La ascensión del Señor: Envío Misionero

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

Vida nueva

Pascua es un acontecimiento en tres dimensiones: la Resurrección del Señor, su Ascensión al cielo y Pentecostés (el Espíritu Santo enviado por el Señor). Últimamente las liturgias dominicales han puesto énfasis en la Resurrección. Este Domingo celebramos la Ascensión y el próximo terminaremos la «Cincuentena Pascual» con la solemnidad de Pentecostés.

La Ascensión es como el desarrollo del acontecimiento de la Pascua, su plenitud, que todavía «madurará» más con el envío del Espíritu. Pascua, Ascensión y Pentecostés no son unos hechos aislados, sucesivos, que conmemoramos con la oportuna fiesta anual. Son un único y dinámico movimiento de salvación que ha sucedido en Cristo, nuestra Cabeza, y que se nos va comunicando en la celebración pascual de cada año. Se pueden leer con provecho los números que  el Catecismo dedica a la Ascensión del Señor: CIC. 659-667.

LECTURAS:       

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11: «Fue levantado en presencia de ellos»

Salmo 47(46): «Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas».

Efesios 1,17-23: «Lo sentó a su derecha en el cielo»

San Lucas 24,46-53: «Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo»

¿QUÉ NOS DICE la PALABRA?

¿Qué nos dice Dios a través del texto? Atendamos a nuestro interior. El texto propone una proclamación en nombre de Jesús. ¿Qué contenido tiene en nuestro caso esa proclamación? Conversión y perdón son experiencias, ¿Qué experiencias propicia nuestra proclamación en nombre de Jesús? ¿Cómo, cuándo, a quién evangelizamos? ¿Cómo somos testigo de Jesús, desde qué experiencias en nuestra vida? El texto destaca la alegría al hilo de la bendición de Jesús, ¿cómo expresar hoy esa gran alegría, expresión de la presencia de Jesús en nuestras vidas, en medio de tantos problemas y circunstancias difíciles?

Victoria sobre la muerte

De acuerdo con San Pablo, la ascensión es la última confirmación del Señorío de Cristo a través de la historia. Este Señorío es fuente de esperanza: esperanza en que la historia puede hacerse mejor; esperanza en un mundo mejor. El futuro de la humanidad es Cristo, no el hombre ni los modos humanos.

En el Evangelio, la fiesta de la Ascensión del Señor nos recuerda el hecho de nuestra futura ascensión al cielo. Nuestra resurrección después de la muerte es una verdad esencial de nuestra fe cristiana. No sólo inmortalidad de nuestras almas, sino también de nuestros cuerpos. Toda la persona entrará en la eternidad, como lo hizo Jesús.

Esto nos trae a la idea de nuestra vida después de la muerte, y la idea del cielo y la eternidad. Es muy difícil para nosotros imaginar nuestra vida más allá de la muerte, ya que sólo tenemos la limitada experiencia de vivir de acuerdo con tiempo y lugar, mientras que Dios y el cielo y la vida eterna no tienen tiempo y lugar en el sentido terreno. Desprendámonos de nuestra imaginación al tratar de estos hechos que están más allá de nuestra experiencia. S. Pablo dice: «Lo que ni el  ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman».

Renunciemos a tratar de entender los «cómos», los detalles externos, y apeguémonos a la fe substancial de la Iglesia. Creemos que después de la muerte encontramos a Dios. Morimos entre las manos misericordiosas de Dios. Creemos que nuestra persona entera -cuerpo y alma- serán llenados con la propia felicidad y plenitud de Dios. Creemos que esta plenitud es perdurable y siempre renovada.

La Ascensión de Cristo supone el dominio definitivo sobre todo lo que amenaza a la existencia humana. La Iglesia, por tanto, debe asociarse a todas las tareas en favor del ser humano, especialmente de los más necesitados, que es la prioridad del ministerio apostólico el Papa Francisco: «¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!» (PAPA FRANCISCO, Discurso en el encuentro con los Periodistas, Sala Pablo VI del Vaticano, Sábado 16 de marzo de 2013).

Ausencia - Presencia

La Ascensión de Jesús señala, en la narración de Lucas, la tensión en la que entra la comunidad de los discípulos desde aquel momento, una vez han terminado las manifestaciones del Resucitado: una tensión entre la ausencia del Señor y, al mismo tiempo, su presencia.

Relación con la Eucaristía

Las posibilidades de actualización eucarística de esta fiesta son múltiples: -

- Habría que destacar, en primer lugar, el comentario de San León Magno, Papa, precisamente en una homilía sobre la Ascensión: «Aquello que fue visible en nuestro Redentor, ha pasado ahora a los sacramentos». Y, centralmente, esto se realiza en la Eucaristía.

- Una vez más habrá que subrayar este elemento decisivo: la celebración eucarística no es la simple memoria histórica de unos acontecimientos, sino la actualización de comunión y presencia con el protagonista de los mismos, «que ha entrado en el cielo para presentarse ahora en el acatamiento de Dios a favor nuestro». Por eso podemos decir «hoy», hablando de la Ascensión, porque Jesucristo está «ante Dios» en el perenne «hoy» de su Misterio.

- De aquí también se puede derivar una catequesis sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que tenga en cuenta al mismo tiempo el hecho de la ausencia del Señor según la forma natural de ser, en la que está presente a la derecha del Padre, y la presencia sacramental, igualmente real -aunque no natural- en la que está entre nosotros, bajo las apariencias del pan y del vino de la Eucaristía.

Aquí está el sentido más fuerte del «sacramento», como elemento de presencia y mediación de comunión entre el misterio de Cristo y la Iglesia del tiempo presente. En la Eucaristía ¡se nos da y ofrecemos al Señor de la gloria!

¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?

¿Qué dimensión de nuestra vida puedo cambiar? ¿Qué hacer, por poco que sea, para verdaderamente proclamar la Palabra, para hacerlo más al estilo de Jesús? ¿Qué hacer para ser bendición de Dios para quienes nos rodean, para ser alegría y Evangelio? ¡Algo que esté en nuestras manos de modo realista!

Compromiso con la Misión

La gloria de la Ascensión al cielo es una llamada para todos, pero como última etapa de una vida vivida de acuerdo con esta llamada. El cielo de cada hombre se prepara y de alguna manera se anticipa en este mundo. Esto es lo que quiere decir la predicación y promoción del Evangelio del Reino, aquí y ahora.

No debe entonces sorprendernos que el acontecimiento de la Ascensión del Señor sea también el acontecimiento del comienzo de la misión de la Iglesia en el mundo entero: - «En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén». Y así será en adelante. Algunos discípulos deseaban seguir contemplando a Jesús en el cielo, pero Jesús los envía de vuelta a trabajar por el bien de los demás: «¿Qué hacen ustedes ahí plantados mirando al cielo?». En el cristianismo, contemplación y oración, apostolado y compromiso, van siempre juntos. Nos anima la convicción que expresó el Papa Francisco con estas palabras: «La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, al anunciar de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Este anuncio sigue siendo válido hoy, como lo fue en los comienzos del cristianismo, cuando se produjo la primera gran expansión misionera del Evangelio» (PAPA FRANCISCO, 15 de marzo de 2013).

 

  • Con la Ascensión comienzan todos los tiempos de la Iglesia, Cristo cumplió ya con todo. Los textos han relacionado íntimamente Ascensión y misión. La Ascensión reúne todas las coordenadas de la salvación: amor entregando la vida, fidelidad y participación en la gloria divina. Por eso la Ascensión que era promesa-llamada, se hace ahora misión de nuestra fe.
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