Universalidad de la Salvación y esfuerzo por lograrla

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.
 
VIDA NUEVA

Evangelio: san Lucas 13, 22-30: Vendran de oriente y occidente a tomar parte en el banquete de Reino de Dios.

El plan salvador de Dios cobija a todos los hombres y mujeres de la historia, en todos los tiempos y lugares. Para Dios el hombre es su criatura que lleva su imagen y semejanza (Gn. 1, 27) y, aún más, a partir de la Encarnación, todos son sus hijos, conocidos y amados en su Hijo Jesucristo. Así nos lo enseña la lectura de la Palabra de Dios de este Domingo.

Las dos puertas

Tengamos el valor de hacernos la pregunta fundamental que da sentido a la vida. Nos  preguntamos tantas cosas: Qué camino escojo, cuál profesión, qué sitio, en qué partido o movimiento me inscribo, a quién escojo para fundar el hogar, quiénes van a ser mis amigos. Dios nos da hermanos que no escogemos sino que recibimos como don suyo.

Pero es bueno que en momentos claves de la vida nos acerquemos a lo profundo de nuestro corazón y allí nos interroguemos con verdad si el camino que seguimos es el camino de la vida o el camino de la frustración eterna.

El mundo nos ofrece la puerta ancha, el Señor nos invita a entrar por la puerta estrecha. Sabemos lo que significa eso. No lo tomemos como un camino de tristeza y amargura. También las vamos a encontrar en el camino fácil. Entremos por el camino del Señor con valor y alegría. Sepamos llenar la vida de esperanza, de compromiso, de solidaridad, de fidelidad en el seguimiento del Señor. Cuando leamos el evangelio, en todo paso, digámonos qué me está pidiendo el Señor a mí. No pensemos que son palabras para otro. Han salido del corazón del Padre Dios para cada uno de nosotros.

La puerta estrecha de la salvación reclama la necesidad de parte del hombre de

empeñarse en acceder a tal don. La imagen no dice que Dios quiere hacer difícil la entrada a la salvación, sino que subraya la corresponsabilidad del hombre, la exigencia del trabajo y el empeño de alcanzarla. El pasar por la puerta estrecha – según San Cipriano – indica transformación: «¿Quién no desea ser transformado lo más pronto posible a imagen de Cristo?». La imagen de la puerta estrecha es símbolo de la obra de transformación que empeña al creyente en un lento y progresivo trabajo sobre sí mismo para delinearse como personalidad plasmada por el Evangelio.

Precisamente el hombre que arriesga la perdición es aquél que no se propone ninguna meta y no se empeña en ninguna relación de reciprocidad con Dios, con los otros y con el mundo. Muchas veces la tentación del hombre es proponerse otras puertas, aparentemente más fáciles e utilizables, como la del repliegue egoísta, no importarle la amistad con Dios y las relaciones con los demás.

Llamada universal

Al Pueblo de Dios están llamados todos. La primera lectura, escrita luego del regreso de Babilonia muchos años antes de la venida de Cristo, nos cuenta aquella procession incontable de pueblos hacia Jerusalén. «Vendrán para ver mi gloria», dice el texto. Esa gloria no es sólo el esplendor divino que encandila al hombre y provoca en él la admiración y la alabanza, sino sobre todo la manifestación de Dios cuando, haciendo gala de su poder y su misericordia, interviene para salvación de todos.

 

El tema de la actividad misionera de la Iglesia -como ya se ha dicho en otras ocasiones- es abundante en Lucas,como corresponde a un discípulo de Pablo. Entre los diversos modos de situar esta actividad misionera, la que se desprende de los textos de hoy es particularmente profunda: el anuncio del Evangelio a todo el mundo no es algo que se pueda hacer o dejar de hacer, según parezca; la Iglesia está comprometida en ello, por voluntad de Jesús y por fidelidad al gran designio de Dios.

Dios no condena...

Se oye decir que Dios es bueno y no puede castigar. Que es Padre y no puedecondenar. Y es verdad. Se tiene razón. Dios es bueno y no castiga. Dios no condena. Somos nosotros quienes nos cerramos la puerta, equivocamos el camino, nos salimos de la ruta y nos provocamos el accidente. Somos nosotros, por tanto, quienes nos salvamos o nos perdemos.

Relación con la Eucaristía:

La Eucaristía reúne una asamblea en la que no se necesita otra carta de identidad que la participación sacramental en la salvación de Jesucristo. No es la «mesa de los amigos», sino la «mesa de los cristianos».

Al reunimos para celebrar la eucaristía, la misa, pensemos que es el Señor quien nos convoca para:

— compartir y proclamar en alto nuestra fe,

— escuchar y acoger la Palabra de Dios con generosidad,

— revisar nuestro compromiso cristiano,

— y reafirmar nuestro propósito de fidelidad a Dios.

La salvación ya realizada, se va construyendo y haciendo realidad poco a poco en cada uno. En la Eucaristía celebramos la salvación que Cristo nos otorga. El proyecto de salvación-liberación en cada uno, en la comunidad y en el mundo se hace entrando en el misterio de Cristo, que nos rescata para una vida nueva, por eso estamos alegres; lo celebramos cultualmente, para que toda la vida tenga sentido salvador.

 

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