La luz que disipa la ceguera

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.

Vida Nueva

Cuarto domingo de Cuaresma

1Samuel 16, 1b.6-7: «El Señor no ve las apariencias sino el corazón»»

Salmo 23(22): «El Señor es mi pastor, nada me falta»

Efesios. 5, 8-14: «Antes eran tinieblas, pero ahora son luz por el Señor»

San Jun 9,1-41: «Creo, Señor»

Si el tema litúrgico del  Domingo  pasado fue la gracia salvadora de Jesús como agua viva, en este domingo ésta es presentada como luz, que disipa las tinieblas del error y del mal.

La primera lectura nos cuenta cómo David es escogido como primer rey de Israel. Es elegido por Samuel, Juez y Profeta de Dios. Iluminado por el Espíritu, Samuel es capaz de tomar una buena decisión, sin dejarse engañar por falsas apariencias.

«Cristo será su luz» es el mensaje de San Pablo. Participamos en la luz de Cristo. Si es así, no debemos seguir los caminos de las tinieblas, como antes, sino los caminos de la luz, dejando atrás el pecado, el mal y el materialismo. La Cuaresma es una invitación a luchar contra las formas de tinieblas que aún se aferran a nosotros, a fin de prepararnos para el don pascual de la luz.

Para subrayar el tema de la salvación como luz, la Iglesia nos presenta hoy el Evangelio de la curación del ciego de nacimiento. Esta curación es una parábola de nuestra propia sanación espiritual de las cegueras del corazón, por obra de Jesús.

Destaquemos algunas reflexiones sobre este Evangelio:

a) La ceguera de espíritu es también un mal: la incapacidad de «ver» los valores de la fe; error y confusión con respecto al bien y al mal; incapacidad para hacer discernimientos cruciales en nuestra vida.

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