El don de la fe y de la esperanza

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Rios L.

Vida Nueva

Tercer domingo de Pascua - A

Hechos 2,14.22-33. «No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio»

Salmo 16(15): «No dejarás a tu fiel conocer a corrupción»

1Pedro 1,17-21: «Los rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto»

San Lucas 24,13-35: «Lo reconocieron al partir el pan»

Estamos ya en el tercer Domingo de Pascua. La esencia del anuncio evangélico es la Resurrección salvadora del Señor. Por lo tanto ése es el tema central del discurso de Pedro en el día de Pentecostés, que representa el primer gesto evangelizador de la Iglesia naciente. Sin embargo, Pedro tiene cuidado de incluir en su discurso la Muerte de Jesús en la cruz. Cruz y Resurrección van siempre juntas en la redención de Cristo, en su anuncio, así como igualmente en la vida cristiana.

Con la muerte de Jesús comienza algo nuevo. Con valentía y claridad dice Pedro a la multitud: "lo mataron en una cruz, pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte... Dios resucitó a este Jesús y nosotros somos testigos". Es admirable el «éxito» que tiene esta primera predicación: tres mil personas se convierten a la fe en Cristo.

El salmista nos hace esta bella profesión de fe: yo sólo me he refugiado en Dios. No me he refugiado ni en las instituciones, ni en los amigos. Sólo en Dios. ¡Y me ha ido muy bien!...

Junto a la proclamación que hace el Apóstol Pedro en la 1a lectura acerca de Cristo como Salvador, por su muerte y resurrección, ahora, en su primera carta, llama la atención de los cristianos para que tomen en serio la exigencia de la doctrina de Cristo-Jesús.

Si el Pueblo de Dios se vio libre de la esclavitud de Egipto por el signo de la sangre de un cordero, los cristianos somos rescatados por la sangre de Cristo. El Apóstol ofrece a la comunidad cristiana un mensaje de esperanza al indicarle que ha sido Dios mismo quien nos ha liberado del pecado y en Dios descansa nuestra fe y nuestra esperanza.

Los discípulos de Emaús expresan de alguna manera algo presente en cada uno de nosotros: una dimensión profunda de la fe y de la esperanza cristianas frente a la noche oscura de la desesperanza y la frustración.

Es interesante la pedagogía que Lucas atribuye a Jesús: comienza acercándose a ellos, metiéndose en su camino, poniéndose a la altura de su marcha y preguntando, interesándose por «su conversación». Quiere que le compartan su estado de ánimo, su desesperanza, y no quiere hablar ni dar una lección antes de escucharlos, antes de saber cuáles son las preguntas concretas que ellos se hacen. Después de escucharlos atentamente Jesús toma la palabra y, apoyándose en la Escritura, les interpreta lo sucedido. Les da una nueva interpretación, sobre la que ellos tenían, de los hechos acaecidos en Jerusalén. Y ellos, con la nueva comprensión de la Escritura, lo reconocieron «al partir el Pan».

Es lo que acontece cada Domingo en la Iglesia cuando celebra la Eucaristía. Ojalá nosotros también lo reconozcamos y renazca de nuevo nuestra esperanza.

Algunas preguntas para pensar durante la semana

1. Al empezar la tercera semana de Pascua, ¿se nota algún cambio en nuestra vida?

2. ¿Todavía estamos en la penumbra y la tristeza, o ya en la luz y la alegría? ¿en la cobardía o en la valentía del testimonio?

3. ¿Vivo en paz al saber que mi futuro está en manos de Dios? ¿Sé contagiar esa paz y esa esperanza a otras personas?

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