Vida Nueva
Por Héctor De los Ríos L.
San Marcos 8,27-35
Observamos que la gente en general ve a Jesús como un hombre de Dios. Por eso opinan que él es Juan el Bautista o Elías o alguno de los profetas.. Los profetas, en general, fueron perseguidos y matados a causa del testimonio que dieron.
Los apóstoles opinan que Jesús es el Mesías, el Ungido, el hijo de David destinado a heredar el trono de su padre. Ellos piensan que en Jesús se cumple la promesa que hizo Dios a David por medio del profeta Natán: “Afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré su reino” (2Sam 7,12). Lejos de padecer, Jesús tendría que reinar en Israel y recibir honores.
Jesús acepta esta respuesta como verdadera. Pero “comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas y ser matado…”. Este parece ser más el camino de los profetas que el de un rey. Jesús agrega, sin embargo, una circunstancia que hace que su camino sea infinitamente superior al de todos los profetas y reyes: “El Hijo del hombre resucitará a los tres días”.
Pedro no acepta que Jesús deba recorrer el camino de un profeta y se pone a reprenderlo. Pero Jesús lo reprende, a su vez, y le reprocha: “Tú no piensas como Dios, sino como los hombres”. El pensamiento de los hombres es el de un Mesías terreno que goza de los honores del mundo; el pensamiento de Dios es el de un Mesías que entrega su vida por la salvación del mundo. El pensamiento de los hombres consiste en pasarlo bien en este mundo; pero “quien quiera salvar su vida, la perderá”. El pensamiento de Dios consiste en entregar la vida en este mundo para gozar de ella eternamente: “Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. El pensamiento de Dios lo tiene quien recorre en esta tierra el mismo camino que recorrió Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Pedro, finalmente, asumió el pensamiento de Dios y siguió este camino.