Por Héctor De los Ríos L.
Evangelio de la Misa de medianoche
San Lucas 2, 1-14
“Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento”
En una noche como la de hoy nació Jesús. Dejémonos sorprender por el misterio revelado y adorémoslo en los benditos brazos de María, quien lo presenta al mundo.
¡Qué maravilla! Dios mismo, quien desde siempre vive en una luz inaccesible el misterio de su identidad, se ha hecho don, regalo para cada uno de nosotros, se ha hecho presente en su Palabra que es su Hijo Jesús. Así nos asegura su amor, nos invita a la amistad con Él y se manifiesta una vez más como hace más de dos mil años en Belén.
Lucas es el encargado hoy en ponernos a tono con el acontecimiento. El relato lucano del nacimiento de Jesús gira en torno a este mensaje central: el salvador prometido por Dios está presente aquí y ahora, su venida se ubica en la historia y tiene un significado para ella. De aquí se concluye el significado de esa presencia tanto para Dios como para toda la humanidad.
El pregón de la Navidad
Así como sucedía en el mundo antiguo ante los grandes eventos, el nacimiento de Jesús es anunciado solemnemente. Pero a diferencia de los demás este anuncio no lo realizan voces de la tierra sino voces del cielo.
El esplendor de la luz de la gloria celestial envuelve a los pastores y se escucha el pregón de un Ángel (1,8-12).
Los destinatarios de la gran noticia son los pastores, representantes del mundo pobre y marginado. El Ángel los invita a la alegría desbordante y anuncia que se trata del nacimiento de Jesús, quien es el “Salvador”, “Mesías” y “Señor”. Ésa es la gran dignidad del recién nacido: Jesús es el “Salvador” que hoy nace para nosotros.