Pan partido para un mundo enfermo

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

Generalmente estamos más inclinados a «recibir» que a «dar». En una palabra, nos cuesta dar. Preferimos recibir, ser centro alrededor del cual gire todo: la familia, los amigos, mi trabajo, el mundo en que vivo.

 Lecturas:

 2Re. 4, 42-44: «Comerán y sobrará»

 Sal. 145(144): «Abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente»

 Ef. 4, 1-6: «Anden como pide la vocación a la que fueron convocados»

 San Juan 6, 1-15: «Este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo»

Un mundo hambriento

 Vivimos en un mundo necesitado del alimento divino. A duras penas puede satisfacer su hambre material. Incluso el rico debe sentir que cuando alguien muere de hambre en el mundo la humanidad a que pertenece ha fallado. Ese mundo debe escuchar la palabra de Jesús: ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? Pero también debe pensar que su necesidad es más honda. Que, sólo siguiendo a Jesús hasta la montaña, escuchando su palabra, tomando su Eucaristía, en plena solidaridad, sin discriminar a nadie, puede realizar la totalidad de su vida. Si no lo hace en su vida habrá siempre un vacío intolerable. Nuestra solidaridad con el hombre de hoy no va solo a satisfacer sus necesidades temporales sino a llevarlo al Señor para dar satisfacción plena a su vida. Lo uno no dispensa de lo otro. Pero debemos empezar por nosotros mismos y con los que están en nuestro entorno. Vivir en Iglesia hoy ese momento inolvidable del pan compartido: el material y el de la Eucaristía.

 Dios sabe que necesitamos pan para vivir y nos lo da habitualmente en forma de cosecha. Cuando la cosecha falla, lo hace en forma de milagro. Es lo que se narra en la lectura de hoy. Un hombre creyente hace su ofrenda a Dios. Como hay muchos hombres necesitados esa ofrenda se multiplica para saciar el hambre de aquellas gentes.

 El poco pan de que se dispone, puesto en manos de Dios, hace posible el milagro. Un acontecimiento parecido lo vamos a ver repetido en el Evangelio de hoy. Es cierto que no está en nuestras manos la posibilidad de cubrir las abundantes necesidades de los hombres.

 El valor del compartir

 Jesús, el Señor, con cinco panes y dos peces quita el hambre de una gran multitud de personas. En primer lugar, vemos que Jesús les estuvo hablando de Dios largamente, porque "no sólo de pan vive el hombre".

 Y ahora nos quiere mostrar que Dios no abandona al que confía en él. Y realiza el gran milagro. Pero puede realizar el milagro gracias a la actitud acogedora de la gente que se sienta en el suelo cuando él se lo indica (esto ya es un verdadero milagro de confianza), y la generosidad de aquel muchacho que puso en sus manos lo poco que tenía: cinco panes y dos peces.

 El muchacho no se los guardó para él «porque era lo único que tenía y lo necesitaba», sino que lo ofreció al Señor. Y las cosas pequeñas, puestas en las manos del Señor, producen verdaderos milagros.

 «A Dios rogando y con el mazo dando»

 Dios no puede gobernar al mundo a base de milagros. Sería como gobernarlo a base de «decretos». El milagro es un «signo» que nos indica que Dios no abandona al mundo creado por El. A propósito del prodigio que hace Jesús con los panes, de este «signo» realizado por el Señor, cabe preguntarse ¿cuántos de aquellas personas pasarían del signo a lo significado, de la emoción a la fe, del Cristo milagrero al Cristo Salvador? Jesús tuvo que retirarse al silencio de la noche para hacer oración al Padre y pensar que aquel pueblo (como el nuestro), aparte de la urgente necesidad de pan, tenía mucha necesidad de luz.

 La solución que ofrece Jesús es la de poner a disposición de todos lo poco o mucho que tengamos. Pero Jesús, antes de proceder a dar de comer a la multitud necesitada, pronunció la acción de gracias al Padre. Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son regalo del Padre a la Humanidad, podemos ponerlos al servicio de los hombres. Al restituir a Dios con su acción de gracias los bienes de la tierra, Jesús los orienta hacia su verdadero destino que es la comunidad de todos los hombres.

 Nuestro compromiso

 El cristiano sabe que está llamado a vivir como vivió Cristo. El dio la vida por los suyos, optó por amar hasta el extremo, sacrificó su cuerpo y derramó su sangre por todos, en una palabra, lo dio todo, y nos dijo: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos».

 El cristiano tiene que definirse ante este mensaje, sintetizado en las lecturas de la Liturgia de hoy. Todos tenemos la obligación de dar y de darnos. Pero algunos se contentan con dar parte de lo que les sobra, mientras que otros dan con generosidad incluso lo que necesitan. Otros no pueden dar, porque no poseen nada. Pero todos pueden darse. El que da sin darse sigue siendo egoísta. Degenera su cristianismo. Sigue amando su vida. El que da y se da con humildad al pobre, al enfermo, al hambriento, al encarcelado, al necesitado, escuchará de labios del Señor: «Ven, bendito de mi Padre, recibe la herencia del Reino».

 Relación con la Eucaristía

 Al celebrar la Eucaristía vemos que Jesús nos ofrece compartir un poco de pan, que es El mismo que se fracciona para que llegue a todos. Es un Pan que nos está recordando la fraternidad existente entre todos nosotros de tal forma que no seamos causantes de que haya hambrientos de pan y de Palabra entre nosotros. 

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