Alimentados por Dios en el desierto de la vida

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

El deseo más íntimo del hombre es la vida. El enfermo, el sano, el pobre, el rico, el anciano, el joven, todos coincidimos en esto: en querer vivir. Cuando esta vida disminuye o está en peligro la queremos restablecer, buscando el alimento que nos nutra y que nos dé vida.

Lecturas: 

Ex. 16, 2-4.12-15: «Yo haré llover pan del cielo»

Sal. 78 (77): «El Señor les dio pan del cielo»

Ef. 4, 17.20-24: «Dejen que el Espíritu renueve su mentalidad»

Jn. 6, 24-35: «Yo soy el pan de vida» 

Experiencia del desierto 

Dios en su pedagogía lleva al pueblo al desierto donde carecerá de todo. Necesitará de él hasta para comer. Y Dios toma el cuidado de su pueblo y lo alimenta. Cada día le da lo necesario y no permite que lo amontone, evitando así que una prolongada posesión le haga sentirse seguro y dueño de lo que no es suyo. En el pan que da Dios no habrá acepción de personas, no habrá distinciones: es de todos e igual para todos.

Pero nosotros acaparamos lo que es de Dios y lo hacemos nuestro para aplastar con ello a los demás. Es un robo sacrílego. Así somos los seres humanos.

El alimento fundamental

El alimento que Cristo frece en el Evangelio es exclusivo; obliga a abandonar los demás alimentos, de lo contrario no alimenta. Y nos hace descubrir nuestro propio egoísmo, nuestro deseo de comodidad, de placer, en una palabra, nuestro hombre viejo, y la necesidad de luchar contra él. El Señor nos lo advierte: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

Este alimento transforma nuestro egoísmo en tierra buena, en hombres cristianos. ¡Esta tarea supera las fuerzas humanas y será!  realizada por el Espíritu. He aquí otro alimento sensacional y fundamental: Espíritu.

¡Será necesario dejarlo actuar para que nos renueve profundamente!  nos haga hijos adoptivos de Dios a quien podemos llamarle Abba, nos haga conocer lo íntimo de Dios, nos haga libre verdad. El Espíritu hace del cristiano un hombre en plenitud.

La Palabra alimenta 

Cristo que es «la luz del mundo» ilumina con su Palabra todos los acontecimientos de nuestro tiempo, en medio de los cuales vivimos.

Con su Palabra Cristo alimenta y da sentido al sufrimiento de cada día. Los creyentes estamos llamados a transmitir este alimento, a «predicar la Palabra» que tiene que ser «fuego ardiente prendido en nuestros huesos que no se puede ahogar», «dulce para el paladar, pero amargo para las entrañas», «una espada de dos filos», «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios».

La Palabra alimenta, aunque muchas veces tenga que corregirnos. Cristo nos alimenta asimismo con su Carne. Nos lo asegura: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes».

Para orar y vivir la Palabra 

«¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto?» Señor, cuando leo las cifras escandalosas de los niños que mueren de hambre, me he hecho la pregunta del salmista: ¿Es que Dios no puede dar pan para todos? ¿No puede impedir que mueran de hambre tantos niños? ¿No podrá poner una mesa grande y bien abastecida en el desierto del mundo? En realidad, seguimos tentando a Dios como los israelitas. ¿Acaso no hay en el mundo alimentos suficientes para todos? «El día en que todos los hombres y mujeres del mundo nos demos la mano en la gran mesa de la fraternidad universal, ya no habrá manos pidiendo pan».

Relación con la Eucaristía 

Todo hombre quiere vivir en plenitud. Trabaja para vivir más y mejor y busca con ansiedad todo lo que le pueda ayudar a vivir mejor. En esta búsqueda puede acertar o puede equivocarse. Se equivoca si se alimenta con lo que no da vida, con lo que es absurdo o, incluso, con lo que da una vida efímera. Acierta si encuentra el manantial de la vida y bebe de él. En la Eucaristía la Palabra de Dios nos iluminará sobre esta aspiración profunda del hombre. Cristo murió y resucitó para convertirse en alimento constante de nuestro peregrinar en esta vida. Esto es la Eucaristía, culmen de nuestra experiencia de Cristo, que es alimento cuando la recibimos con espíritu de servicio, humildad y amor irreprochable.

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