Vigilancia y esperanza

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

Así empieza la liturgia de Adviento - 27 de noviembre. Un tiempo que, con su invocación ¡Ven, Señor!, acentúa el sentido de cada domingo, porque cada domingo es una celebración de la venida de Jesús, recordamos la Pascua del amor entregado de Cristo, el Señor nos invita a sentarnos a su mesa, y a la vez nos anticipa las primicias de la mesa del Reino.

«Al final de los días», dice el profeta. Esos días finales son los del Mesías, los de Jesucristo. Serán días en que Dios estará más cercano, a nuestro alcance; una luz poderosa brillará desde lo alto de un monte; la Palabra de Dios resonará en nuestros corazones; todos los pueblos escucharán mensajes de libertad y esperanza; las armas se enterrarán y la paz se impondrá progresivamente; el otro ya no será rival sino huésped, y en el rostro de todos veremos a Cristo.

Son sueños que se hicieron realidad en Jesucristo, pero seguimos soñando. Él es profecía cumplida. En Cristo el final de los días fue ayer, es hoy, será mañana. Son las tres dimensiones de la venida de Cristo que reúne el Adviento: Nos prepara para recordar el hecho histórico de su Encarnación, nos recuerda su presencia actual entre nosotros, y nos abre a la esperanza de la consumación de todo en Él.

Necesitamos recuperar la capacidad de soñar. Una característica de nuestro tiempo es el desencanto, la decepción. Muchas personas prescinden de las grandes ilusiones e ideales, y buscan su propia satisfacción y felicidad inmediata. El Adviento quiere ofrecernos motivos de esperanza. Nos recuerda que Dios es la plenitud de la Vida, que ama el mundo, que vino a él, que sigue estando presente y que vendrá. Su venida salvadora, para la que se nos invita a prepararnos, es el gran mensaje de este tiempo.

LECTURAS:

Lectura del libro de Isaías 2, 1-5: “Será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas…”

Salmo

Salmo 121 R/. Vamos alegres a la casa del Señor

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 13, 11-14ª ”:..Dejemos las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz…”

 Evangelio según san Mateo 24, 37-44 : “Estén en vela, porque no saben qué  día vendrá su Señor…”

 Reflexión del Evangelio de hoy

 Motivos para la esperanza, Dios no falla

Vivimos una seria crisis de credibilidad de las instituciones clásicas que por siglos dieron fundamento a los valores humanos, culturales y religiosos: Familia, Escuela, Iglesia. Parecería que no hay ya más razones para la esperanza. Es una sensación real, pero necesita el esfuerzo de situar correctamente nuestro desencanto. La causa de la decepción son las personas y las instituciones, sus comportamientos, sus actuaciones, sus promesas incumplidas, sus debilidades y errores. Basados en los valores y en los proyectos más nobles podemos hacer grandes obras, pero también somos mezquinos y capaces de inhumanidades terribles.

El tiempo litúrgico del Adviento nos ofrece motivos de esperanza. El profeta Isaías nos lo manifiesta en la visión del Señor que reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios. Habla de la esperanza de tiempos nuevos y mejores, entreviéndola en medio de la turbulencia política, económica, social y religiosa que le tocó vivir. Dios no falla, es fiel en su amor y hace posible la vida humana en medio de todas las dificultades.

Reforzar la esperanza y la vigilancia

Solo podremos apreciar el amor de Dios con dos actitudes que el Adviento nos recuerda: la esperanza y la vigilancia.

Tener esperanza no es lo mismo que esperar. Esperamos cuando lo que llega se debe al esfuerzo humano. Tenemos esperanza cuando lo que adviene nos sobrepasa humanamente. Esperar nos sitúa en estado de receptividad. Esperar con esperanza es estar convencidos de que llegará algo que supera nuestras fuerzas, en nuestro caso el Reino de Dios en su plenitud.

Espera y esperanza no se contraponen, más bien la esperanza cristiana pasa a través de genuinas esperas humanas. Podemos esperar muchas cosas, pero tener muy poca esperanza y podemos tener una gran esperanza con pocas esperas humanas. Hay esperas pasivas, de los no comprometidos; hay esperas interesadas, del tipo ‘doy para que me den’; y hay esperas activas y creadoras, de los que aportan cada día su esfuerzo para tener un poco más cerca lo que esperan.

Esperar –con esperanza– es “desear provocando”, desear algo tan apasionadamente que uno se entrega a la realización de lo que espera. Dios nos ha prometido el Reino como una tarea, una misión, un quehacer apasionante. Adviento es tiempo para alimentar la virtud de la esperanza. Jesucristo esperó siempre activamente la venida del Reino, su plenitud, a pesar de los fracasos momentáneos. Y cuando todo parecía hundirse, él seguía fiel.

A la esperanza la complementa otra actitud imprescindible a la que nos invita el Adviento: Vigilancia.

Nos dice San Pablo: «Es hora de espabilarse porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer». Y Jesús: «Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Vigilar es velar solícitamente durante un tiempo, hasta alcanzar el fin deseado. Exige tener los ojos abiertos y cuidar con responsabilidad. Vigilar ante la llegada de Dios equivale a estar despiertos, en disposición de servicio, atentos ante el futuro sin descuidar el presente, abiertos a reconocer la presencia de Dios y de su reino en los acontecimientos y a actuar en consecuencia.

Nuestro Adviento personal: Dios viene a mí

Ante la llamada a espabilarnos podríamos pensar que solo se trata de poner nosotros algo más de empeño, de atención, de buena voluntad en nuestra vida cristiana. Está bien ponerlo, es necesario, pero no es ni suficiente ni lo más importante. No se trata de lo que nosotros debemos hacer sino de lo que Dios hace en nosotros. La iniciativa la tiene él. El amor es suyo. Nuestra intervención es siempre segunda, en respuesta a la suya. Él es además el origen de nuestra respuesta, quien nos conoce y ama, quien comienza la relación viniendo a nuestro encuentro.

Cuando en Adviento repetimos la invocación: ¡Ven, Señor!, –como en el padrenuestro pedimos ¡venga a nosotros tu Reino!–, en realidad, no pedimos tanto que venga el Señor –ya está en nosotros– como que cada uno de nosotros comprenda y viva la presencia y la acción amorosa del Dios que viene a nosotros. Y que de ahí surja la respuesta de corresponder a su amor, a su venida constante.

San Pablo nos invita: «Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz». Quiere decir: Rechacemos toda manipulación de la verdad, toda dominación de unas personas sobre otras, todo lo que nos defrauda, nos decepciona y atenta contra la esperanza; y asumamos claramente las causas de la paz, de las relaciones justas, de la dignidad de todas las personas, de la verdad que nos hace libres, de los valores del Reino de Dios que ya vamos gustando y que fortalecen nuestra espera esperanzada de un Dios que viene a nosotros y desborda todas nuestras expectativas.

Al iniciar un nuevo Adviento descubramos a Dios como Padre, origen y causa de todo bien, y pidamos crecer en esperanza y en el amor que reaviva nuestra ilusión de vivir.

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