Son poco menos de las 10 de la mañana, el sol se asoma con esplendor y la brisa se mezcla con el sonido del agua de la fuente de la plaza de Caycedo, sitio de trabajo de Martha Cecilia Quiñonez que ya lleva, por lo menos, dos horas de trabajo como informal y su relato demuestra uno de los grandes problemas de Cali: EL DESEMPLEO.
Con mirada serena mientras atiende a sus clientes, que vienen por minutos a todo operador, una cajita de chicles, un bombón, una menta o un cigarrillo, deambula en la plaza Martha, una mujer trigueña de ojos grandes y sonrisa escasa.
Martha tiene 40 años, vive en la casona y empezó en esto de las ventas ambulantes hace 13 años. Su hacer en este oficio, arrancó vendiendo en el mercado móvil en Santa Elena y desde hace tres años, tiene la Plaza de Caycedo como sucursal de su negocio móvil de venta de minutos y confitería.
“Aquí toca rebuscarse para poder llevar la papa a la casa, uno tiene que madrugar”.El día de labores de Martha, empieza a las 8:00 a.m. y se va de largo hasta las 6:30 p.m. La falta de recursos y la responsabilidad de sacar adelante a sus 3 hijos, la llevó a hacer de la calle su lugar de trabajo y aunque comenta que una de las bondades de él, es precisamente no estar encerrada entre cuatro paredes, y tener la oportunidad de ver gente diferente y a la misma todos los días, confiesa que “…Quisiera estar haciendo otra cosa, no tener que estar por acá asoleándome, ni caminando, ni escondiéndomele al lobo, esto es un estrés…”
Y precisamente hablando del lobo, Adonías Arias Monroy, vendedor de lotería hace 49 años en la Plaza de Caycedo y que ha recorrido cinco departamentos de Colombia haciendo lo mismo, vendiendo lotería, dice que “Aquí en Cali, Control Físico, jode mucho y jode con J mayúscula, para que uno se retire de acá”, a la vez que se muestra preocupado porque las ventas han decaído mucho.
Y esta es la realidad para Adonías, Martha y los demás trabajadores ambulantes que tienen la plaza como oficina y que hacen parte de toda una fábula en la selva de asfalto.
“Me ubico aquí cuando no está el lobo, cuando está el lobo me toca que salir. Nosotros ya sabemos quién es el lobo, cómo son… Cuando llega el camión entonces uno avisa: “El Lobo” y todo el mundo se va abriendo del parche”comenta Martha.
Y en esta fábula el lobo va y viene, es protagonista y victimario, “A veces le dicen a uno haga el favor y se mueve y si uno no hace caso se le llevan la mercancía… Yo a veces me voy, como ando con el carrito”… agrega Martha. Sin embargo, no tan buena suerte han tenido algunos de su compañeros de aventuras, “Aquí por ejemplo a las tinteras les han quitado muchas veces las cosas, se les llevan los termos… a veces rogando se los devuelven” asegura.
Para contrastar esto que comenta Martha, aparecen en la fábula los Vendedores Estacionarios. Ellos son quienes ya han legalizado su situación ante las instancias locales administrativas correspondientes y tienen derecho a ocupar determinada área dentro del espacio público.
Su perspectiva frente al tema de la informalidad de las ventas en las calles naturalmente es otra y han hecho de su negocio la fuente de ingresos para su hogar, sin temores hacia el lobo y mucho menos hacia la realidad de estar inmersos en un mercado de alta competencia.
“Lo que es pa´l perro, no se lo come el gato”, dice Ramón Emilio, vendedor estacionario con 23 años de trabajo en un puesto propio y legalizado en la carrera 4, a una cuadra de la Plaza de Caycedo, refiriéndose a lo que tiene que ver con la competencia que se vive en las calles, en las que es muy común encontrar en una sola cuadra por lo menos tres o cuatro puestos de ventas estacionarias, en las que se ofrecen los mismos productos. Y comenta que ser vendedor estacionario tiene su ventaja porque, además de asegurar los ingresos económicos necesarios para la manutención de su familia, a él no lo persigue el lobo.
Lo cierto es que con ventas ambulantes, estacionarias, ilegales, sobreviven en la selva de cemento del centro de Cali y se aglomeran en la Plaza de Caycedo, todos ellos que no salen como desempleados en las estadísticas del DANE, pero en realidad prueban el drama social de miles de ciudadanos, sin derecho a salud y menos a protección social.