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La silenciosa procesión de los días

Andrés Belalcázar, 26 November, 2011

Por Vinci Andrés Belalcázar

Corta y exprime unos limones sobre el mesón de la cocina. El zumo va a un gotero que luego apunta a lo más profundo de sus fosas nasales. Dos gotas de limón en cada orificio bastan para dejarlo tranquilo. En el fogón hierve una infusión de hojas verdes que van manchando el agua de rojo, de morado. Hace años que tiene una molestia en las vías respiratorias a la que ningún doctor le  ha prestado la atención que él desearía. Desde el fondo de la casa, un primer piso del barrio El Danubio en Palmira, se escucha la voz de su señora.

            Beto, BETO. No me vaya a dejar la cocina hecha un chiquero.

Es incomodo ver que Don Humberto no se inmuta. Podrían gritárselo al oído y no se daría por enterado. Al pie de la olleta del chocolate esta el audífono. Un dispositivo “color piel” con un tubo translucido que termina en formas ergonómicas, el molde en negativo de su oído. Don Humberto es sordo desde hace unos cuatro años.

Dice doña Alba que todo empezó cuando era apenas un niño. Tenía el vicio de taparse los oídos cuando llovía. Su segundo hijo, Walter, tiene otra teoría. Mi papá se fue quedando sordo ya de mayo; para mí eso fue una infección mal tratada.

Don Humberto dice que es sordo hace nueve años. Cuando tenía 75 el seguro social le entrego por fin los dos audífonos que le había recetado el otorrinolaringólogo. Presumo que su sorpresa fue como la mía el día en que el optómetra me sentó en su silla y empezó a pasar lente tras lente para prescribirme las gafas que no uso. El conocimiento de algunos aspectos de la realidad sólo se nos da por contrastes, para don Humberto el mundo se lleno de sonidos y de palabras. Quería escucharlo todo y ponía el volumen al máximo. Eso precipitó la pérdida del oído izquierdo.  Veinticinco por ciento de audición en el derecho.

Humberto nació un 3 de diciembre de 1926 en Palmira. Su familia era de origen campesino y había llegado a la ciudad como muchas otras familias por la presión de la violencia partidista. Recibió la educación que se estilaba en la época, lo suficiente para leer y escribir torpemente, lo suficiente para sumar y restar con la agilidad de un vendedor de granero.

Creció a dos cuadras de la galería en una casa larga y angosta que ahora es un lote lleno de rastrojos y escombros. Es liberal como su padre, que también le enseñó a manejar la peinilla y a jugar billar a tres bandas. Que es el deporte de los reyes.

Su juventud se sucedió entre los mandados de la casa y las tardes en el billar desplumando troncos. A los 20 don Heriberto, su padre, le puso una barbera en las manos y se lo entregó como aprendiz a otro liberal que tenía dos sillas rojas en cuero colocadas en el pasillo de un Hotel. Un barbero reputado que le enseñó a ser pulido. La cosa fue bien hasta que agarro plata.

Primero empezó a vestir de traje, como era propio de un barbero. Después se aficiono al trago y las mujeres como era menester de un liberal de los buenos.

Doña Alba dice que si hubiera sabido lo que le esperaba no se habría casado. El caballero impecable que la visitaba en casa, resulto ser un bebedor inocente y empedernido que visitaba las putas con frecuencia y amanecía tirado en los andenes con los bolsillos para afuera.

El 29 de Julio de 1931 nació doña Alba en Trujillo, Valle. Era la hija más traviesa y atravesada de uno de los hombres más célebres de los alrededores. Don Ricardo era un hombre de conocimiento, preparaba bebidas, curaba con la imposición de manos y conocía oraciones que lo hacían invisible; decían las malas lenguas que un día había matado un perro con mirarlo. Era liberal y como la mayoría de los liberales de Trujillo salió pitado cuando los pájaros empezaron a poner de moda la muerte con corbata y otras excentricidades.

Me acuerdo que cuando eso mi papá quería montarme en un caballo para que saliera vestida de blanco por el pueblo con la bandera del partido. Cuando llegó con el vestido yo le dije que mejor se lo pusiera él, que era el interesado. Se lo dije y salí corriendo por que ya me iban a dar una muenda.

A los pocos días le mataron un hermano y la familia entera salió a escondidas, dejando atrás  tierras y hacienda. Doña Alba no puede evitar el gesto de tristeza y empieza a describir con palabras mil veces contadas la vida que llevaba en el campo. Leche y carne al gusto, hectáreas interminables que recorría a pelo de caballo y el día que don Ricardo le enseñó a disparar la escopeta. Donde pongo el ojo, pongo la bala. Repite la niña detrás de los ojos de la anciana.

Don Humberto es un viejo tierno. En su rostro no se adivinan las historias del joven liberal que se  enfrento a barbera en el Café Palmira por una mujer ajena. Ni se ve al alcohólico vengativo que atacó por la espalda a un godo que se había burlado de él en la calle. Cuarenta y siete puntos le agarraron al pobre infeliz, me dice doña Alba. Le pasó la barbera desde la nuca hasta la correa del pantalón, que, como se entiende, fue lo único que la detuvo. Por esa gracia estuvo en la cárcel 3 años. Tal vez sea el único caso de resocialización exitosa de nuestra historia penitenciaria. Por que doña Alba dice que cuando salió, Beto era otro.

¿Quiere bebida mija? Dice don Humberto sin percatarse de que ella y yo llevamos hablando nuestro tiempo. Dele al joven. Yo no acepto, les explico que tengo todas las alergias posibles. Que no puedo tomar esos riesgos. Esto se llama curalotodo, es planta natural. Yo trato de explicarles que todos los componentes activos de las drogas son naturales. Pero me doy cuenta de mi impertinencia y agarro el pocillo.

Nos vamos a hacer en la sala con la puerta abierta para ver gente y con el televisor prendido para informarnos. Don Humberto me mira con insistencia y me sonríe dulcemente. La bebida es un agua simple que deja una capa pegajosa en el paladar y la lengua. Le han dejado un par de hojas en el posillo para que sigan soltando.

Don Humberto agarra el control y empieza  a subir el volumen. La respuesta de doña Alba es violenta. NO VIEJO, ¡QUÉ HACE! USTED SABE QUE YO NO AGUANTO ESA BULLA. Don Humberto le sonríe y deja el control en las manos de su señora. PONGASE EL AUDIFONO, VAYA. PONGASELO. Ella me mira y se justifica: no crea que es con rabia, es que él no oye. El viejo barbero se levanta con dificultad y camina hacia la cocina. Viene sonriendo y me pregunta por el resultado de un partido. Mi cultura general excluye meticulosamente cualquier dato sobre el fútbol así que le digo que no lo vi y le pregunto.

DON HUMBERTO, ¿CUÁNDO LE EMPEZARON LOS PROBLEMAS DE OÍDO? Sí, sí. Me responde sonriente. NO HOMBRE, LE PREGUNTA QUE CUANDO SE QUEDO SORDO MIJO. ¿Pero para que le pregunta si ya le dije? Es que me gustaría que él me lo contara doña Alba. Y ella olvidándose un poco de que yo no soy sordo. SI QUIERE YO LE VUELVO A CONTAR, ÉL NI SE ACUERDA. Don Humberto vuelve a sonreír y espera. Tiene una voz baja y gargosa: Yo soy del América ¿Usted es del América?

La tarde se nos va entre la novela de doña Alba y las misteriosas referencias al fútbol. En el televisor, la protagonista, que se llama Preciosa, es una cojita mejicana de muy buen corazón. La  hija de un hombre rico que las abandonó, a ella y a su madre, que era trapecista en un circo. Su sueño es ahorrar mucho dinero para operarse la pierna; pero el dueño del circo conspira en su contra.

Entonces llega Ferney. El hijo menor. Es un hombre alto, mide 1,95 y está acostumbrado a repetir esa cifra. Sufre de una enfermedad hereditaria, el síndrome de Marfán. Las características más evidentes de la enfermedad son el crecimiento exagerado y a veces desproporcionado del cuerpo y las extremidades, las afecciones cardíacas y los problemas de la vista. Ferney ha tenido tres operaciones del corazón, dos derrames cerebrales, un tumor benigno, siete operaciones de los ojos. Perdió la vista del ojo izquierdo a los 15 y tiene un 14% de visión en el derecho. Es abogado de la Universidad Santiago de Cali y esta legalmente ciego.

Yo me demoré mucho en aceptar que me estaba quedando ciego. Me demoré mucho y forcé el ojo en la carrera. Cuando me gradué ya estaba hecho el daño, casi que pérdida total. Fue ahí cuando busqué ayuda en Comfandi y en la del Valle. Pero todo es muy duro para los discapacitados, todo cuesta mucho trabajo y todo cuesta plata. Por ejemplo: fui yo quien le consiguió los audífonos al viejo, me tocó poner una tutela por qué no se los daban. Y con lo del braille, ni se diga. Yo ya estoy muy viejo para eso. En lo que los programas si me han ayudado es con el programa que le lee a uno en el computador. Jaws. Todos los ciegos que vamos a los cursos lo tenemos pirata. Pero no hay quien enseñe. Bueno, hay alguien en Cali. Pero aquí en Palmira yo soy el que más sabe.

Ferney se empeña en contarme su historia; pero yo le digo que me cuente cuanto se demoro en llevar a su papá a los cursos para sordos.

Eso es una cosa de ahora, apenas llevamos dos meses. A mí no se me había ocurrido en realidad, porque siempre ando muy ocupado. Además no es que el viejo vaya a aprender mucho. Es más por que salga de la casa y vea gente. Ahora que nos dijeron que tiene cataratas se puso muy triste y no me gusta verlo así.

Las expectativas no son las mejores. Don Humberto, doña Alba y Ferney viven de arrimados en la casa del hijo mayor. Don Humberto me dice que ahora que él está bien, y por eso no se acuerda de lo mucho que lucharon por sacarlo adelante. No se acuerda que vendimos la casa y se la dimos enterita para que arrancara. Doña Alba lo mira de reojo con rabia, pero no se aguanta y mete la cucharada. Si por mi fuera me iba, me iba a cualquier parte, a mi me reciben en cualquier casa, a mi todo el mundo me quiere; ¿pero qué hago con el viejito? Don Humberto agacha la cabeza; no creo que escuchara, pero lo ha comprendido todo. Al parecer las cosas no marchan bien con el hijo mayor.

Me despido cuando entra la noche y Ferney me acompaña a la puerta. Doña Alba se deja ir en la pantalla del televisor y don Humberto me sonríe algo inseguro. Me doy cuenta que no me he despedido. Yo también he caído en la trampa. Me devuelvo con paso seguro y me despido como me enseño mi abuelo. HASTA LUEGO DON HUMBERTO, DIOS LO BENDIGA. Y él se alegra como un niño y me desea lo mejor. Hasta lueguito joven.

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