Por Alex Sterling
Urgencia del triple turno
Cuando una ciudad decide no detener su horario productivo revela a sus propios habitantes un nuevo modo de vida. Las posibilidades de planes nocturnos aumentan y se diversifican. La adaptación del comercio diurno a las necesidades de la noche obligan a los propietarios a innovar, a adaptarse, a pensar. Serán nuestros gimnasios mentales. El comercio se gana un turno de 8 horas. Los aspirantes a artistas pueden recorrer las calles sin sentirse habitantes de pueblos usados para pruebas nucleares. La cadena de acontecimientos y decisiones administrativas del gobierno local, que conduzcan a una ampliación del espectro temporal de acción de la ciudad, es tan compleja que abarca iniciativas privadas, estatales y espontáneas. Primero, para no incrementar el gasto en el servicio de taxi, habría que concordar la prolongación del horario del sistema de transporte masivo con las empresas operadoras. Se podría extender el servicio normal hasta las 12 de la noche, y despachar rutas cada media hora en las horas siguientes, hasta que sean las 5 a.m. y el sistema vuelva a entrar en plena marcha. Un sistema de transporte que no cesa sus operaciones es la pesadilla de los taxistas. Nadie los culpará si se oponen al horario circular del MIO. Ahora, en el plan de tenerlos a todos felices y alineados habrá que conciliar con el gremio. Y esa discusión está por verse.
Bueno, pero, ¿tendríamos un transporte para ir adónde? Ésa es la pregunta de los 200 millones. De qué sirve un sistema de transporte masivo abierto las 24 horas si no hay lugares donde ir. Extender el horario del comercio implicaría aumentar el número de horas laborales de los empleados, o crear un segundo o tercer turno de trabajo, para que cubra las madrugadas. La localización de la zona 24 horas representaría un reto. Tendría que ser una zona céntrica y acondicionada para la triple jornada. Habría, además, que recurrir a un plan de seguridad que contemple estrategias para reducir la sensación de inseguridad que tiene a todos los caleños demasiado prevenidos en sus casas antes de las 11 p.m.
Depredadores nocturnos
Nuestra mentalidad de la postguerra nos deja fuera de las rutinas nocturnas que le son naturales a los habitantes de las megalópolis más mentadas. La noche completa la metáfora de la oscuridad como peligro. La situación de inseguridad continuada que vivimos hace que el común de la gente vea la madrugada como sinónimo de alerta roja. Si piden una extensión de horario es para poder embriagarse o irse de putas. La única excusa para tomar el riesgo de salir a esas calles plagadas de fleteros y desmovilizados varios es etílica. Se ve lejano el día en el que uno pueda ir a una biblioteca a leer Condorito a hora inusuales o a jugarse un partido en una cancha, a esa hora, fresca y desolada, perfecta. Bueno, estoy pidiendo mucho.
Experiencias no exitosas de reporteros buscando una ciudad que no existe
No hay más qué hacer. Se agotaron las cervezas y los chistes flojos. Odiamos repetirnos, así que guardamos un silencio sagrado. Son las dos de la mañana menos 5. Deformando las billeteras y los glúteos esperamos en un andén. Existe la vaga esperanza de que un tercero, desconocido de momento, nos de luces sobre la situación. Decidimos pasar la noche frente a una taberna-bar donde adoran los géneros antillanos. Jamás entramos al lugar. A ninguno nos gusta particularmente esa música. Nadie podría dar una explicación sensata de cómo llegamos ahí. La cerveza es a dos mil, dice alguien. A quién le importa, la vaina ahora es ¿adónde vamos? Somos gente disciplinada: Inventariamos las opciones, una a una, en silencio notarial. En nuestras cabezas, los espasmos neuronales son inútiles. Los destinos a esta hora, en Cali, conducen todos a lo antihigiénico, lo ilegal, lo sobresaturado o lo ridículo. Decidimos recorrer Cali, de Sur a Norte por la calle 5ta. Ya son las 2 y media de la mañana. Es miércoles, salimos en carro a inspeccionar. Repetimos la tarea los dos días siguientes. En plena semana laboral éstas son las opciones con las que cuentas un ciudadano después de las 2 a.m.:
Hospital universitario del Valle
Dado que las hemorragias internas no tienen horario de oficina, este hospital permanece abierto sin interrupciones. No es que le estemos sugiriendo sufrir un accidente en la madrugada, pero sí le recomendamos un hostal subsidiado por el estado que puede brindarle algunos servicios a los noctámbulos que habitan las zonas aledañas. Primero, puede contar con servicio de llamadas por minutos a teléfonos celulares y fijos, a precios módicos. Segundo, puede comprar papaya y algunas frutas avinagradas que, incluso tan dentro de la madrugada, decoran los carritos artesanales de los vendedores con insomnio. Tercero, en caso de que no tenga donde dormir, puede fingir tener un familiar moribundo en la sala de recibo. Una vez adentro, podrá buscar una silla desocupada donde reposar su condición de homeless con seguridad.
Café gratis
Velorios en San Fernando alto y bajo. En caso de que usted quiera beber café o tomarse un caldo transparente (consomé) siempre puede recurrir a un velorio ajeno, al que, por supuesto, nadie lo ha invitado. Procure moverse rápido, dar las condolencias a los más afectados (los mocos no los dejan hablar y hacen menos preguntas) y en el tiempo correcto, para que la conversación muera con el saludo, evitando el riesgo de ser desenmascarado. Acérquese a la cafetera y sírvase con propiedad. No tiemble, los deudos son perros de aeropuerto. Despachado ya el café, o el caldo, puede entregarse a la deliciosa observación antropológica del dolor ajeno o desalojar la sala. Si escoge la segunda opción procure contestar una llamada inexistente en su celular, para así tener una excusa para salir desapercibidamente.
Jeepetiadero en la 4ta con 5ta
A las dos y media de la mañana hay una zona viva de sólo unos pocos metros, a la altura de la calle 5ta, entre carreras 5ta y 4ta. Empieza con una panadería y termina en una improvisada parada de jeeps, a la que le brotaron furúnculos y nacidos: dos pintas que venden minutos a celular, un motocarro parqueado al costado, donde se encuentran productos similares a los de una tienda de barrio, dos ventas de arepas y unos cuantos chulos, que podrían vender desde drogas hasta pasaportes diplomáticos de la comunidad europea. Todo esto a las 4 a.m. Cuando unas diez personas esperan a que el jeep se llene para poder subir a sus lomas. Éste es el único transporte urbano masivo que presta sus servicios a esta hora.
Dispensadores harinas y levaduras
De todo lo que puede pasar en una ciudad en altas horas de la madrugada lo único que es exclusivo de los caleños es la sobreoferta de pan. Para los efectos de un ataque gástrico nocturno, la solución siempre tendrá la silueta de una acema o una presa de pollo. Hay varias panaderías abiertas 24 horas: La 5ta con 5ta en el centro; La Paola en San Fernando; la margarita en Caldas. Unas cuantas más en la calle 14 y otra en la Pasoancho. Si usted está a dieta, si le ha declarado la guerra a las colorías y las harinas, procure mantener una despensa variada, ya que si lo asalta el hambre en la madrugada no encontrará cómo corresponderle a su estómago tan decente.
Droguerías y ollas a presión
Otros que no cierran son los que se dedican a la venta de droga. La legal y la ilegal. Las droguerías crecen silvestres junto a las clínicas y hospitales. No hay que explicar por qué. De lo otro, todos sabemos o hemos escuchado a alguien que sabe. El calvario no duerme. Las ollas ubicadas en los barrios de ladera tampoco. Los expendedores se turnan en tandas de ocho horas. Es el negocio más boyante de la madrugada caleña.
Palacio en látex
Los prostíbulos en Cali están regidos por el mismo horario zanahorio que el resto de los establecimientos comerciales de diversión que expenden licor. Hay, sin embargo, un par muy conocidos, que abren sus puertas 24 horas. Allí llegan rufianes, lavaperros y oficinistas por igual. Si usted entra, lo primero que verá podría ser un contador público siendo requisado por Gatúbela. Como todo lupanar, no tiene letrero. En cambio, se ve una dirección notablemente visible, pintada de blanco, con caligrafía del kínder. Hay que consumir ron o aguardiente, y arriesgarse a que le peguen la lleva con un condón tahitiano. Esto descontando una redada de la policía, que podría catapultarlo a la tapa de algún periódico amarillista. Ya ve, la fama llega por cualquier lado.