María Mercedes acaba de entregar un trabajo académico. En el tercer trabajo escrito de 4. La suma de estos equivale al 70 % de la calificación final. El primero fue objetado de tajo por la profesora por ser, según sus propias palabras, absolutamente incoherente. Su calificación: 1,5.
Sorpresivamente, la historia fue otra en su segundo trabajo, cuando se mandó un 5.0, nota que espera repetir con este tercer trabajo para quedar con un promedio de 3,8. Acepta que espera un 5 en el 4to trabajo también, y lo da por hecho. Necesita tener la nota más alta posible en los trabajos escritos porque sabe que en el examen oral será despedazada, literalmente. Lo dice y se ríe. Sabe que al final los números juegan a su favor, ya lo ha hecho en semestres anteriores y hasta ahora no ha perdido una sola materia. Nada por qué indignarse, hasta aquí. Una mujer confiada se recupera de un mal comienzo redoblando su atención en clase y las horas de estudio en casa. Lo particular en este caso es que la confianza no viene de una elevada autoestima intelectual sino de la seguridad que se tiene en la inteligencia de un tercero que, de momento, está pensando por ella. Un mercenario académico que por unos billetes, que suelen venirle muy bien, gradúa generaciones enteras de profesionales.
La tercerización de trabajos académicos no es un problema nuevo. Estos centros de falsificación de conocimiento son tan viejos como la academia misma y están extendidos por el mundo entero. Una práctica que comienza desde el momento mismo en el que los padres hacen los deberes escolares por sus hijos y que se instala como parte de la naturaleza del individuo, llegando a la conclusión de que el conocimiento no debe ser necesariamente adquirido, basta con que esté certificado. En Cali son figuras comunes en salas de internet, universidades y postes carteles que promocionan “Asesorías académicas”, código encriptado que traducido desde el mundo de los subterfugios quiere decir “Hacemos tus trabajos universitarios”.
Este fenómeno golpea a la nación por partida doble: Primero, engaña a los filtros académicos que deben certificar la calidad de los graduados salidos de las universidades, en pos de tener un cuerpo de profesionales capacitado que pueda competir con éxito en este difícil mercado. Esto deja en manos de personal no calificado procesos y servicios que al no ser ejecutados al nivel que promete la hoja de vida terminan con resultados por debajo de lo esperado. Segundo, porque un gran cerebro que debería estar prestando sus servicios al país se pierde en el proceso, ya que gasta su vida resolviendo el avance académico de los demás, con frecuencia descuidando el propio.
Los estatutos universitarios coinciden en penalizar este tipo de comportamientos con la expulsión definitiva del estudiante. Además se puede abrir un proceso legal en contra del estudiante, por fraude en documento público. En principio no hay un castigo para el autor original del trabajo, lo cual deja un gracioso vacío lógico.
Diana Segura se gana la vida con este negocio. De las tres oficinas a las que llamamos ella fue la única que aceptó hablar abiertamente. Al preguntarle por el precio de un trabajo de 10 páginas para una clase comunicación social dice 120.000, no negociables, lo entrego en 5 días. Por un trabajo de grado puede llegar a cobrar hasta 2 millones de pesos. Desde que estaba en segundo semestre de administración de empresas en la Universidad ICESI, ha cubierto la mayoría de sus gastos haciendo los trabajos de otros. También estudió Filosofía en la Universidad del Valle y tiene una maestría en lingüística del Instituto José Caro y Cuervo en la Universidad de los Andes. Al comienzo, confiesa, solo eran los trabajos de sus compañeros, pero comenzó a llegar más gente, sobre todo al acercarse el final de semestre. Pagan lo que sea.
“Dedicándome a esto me di cuenta de a qué profesores les caía mal. Confirmé mis sospechas de que en muchas ocasiones eso de las notas era un mero concurso de simpatía, sobre todo en las disciplinas donde los objetos de estudio no son determinables, como en las artes y, algunas veces, en las ciencias sociales. Logré saberlo porque muchas veces me pasó que presentaba dos trabajos para la misma clase, uno a mi nombre y uno que le hacía a algún compañero. Increíblemente, a pesar de haberle colocado mucha más atención y tiempo al que entregué a mi nombre, sacaba una nota más alta con el otro, el que había hecho con menos dedicación a propósito, para no opacarme. Me di cuenta de todo: Muchas veces la manera más efectiva para caerle mal a un profesor es contradecirlo. ¿Quiénes contradicen? Los que son tan inteligentes como para notar que el profesor se ha equivocado, lo cual deja mal parado al profesor. Los que no saben nada, nunca ponen problema y los profesores suelen verlos como inofensivos. No es casualidad que haya sucedido con profesores con los que no tenía una buena relación. Por eso le perdí la fe al sistema académico. No siento que esté traicionando a nadie. Esto ya está podrido.”
Diana se viste bien y vive sola. Parece que todo marcha bien económicamente, lo cual hace pensar que tiene mucho trabajo, ya que solo se dedica a esto:
“Lo de menos es conseguir clientes. Uno trae al otro, son sus compañeros de rumba, con los que pierden el tiempo que deberían gastarse aprendiendo. No podemos anunciarnos en todas partes, solo en Univalle uno pega esos carteles y no los retiran. En la Universidad Javeriana, por ejemplo, no podíamos anunciarnos en las carteleras u ofertarnos en las paredes o los baños, primero porque los contenidos de las carteleras están semi controlados, segundo porque no se puede andar pegando cosas en cualquier parte. En el resto de las universidades privadas, como regla general, ocurre lo mismo. Así que sólo esperamos a que los clientes lleguen a nosotros, como si fuéramos dealers. En serio, porque a veces me siento en un negocio así… ilegal. Porque lo es. Sin embargo hay mucha permisividad por parte de las autoridades académicas. Yo cumplí a cabalidad con mis compromisos académicos, yo no falsifico nada, a mí me pagan por resolver ejercicios y preguntas y eso es lo que hago. Vivo de eso y no me va mal.”
Por lo visto hay un estricto control de la planta física, se retiran los anuncios, que no es proporcional al control que se ejerce sobre los contenidos. ¿No nota un profesor diferencias de estilo y conceptualización dramáticas entre los trabajos entregados por el estudiante antes y después de decidirse a pagarle a un tercero? Si lo hace, ¿por qué no denuncia o inquiere personalmente al alumno, por lo menos para saber cómo es que resultó alterando su redacción drásticamente? Si no lo nota, ¿cómo se le escapa?, ¿está concentrado en su ejercicio pedagógico?
Cualquier análisis, incluso uno ligero, delataría diferencias entre un estilo y otro. Un examen oral extraordinario, ejecutado momentos después de recibir el trabajo escrito, pondría en evidencia la ignorancia del alumno sobre varios tópicos sin los cuales hubiera sido imposible redactar un texto como el recibido. Queda por saber, de discutirse este fenómeno seriamente, la responsabilidad que le cabe a los profesores y a las directivas, que son las que dictan las políticas que rigen cualquier institución educativa, por esta certificación engañosa.