“Dichosos…”

Por Héctor de los Ríos |
610

P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

En el lenguaje común relacionamos la dicha con algo bueno, con algo que provoca gozo interior y con una indecible felicidad que viene de lo profundo de nuestro ser. Para cualquier persona religiosa la dicha verdadera es sentirse en comunión con la divinidad, con Dios. La persona religiosa sabe que vive en este mundo y que se siente ciudadano de la tierra, pero al mismo tiempo, aunque no sepa explicar cómo, también sabe que no es ni pertenece por entero a este mundo, se sabe ciudadano de un espacio y de un tiempo que están más allá de todo aquello que percibe por sus sentidos.

La experiencia religiosa cristiana nace del encuentro entre el ser humano y el espíritu de Jesús resucitado de entre los muertos. Jesús, el Cristo, está presente en medio de nosotros de manera espiritual, que es una manera de ser de la realidad. El cristiano, como persona religiosa, se sabe acompañado de Dios por medio de su Palabra, por medio de gestos y símbolos sacramentales, por medio de acciones portadoras de consuelo y de sentido. El creyente sabe que Dios existe y que su presencia es tan real como el aire que respira, aunque no pueda verlo con sus ojos sensibles.

Las Bienaventuranzas del Evangelio son verdaderas consolaciones porque la persona religiosa, el creyente, como parte de la creación del mundo, no puede dejar de experimentar la desgracia, el dolor, la angustia, la decepción, el sufrimiento, etc. Sin embargo, y al mismo tiempo, encuentra en su experiencia religiosa la fuerza y el impulso necesarios para sobreponerse a todo aquello que es negatividad y que amenaza a su vida y persona. Las consolaciones son momentos trascendentales en nuestra existencia porque por medio de ellas la esperanza descubre que el cielo y la tierra no son dimensiones separadas ni desconectadas entre sí, antes, al contrario, intuye que forman parte de una misma realidad salidas de la mano del creador.

LECTURAS:

Lectura de la profecía de Sofonías 2, 3; 3, 12-13

“Buscad al Señor los humildes de la tierra, los que practican su ;derecho, buscad la justicia, buscad la humildad, quizá podáis resguardaros  el día de la ira del Señor…”

Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10 R. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 26-31:

«el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12ª:

«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos…”

Buscadores del verdadero Dios

Según la Biblia, uno de los pecados más abominables es el de la idolatría junto con el de tomar el nombre de Dios en vano. Tienen en común estos pecados el negar la trascendencia y libertad de Dios. Si la persona está en busca de Dios, Dios también está en la búsqueda de aquellos que sean de su agrado. Aunque justos y pecadores, esclavos y libres, súbditos y señores, explotadores y explotados se dirijan al mismo Dios con ruegos, súplicas y oraciones, Dios no otorga el mismo favor a unos que a otros.

Dios no solo está en búsqueda de individuos, también busca un pueblo que ponga su entera confianza en Él. En el Antiguo Testamento se hace referencia a esta búsqueda por parte de Dios de un pueblo que le sea fiel, que respete sus preceptos, que lo celebre y le ofrezca culto de acuerdo con la justicia y que su nombre sea glorificado por la boca de aquellos que le buscan con corazón sincero, aunque solo sean unos pocos, un resto.

En el Evangelio de San Juan, centrándonos en el Nuevo Testamento, y en los demás Evangelios, Jesús, el Hijo de Dios, es rechazado y despreciado como el Mesías, como aquel que viene a traernos la libertad verdadera de parte de Dios. Jesús vino a los suyos, al pueblo judío, pero ‘los suyos’ lo rechazaron mayoritariamente. Solo un pequeño resto, un grupito de seguidores, son los que darán inicio al Nuevo Pueblo de Dios, a la comunidad de la Nueva Alianza, son los cristianos, es la Iglesia. Ellos son los buscadores del Dios verdadero.  

Aquellos que Dios prefiere

De entre todos, Dios prefiere a aquellos que están dispuestos y disponibles para recibir y vivir la Palabra de Dios. Hombres y mujeres sencillos y descomplicados que tratan de vivir su fe religiosa de forma simple y devota. De la lectura de los Evangelios, de los Hechos de los Apóstoles y de las diversas cartas que forman parte del Nuevo Testamento, se desprende una particular preferencia de parte de Dios por los pobres, los humildes y sencillos, por todos aquellos que ponen la confianza de sus vidas en la Providencia de Dios.

Los pobres, los humildes y los sencillos son preferidos por Dios no a causa de su precariedad económica, o por su escasa formación intelectual, o por su falta de coraje emprendedor, nada tiene que ver con eso, sino por estar en mejor disposición y capacidad para recibir y vivir, con gozo y alegría, la fuerza y el vigor que la Palabra de Dios desprende. Poner la confianza en Dios antes que en la riqueza, la inteligencia humana, el éxito social o el prestigio personal, es estar abierto a la experiencia divina y al encuentro solidario con los demás.

Según un antiguo documento conocido como ‘La Carta a Diogneto’, los cristianos en el mundo no se caracterizaban porque llevaran una vida aparentemente diferente al resto de las demás personas, lo que les hacía diferentes a los ojos de los demás era la honestidad de sus vidas, el modo recto de llevar sus negocios y el modo fraterno y desprendido como vivían entre ellos. A los paganos les impresionaba la vida y el comportamiento moral de los cristianos, su piedad religiosa y la sincera coherencia de vida con la fe que profesaban.

El cielo como horizonte, el lugar de nuestro destino: el Paraíso

¿De dónde sacan su fuerza, su compromiso y su convicción los cristianos? Tanto los cristianos de entonces, como los de ahora, sin duda, bebemos de diferentes fuentes, pero de un mismo manantial: del Espíritu de Cristo. Las palabras y gestos de Jesús son para los cristianos de todos los tiempos la hoja de ruta. Formando parte de este camino, Las Bienaventuranzas constituyen la Carta Magna para los seguidores de Jesús de todos los tiempos y que, además, han de saber interpretar y vivir en las muy diferentes culturas y situaciones donde los cristianos viven y expresan su fe.

Uno de los filósofos más influyentes de nuestro tiempo, ya muerto hace tiempo, llamado Federico Nietzsche decía que los cristianos son culpables y enemigos de la humanidad por haber hecho de los pobres, los cojos, los ciegos, los resignados, los sufridos, etc. el ideal del hombre bueno a quien Dios aprecia, es decir, por haber idealizado como modelos de imitación a los despreciados, a los deficientes, a los miserables, a los fracasados, a los resignados… porque ellos heredarán la gloria de Dios y vivirán en el cielo. Este filósofo reaccionó furiosamente contras las Bienaventuranzas.

En muchas partes del mundo, en apariencia por motivos distintos y diversos, los cristianos son martirizados, marginados y despreciados por otros grupos religiosos, por declarados ateos y por los que dicen llevar la bandera secularización declarándose indiferentes religiosos. Habría que viajar hasta los siglos tercero y cuarto para encontrar en la historia una persecución a los cristianos de forma parecida. Sin embargo, la fe cristiana está edificada sobre la firmeza y el convencimiento que Dios, el Dios de las promesas, el Dios de Jesús, ha compartido nuestra humanidad, se ha hecho uno de nosotros, y que además se ha puesto de parte de los pobres, marginados, los despreciados y humillados de este mundo, optando por ellos. Hace pocos días hemos celebrado la Navidad, el misterio radical de la Encarnación del Hijo de Dios, y de Dios mismo, Las Bienaventuranzas expresan la apuesta decidida de Dios por esta humanidad en busca de sentido y realización.

Reciban todos mis cordiales saludos. Dios les bendiga y la Virgen Madre les proteja.

Búsqueda personalizada

Caliescribe edición especial