Cap I: Francisco José Penagos, el marxista diabético
No parece incomodarle el hecho de que sus compañeros le presten atención cuando finge pensar en voz alta. Sus ideas y resentimientos varios, acumulados durante glaciaciones, paros estatales y bicentenarios de países pequeñiticos, no pueden ser otra cosa que un consuelo para marxistas diabéticos. Ni él mismo parece enterarse de que le quedan flojos los pantalones. Animal de cadera estrecha, el hombre concentra todo su brillo en la jeta. Los demás no se desnucan por revisarle la cremallera cada mañana. Es imposible dejar de mirarle la boca, reacción fácil al hecho de que él siempre está diciendo algo. Las suelta a goterazos o en dosis infinitesimales, pero no para de remarcar como, hace el gesto con la mano, vivimos todos en una cáscara de huevo: nuestros derechos civiles son frágiles y están hechos añicos, somos todos víctimas del sistema, que nos conduce a una mala suerte grupal, que condena todos los esfuerzos del peatón a la contraportada de una revista de variedades para señoras. Así de nebuloso, ya ven.
Antes de verse acorralado por la productividad de la empresa privada, Penagos comandó las asonadas del sindicato en el 92, cuando 56 encapuchados se tomaron las oficinas de registro de EMCALI. Llevaba 19 años en este mundo y lo vivía con ira y virilidad. El macho orina sus 4 árboles cardinales, al que se aproxime tanto como para poder olerle los miados, tremenda ofensa caballero, había que darle piso, o tirarlo al piso o darle comida del piso. En resumen: Las empresas eran del pueblo, y el pueblo las defendía. Hizo de las suyas unos años más, hasta que dejó de tener erecciones consistentes y perdió toda su mística: pasó los siguientes 4 años como secretario de la oficina de contabilidad, engordó 35 kilos y su madre le volvió a regalar ropa. En un acto desesperado de despedida, intentó abrirse paso a punta de calumnias a la presidencia del sindicato, dejando atrás su ropa de guerrero en burra. Su habilidad para caer gordo hizo mella en la campaña. Terminó odiado y despedido por justa causa, al golpear con una cartulina enrollada a un superior, que le había reclamado por fijar propaganda política en los ascensores. Jamás reveló los verdaderos motivos de su despido.
Vive en compañía de una lesbiana que no soporta verlo sin camisa, cosa que termina en problemas y pataletas, sobre todo por parte de Penagos. No le gusta la música romántica, aunque reconoce que Marco Antonio Solís es inspirador.