Vida Nueva
Por Héctor de los Ríos
Para el ciego Bartimero, del evangelio de este domingo (San Marcos 10,46-52), no existía la luz, ni la belleza del paisaje. Dependía de los demás y se orientaba por las voces, el ruido y su bastón. Cuando escuchó que Jesús pasaba, gritó: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. Y en seguida el Señor, viendo su fe, lo curó y su vida cambió. Dejó el manto, se acercó a Jesús y luego lo siguió con decisión y mucha alegría.
Este ciego es símbolo del ser humano, necesitado de luz y orientación. Por la oposición entre las tinieblas y la luz, la ceguera y la visión son símbolo de la incredulidad, que es ceguera espiritual que mantiene a oscuras la vida del hombre, y de la fe, que es iluminación de la existencia gracias a la luz que es Cristo. La fe equivale a tener ojos nuevos para ver la vida, las circunstancias, los problemas y las personas desde Dios.
Como aquel ciego necesitamos creer para ver y amar para creer. Muchas veces vemos las cosas sólo desde el orgullo, la codicia, los intereses y las pasiones y esto nos lleva a refugiarnos en el alcohol y en los placeres, adorar ídolos que no nos convienen. Es necesario descubrir las cegueras que nos impiden ver las cosas como son; que nos insensibilizan, que nos deslumbran con sus falsas luces.
En este año de la fe ore: “Señor, que yo pueda ver”, que sepa discernir, que sepa acoger el bien y rechazar el mal, que sepa ver desde mi conciencia recuperada e iluminada por la fe.