Vida Nueva
Por Héctor De los Ríos L.
Las alturas dan vértigo, las alturas de toda clase. De entre las muchas maneras que hay que subir a cualquier sitio o puesto elevado, hay dos: los que suben por obra del diablo y los que suben por obra de Dios.
Cuando le sube a uno el espíritu del mal a algún sitio alto, es cosa de cuidado. Él lo sabe muy bien: estuvo un día muy alto hasta el trono de Dios y dio el salto más pavoroso que se dado en la historia: de ángel a demonio. Por eso quiere subirnos a nosotros como a Jesús al pináculo de cualquier cosa: de la riqueza, del poder y de la fama… Ya sabe que, una vez arriba, la misma moral se ve tan borrosa…
En este segundo domingo de cuaresma es Cristo quien lleva a otro monte (El Tabor) a Pedro, a Santiago y a Juan. Subir con Cristo es para ver la gloria de Dios: “Jesús se transfiguró delante de ellos. (Evangelio de San Marcos 9,2-10). Es un subir difícil y penoso, pero sabemos que por la cruz se llega a la gloria. La Transfiguración nos dice que la humanidad no está destinada a la “desfiguración” de la muerte, sino a la expresión más pura y auténtica de los valores humanos y cristianos. Es una llamada a la esperanza ante el dolor: el final de todo no es el Calvario, sino el Tabor, donde se abre nuestra fe a la esperanza.