Por: Farouk Kattan K.
A medida que avanza el proceso de elección de alcaldes, muchas personas con visión de largo plazo comienzan a preocuparse por el estado en que el actual alcalde de Cali entregará la ciudad, no solamente en el aspecto físico sino en el plano fiscal y funcional.
Éste es un sentimiento fundamentado en las amargas experiencias que ha tenido Cali en sus cambios de gobierno, pues venimos desde hace veinte años viendo cómo cada alcalde entrega la ciudad en una crisis fiscal y funcional cada vez más profunda. Es difícil recordar en este lapso algún alcalde recién posesionado que no haya dicho que le han entregado la olla raspada, y, en las últimas vigencias, que ni siquiera le hayan entregado la olla. Ya un punto de gravedad en que la anterior expresión deja de ser jocosa para empezar a ser angustiosa y vergonzosa.
Las evaluaciones que rutinariamente se hacen al final de cada administración, ya sea por medio de análisis ponderados ò de encuestas que muchas veces no profundizan sobre algunos aspectos ocultos de cada administración y se remiten, en el caso de los análisis, a cifras disponibles o hechas públicas en las rendiciones de cuentas, (a veces en costosos folletos a todo color, rayanos en culto a la personalidad más que a la información), y en el caso de las encuestas a percepciones superficiales y hasta folklóricas.
Pero crueles realidades como la crisis de Emcali, la de Emsirva, la vía tortuosa y dolorosa del MIO, el colapso funcional-administrativo, la debacle de la movilidad, la expansión urbana sin guía de planificación, el trabalenguas del Plan de Ordenamiento Territorial, todo ello a un alto costo en pérdida de nivel de vida y aumento de la desesperanza ciudadana, que en conjunto ya llegan a calificar a Cali como ciudad fallida, nos obligan a romper el círculo vicioso del folklorismo con resignación y entrar en el círculo virtuoso de la previsión con provisión, es decir: prever y actuar.
Algunos grupos comienzan a actuar sobre el proceso electoral mismo, promoviendo cultura en la escogencia de candidatos, participación en las urnas, y búsqueda de acierto en el voto. Eso está bien, pero se queda corto. Es importante promover la inclusión en el proceso electoral de las cifras reales y los hechos comprobables del balance de la actual administración para evitar el rutinario guayabo post electoral que se nos avecina.
Esta percepción no es un sentimiento pesimista. Corresponde a la realidad sobre la cual el Alcalde Ospina cimentó su gran aventura de las Megaobras, adornada por la falacia de su realización física cobrada por el sistema de una imaginaria valorización por beneficio general.
Partió el Alcalde Ospina de la ilusión de hacer, en un solo período administrativo, un montón de obras porque en veinte años no se había hecho ninguna. Todo este proceso se llevó a cabo sin el beneficio de un debate respecto a las razones por las que ello había ocurrido, omisión que ayudo a que las proporciones titánicas de la intervención urbana descrestaran a calentanos hambrientos de obras en desdén de las realidades humanas citadinas. Los mismos que hoy entran en crisis, sumidos en las pre-ruinas en que va a quedar reducida la ciudad. Se vendió también la ilusión de que tales obras valorizarían la ciudad "ipso facto". Esto también en desdén de la realidad de una ciudad que lo que necesita son ingresos poblacionales para subsistir y no valorizaciones que, finalmente, van a aumentar los costos sociales, como son los impuestos, contribuciones y tarifas. Amén de que los bienes inmuebles de muchos ciudadanos quedaron pignorados al municipio y a los contratistas de obra, por cláusulas que ponen a la ciudadanía en riesgo patrimonial no consentido.
Así las cosas, la perspectiva del post gobierno del Alcalde Ospina debe ser materia de mucho debate, pues lo que se avizora en el horizonte es una Cali, como municipio, otra vez quebrada y más quebrada, redundancia válida dadas las circunstancias. Todo esto pronostica una amarga cuenta que tendrá que pasar al nuevo alcalde. Agregado a ello una ciudad en total disfunción, desmoralizada por la acumulación de problemas, una ciudadanía endeudada sin consentimiento, expuesta a que el mismo desorden en que se ha manejado la cuestión de las Megaobras le caiga a sus bienes cuando el mandato del actual alcalde se cumpla. Cuando él ya no esté para responder, y el nuevo alcalde vuelva al cuento de la olla raspada o de la “no olla”. Paradigmas de nuestra irresponsabilidad colectiva como ciudadanos.
La rendición de cuentas del Alcalde Ospina debe empezar ya y también la exigencia ciudadana, como componente de un responsable proceso electoral.