hijo de David”.

Celebrar la Navidad es traer a nuestro presente el gran misterio de la Encarnación. ¿Quién es Jesucristo? Nos acercamos a la Navidad y es preciso que como discípulos y creyentes nos interroguemos sobre su el misterio de su persona. La respuesta se encuentra en la Palabra de Dios que hemos escuchado Son tres momentos claves de la revelación divina. El Cuarto Domingo de Adviento tiene -cada año con lecturas distintas- un claro color mariano. Es como el preludio de la Natividad del Señor, que ya está cerca. En este ciclo A, el evangelio es el anuncio a José y la preparación inmediata del nacimiento de Jesús.

El recuerdo de la Madre no interrumpe ciertamente el ritmo del Aviento ni la dinámica de la reparación a la Navidad. María fue la que mejor vivió el Adviento y la Navidad: ella, la que «lo esperó con inefable amor de Madre» (prefacio II), ella, la nueva Eva, en la que «la maternidad se abre al don de una vida nueva» (prefacio IV). Ella puede ayudarnos a vivir la Navidad con mayor profundidad desde nuestra fe, no conformándonos con las claves de la propaganda de consumo de estos días y acogiendo a Dios en nuestra vida con el mismo amor y la misma fe que ella.

Navidad es revelación del amor de Dios Pero no basta un conocimiento meramente teórico como el de cualquier ciencia humana. El nacimiento del Hijo de Dios, como acontecimiento que no pasa y no es comparable a ningún otro, tiene para nosotros un alcance personal. Nace para mí,  todo el mundo. Un día san Pablo escribió emocionado: Me amó y se entregó por mí (Ga 2, 20). Ojalá usemos ese lenguaje. Debe iluminar mi vida, debe entrar en lo profundo de mi persona, debe estar presente en mis opciones. No soy indiferente ante él. Me es preciso descubrir qué implicación tiene para mi vida de familia, de trabajo, de profesión, para el mundo en que vivo, para aquellos que comparten mi vida y con los que me cruzo a diario. Tanto la lectura de Isaías como su cumplimiento, en el evangelio de Mateo (y también la antífona de la comunión), nos sitúan ante la gran convicción: Dios es un Dios cercano, un Dios que entra en nuestra historia, un «Dios-con-nosotros». Es como el Dios del éxodo: «el que es», «el que está», el que ve el dolor de su Pueblo y lo libera. El nombre que se le pondrá al Salvador es «Jesús», que significa «Dios salva»".

Nosotros somos ciertamente de los que, según decía Pablo a los Romanos, Dios ama y ha llamado a formar parte del Pueblo elegido. Y la consecuencia debería ser que nos llene por dentro «la paz y la gracia» de ese Dios que nos ama.

El Misterio del «Verbo Encarnado»

Celebrar la Navidad es traer a nuestro presente el gran misterio de la Encarnación. Es la unión en una persona de lo humano y lo divino. Encontramos en Jesucristo la realidad humana en todo lo que ella implica, menos en el pecado, dice la carta a los Hebreos (cfr. Hbr.4, 15). Y también la realidad de Dios en un gesto de condescendencia infinita. Se nos hace familiar esta maravilla de la misericordia de Dios y perdemos ante ella nuestra capacidad de asombro. Ojala la pudiéramos recuperar. La Navidad es el momento oportuno para hacerlo si silenciamos el corazón y nos hundimos en ese misterio.

El papel de María

El domingo IV nos ayuda a entrar ya en el misterio de la Navidad. El salmo nos ha hecho repetir que «va a entrar el Señor, el Rey de la Gloria». Nuestro Dios es un Dios-con-nosotros. Por encima de los aspectos más superficiales de la Navidad, el Espíritu nos quiere llenar de su gracia a todos nosotros, como a María de Nazaret, para que también nosotros colaboremos en el nacimiento de Jesús en este mundo concreto en que vivimos. El relato evangélico nos ofrece una clave más para entender el papel de María en la misión de Jesús: ella no es sólo su Madre, sino que también comparte sus sufrimientos a través de su vida, hasta la cruz. María es la nueva Eva, como afirma el prefacio IV del Adviento, el más apropiado para hoy, en el que damos gracias a Dios «por el misterio de la Virgen Madre. Porque si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de María, la hija de Sión, ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María...».

El papel de José

Y junto a María, es interesante que hoy aparezca la figura de José, un obrero que también cree en Dios, un obrero de Pueblo, humilde, bueno, un modelo también estimulante para los que somos llamados a acoger en nuestras vidas la venida del Señor. Puede acercamos todavía más a la figura de José la interpretación de los exegetas modernos: precisamente porque José ya conoce -al menos de un modo global- el misterio sucedido y sabe que el hijo que va a tener María es obra de Dios, por eso, en su humildad, no quiere usurpar para sí una paternidad que ya sabe que es de Dios y se quiere retirar. No comprende que él pueda caber en los planes de Dios respecto a la venida del Mesías de esa manera misteriosa. José, hombre bueno, abierto a Dios, obediente en la vida de cada día a la misión que Dios le ha confiado. Junto a su esposa María, son las personas que mejor esperaron y acogieron la llegada del Hijo de Dios a nuestra historia. Podríamos decir también de José lo que Isabel dijo a María: «feliz tú, porque has creido”.

Relación con la Eucaristía

El Pueblo de Dios se inicia y progresa en el misterio de Jesús en la Celebración Eucarística. Aquí debemos renovar nuestra conciencia de Pueblo mesiánico, para adquirir la responsabilidad que tenemos sobre el destino de la humanidad. Igualmente, adquirimos conciencia de nuestra salvación por la obra ya realizada por Cristo y que exigirá de nosotros aceptación y obediencia. Y como la Navidad fue «obra del Espíritu», también lo es nuestra Eucaristía. En la oración sobre las ofrendas le pedimos a Dios que «el mismo Espíritu que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique estos dones que hemos colocado sobre tu altar». Esto no tendría que suceder sólo en nuestra celebración litúrgica, sino también en nuestra vida

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