La caridad universal

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.
 

VIDA NUEVA

 

Evangelio: san Mateo 5,38-48: «Amen a sus enemigos»

Seguimos escuchando al Señor que nos habla en el Sermón del Monte. Nos llega el eco lejano de las Bienaventuranzas y su mandato inicial: Sean luz y sal del Reino de Dios en el mundo. El Señor nos señala el camino que debemos seguir para realizar esta misión que nos ha encomendado.

El tema litúrgico de hoy es el amor y la misericordia universal. Seguimos leyendo este Domingo (7º del tiempo ordinario) el «Sermón de la Montaña», con páginas a cual más exigentes y concretas sobre cómo debe comportarse un seguidor de Jesús en este mundo. El Domingo pasado escuchábamos el «yo les digo» aplicado al homicidio o al insulto del hermano, a la fidelidad matrimonial o al divorcio, y al uso de los juramentos. - Esta vez se aplica, con la correspondiente profundización y radicalización de la doctrina anterior, a la caridad fraterna, el aspecto que caracteriza más a este Domingo. - Se ve muy bien, en las lecturas de hoy, la estrecha relación que se busca entre la primera y la tercera: la lectura del AT (Levítico) anticipa la lección que nos dará Jesús en el evangelio (Mateo), con muy parecidas motivaciones para el amor fraterno.

«Sean perfectos»…

Es el momento de revisar el estado de nuestro corazón en este punto del amor al prójimo. La vida nos trae múltiples ocasiones en que nos sentimos lejanos de los demás, heridos quizás por sus comportamientos. Nos hacemos imágenes negativas de muchos, los juzgamos y censuramos y olvidamos la palabra del Señor que nos pide no juzgar y no condenar, para no ser juzgados ni condenados. Quizás tenemos motivos para desconfiar y para poner distancia con algunos. El Señor nos pide comportamientos que nos pueden parecer incluso heroicos. Es un campo en el que debemos progresar hasta despejar del todo el corazón de todo resentimiento. El mismo Señor nos ha fijado la meta, inalcanzable en este mundo, pero siempre perseguida con generosidad: Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto.

Es nuestro Padre que nos atrae sin cesar hacia él. Nunca nadie logrará llegar a esa perfección divina. Pero lo propio de toda educación en la fe es precisamente fijarse metas que nos mantienen siempre en tensión hacia el futuro y hacia lo alto. Si lográramos en este mundo lo que nos proponemos en el campo de la vida espiritual pondríamos punto final a nuestra búsqueda de Dios. Somos eternos aprendices del amor divino.

¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?

Un héroe de la no-violencia, Martin Luther King, escribió: - «Los océanos de la historia se hicieron turbulentos por los flujos, siempre emergentes, de la venganza. El hombre no es llevado nunca por encima del mandamiento de la ley del talión: “Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.” A pesar del hecho de que la ley de la venganza no resuelve ningún problema social, los hombres continúan dejándose llevar por su desastrosa guía. La historia se hace eco del estruendo de la ruina de las naciones y de los individuos que han seguido este camino autodestructivo». - Se puede decir que las recomendaciones que hoy escuchamos a Jesús, que son continuación de aquella lista de bienaventuranzas con la que da inicio su sermón del monte, es precisamente el cumplimiento de estas bienaventuranzas. Aquí se ve quiénes son los «pacíficos de corazón», o los «obradores de paz» o los «misericordiosos» a los que Jesús llama bienaventurados. Además, hoy es como si desarrollara aparte la cuarta bienaventuranza: «dichosos cuando los odien y los insulten». Es la bienaventuranza de los no violentos, de los que no responden con el mal al mal que reciben, sino que saben detener la dinámica de la venganza, de los que rompen la espiral de la violencia y de los contraataques, y saben perdonar. Cosa que evidentemente es rara en este mundo, tanto en el terreno más doméstico como en el socio-político nacional e internacional.

Relación con la Eucaristía: El Señor está en nosotros y con nosotros, que nos reunimos en su nombre para celebrar el memorial de su Muerte y Resurrección. Por eso, esta celebración es expresión del respeto y amor que nos debemos los unos a los otros. Y de otra parte, la Eucaristía debe ser el punto de arranque para llevar al mundo el calor y el testimonio del amor cristiano, amor que debe llegar incluso al enemigo.

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