Por Benjamín Barney Caldas –
Actualmente en Cali se toleran todos los usos y abusos imaginables en las construcciones, debido a la corrupción y falta de vigilancia.
También debido a la dificultad de cumplir con las normas actuales por lo ambiguas, numerosas y poco claras que son, y a la total falta de control sobre las curadurías urbanas por parte de la Administración Municipal. Es como si nadie viera por la ciudad. Para iniciar, las normas urbanísticas deberían ser pocas, contundentes y sin excepciones, y sobre todo que no interfieran entre ellas y con las demás obligaciones de ley que rigen para la construcción en Colombia, al contrario de lo que acontece ahora, pues con desafortunada frecuencia las normas son ineludible o convenientemente “interpretables”. Y desde luego es imprescindible que sean duraderas y no como viene pasando aquí desde hace varias décadas, que se cambian constantemente de acuerdo con las presiones, intereses y palancas del momento, por parte de los propietarios de tierras alrededor de la ciudad, de lotes ociosos dentro de ella y por los constructores de vivienda codiciosos.
Tal y como sucedía en nuestras ciudades y pueblos tradicionales, en los que había un sencillo imaginario urbano basado en tipos tradicionales con siglos de existencia.
Sería suficiente que los edificios entre medianeras sencillamente empaten con sus vecinos y que estén estrictamente paramentados, como sucedía antes. Que los aislamientos anteriores, laterales y posteriores sean iguales a los más generosos de los vecinos más cercanos de cada lote que ya los tengan. Que no se exijan más antejardines abiertos pues son extraños a nuestra cultura urbana y lo primero que se hace es ocuparlos con estacionamientos o cerrarlos. Que se prohíba terminantemente hacer voladizos sobre el espacio público y dejar cualquier tipo de culatas, las que deberán tener los mismos terminados que las fachadas. Que los edificios convenientemente más altos tengan fachadas por todos sus costados desde abajo, y sean aprobados por todos los vecinos de las ocho manzanas que hubiere a su alrededor, a los que les tendrían que pagar por el uso del espacio aéreo. Que se permitan todos los usos en todas partes mientras sus anuncios, animación, abastecimientos, contaminación, ruido y basuras no molesten al vecindario, y que sean aprobados por la totalidad del mismo.
Y desde luego debe haber unos requisitos de medidas mínimas y máximas, sin excepciones, que se deben exigir. Pero el otro problema es que los planos que se presentan a las curadurías no son exactamente los que se usan para construir pues con frecuencia simplemente no lo pueden ser. Además, una vez terminados los edificios nadie controla los numerosos cambios de todo tipo que se hacen ya sean ineludibles o simplemente ilegales. Por esto también es importante que los reglamentos de propiedad horizontal solo puedan ser modificados por la totalidad de los que compraron o construyeron ateniéndose a ellos. Pero desde luego la única posibilidad de que esto cambie es cuando muchos ciudadanos se apersonen del tema hasta volverlo parte de su cultura urbana. Tal y como sucedía en nuestras ciudades y pueblos tradicionales, en los que había un sencillo imaginario urbano basado en tipos tradicionales con siglos de existencia y, afortunadamente, unos muy limitados recursos
para construir, lo que garantizaba una repetición y perfeccionamiento que siempre redundan en más armonía de allí belleza.
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