Después de desmantelar una ciudad hasta sus últimas tuercas resulta un mapa cuadriculado que define todo lo que una gran urbe contiene: Esas líneas son, en últimas, el esqueleto de un sistema de movilidad que debe guardar las proporciones al tamaño de la ciudad, al número de habitantes, los vehículos que utilizan para moverse de un lugar a otro, la hora del día y la distancia que debe recorrer cada habitante obligatoriamente para llegar a su lugar de destino: casa, colegio, universidad, trabajo, grill, motel, restaurante, talabartería, etc.
Por estas líneas, calles, se movilizan, o suelen hacerlo, masas de aluminio y acero reforzado, que acumulan energía y la despliegan en su recorrido. Cuando un peatón, al menos que esté protegido por un exoesqueleto de keblar, se cruza en una de estas líneas de desplazamiento, coincidiendo en el mismo espacio físico que el vehículo, una imposibilidad que la naturaleza solucionará eyectando trozo de carne por los cielos para que luego la gravedad lo azote contra el pavimento.
Para evitar este acto de destrucción se han recreado toda una serie de comportamientos, provenidos de un papel que garantiza que hay una serie de estrictas normas que lo pondrán a usted a salvo de esas pesadas moles asesinas. Sn embargo, en Cali ese asunto de la supervivencia es algo que va más allá del respeto por la ley. La misma que parece haber descendido algunos puesto en la escala de respeto: la ley de tránsito, la otorga los pasos y pone rojos los semáforos.
¿Por qué sucede tal cosa? Primero, el MIO, a pesar de haber descongestionado las calles de vehículos pesados (buses y busetas) no ha terminado por cubrir todas las posibles direcciones de desplazamiento. Las rutas troncales, pre troncales y las que cubren los alimentadores no alcanzan a servir de único medio de transporte masivo para la capital del Valle. Hay rutas descuidadas, que han seguido en manos de los antiguos operadores, que las surten con, algunas veces, vehículos poco adaptados a la anatomía típica de la región. Es entonces que el viajante ocasional termina comprometido en un ejercicio de flexibilidad que no le fue anunciado al salir de su casa. Sobre todo cuando no se trata de un bus (de esos paralelepípedos agrandados que antes se conocían como buses ejecutivos) sino de una buseta que viene siendo una adaptación de un trasporte agrícola para ponis liliputienses.
Tal es el caso del Coomoepal 7, que presta sus servicios desde la zona cercana al barrio el Caney (Ciudadela Comfandi, el Lilí, bla, bla, bla) para luego tomar la Simón Bolívar hasta Cañaverales y coger la 14, derecho, hasta el centro de la ciudad. Hacer este desplazamiento desde el barrio el caney hasta el centro en el MIO demora esto: 25 minutos llegando a la estación principal en la calle 100, frente a Carrefour, luego, al llegar ahí, hay que esperar unos 10 min, hasta que pase el t 31 o el e 21, que lo dejan a uno en centro, después de una media hora de recorrido. En resumen, para ir de la calle 83 a las calle a la carrera 1era en el centro tomando el MIO, primero hay que ir a la 100 para luego ir a la primera. La vuelta más imbécil del mundo, como se puede ver. Se gasta aproximadamente 50 minutos.
Por otro lado, si usted toma el Coomoepal 7 éste coge por la 14 y lo deja en el centro en 20, máximo 30 minutos. Si uno vive en el sur-sur, uno ama el Coomoepal 7. El problema se presenta cuando van dos busetas de la misma empresa una al lado de la otra. Porque todas esas normas y reglas y cedidas de paso que permiten usted siga vivo y no sea atropellado se ignoran por completo. Y se pasan por alto con aún más alevosía si ud. Toma el mentado en la noche, tipo 9. No miento cuando, a título personal y basándome en mi experiencia, digo que a esa hora podés llegar desde el centro al caney en solo 15 min. Literalmente los tipos van rozando los postes en las curvas, abalanzándose sobre los peatones que se atreven a cruzar la cebra cuando ellos andan merodeando los alrededores. Ya sucedió un hecho lamentable con esta ruta, hace unos años, cuando en el norte de la ciudad uno de estos no respetó la carrilera y fue arrollado (esta vez él) dejando varios muertos. Lo primero que preguntó el chofer (que sobrevivió ileso) fue dónde estaba su zapato.
Esta actitud se ve en varios de los conductores de esta empresa, que por recoger primero a un pasajero no respetan ni su propia vida y ponen en riesgo la vida de los demás y cuando se les reclama responden con una violencia aterradora, sacando, incluso, armas blancas para responder al reclamo. En esta situación el culpable es múltiple: la secretaría de tránsito, que nunca ha puesto en rigor estas empresas, las mismas empresas que no hacen una adecuada selección del personal y sobre todo, la gente, que no reclama, ni por su propio derecho a vivir.