
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
Como no hay una segunda oportunidad sobre la tierra, lo cuerdo sería que deberíamos querer una buena ciudad aquí y ahora. Tenerla es prioritario para tener una mejor calidad de vida, y por eso mucha gente se autoexilia buscándola cuando no puede mejorar la propia o no sabe como hacerlo, pero que reflexionan antes de determinar, y prudentemente emigran. Abandonan su residencia habitual en busca de mejores medios de vida, que si no están locos son para mejorar su vida y no para encontrar la muerte o una cárcel.
Probablemente no hay una sola familia aquí que no tenga uno o varios miembros o conocidos viviendo en otra parte, en Colombia o en el exterior. Pero si partir es morir un poco, como dicen los franceses, quedarse no puede ser la locura de vivir apenas, diciéndole al que lo quiera oír que se es feliz, el mas feliz del mundo, ignorando como locos que la felicidad es un estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Bien del que carecen, pero como se sabe (lo dijo John Locke), los locos razonan correctamente pero a partir de premisas erróneas.
Y autoexiliarse hacia adentro, refugiándose en los suburbios, precisamente en las afueras de la ciudad, en el conjunto cerrado, estricto y rígido (aunque en la locura que es esta ciudad aquí poco lo son), en los centros comerciales, que apenas son comerciales y no centros, y en el club para el fin de semana, sucedáneo de la hacienda, es una forma de autismo urbano: un repliegue patológico de la vida en la ciudad sobre esos espacios que así los convierten en seudo buenas ciudades; es decir falsas o engañosas, fingidas, simuladas, y faltas de ley, realidad o veracidad.
Como anillo al dedo caen en estos días los versos de don Miguel de Cervantes Saavedra en El Quijote: La "LOCURA" se apodere de todos. La LOCURA de la Paz, en lugar de la locura de la guerra. La LOCURA de Perdonar, en lugar de la locura de culpar. La LOCURA de querer Ser Yo, en lugar de la locura de querer que seas como yo. La LOCURA de Amar, en lugar de la locura de poseer. La LOCURA de Ser Amado, en lugar de la locura de ser poseído. La CORDURA de sabernos LOCOS, en lugar de La LOCURA de creernos cuerdos.
Pero lo mínimo que podemos hacer es no permitir la locura de dañar más a Cali, y no tragarnos más las mentiras que insisten en decirnos los que se creen cuerdos. Que expresan o manifiestan “argumentos” contrarios a lo que se sabe, se cree o se piensa. Los que insisten en no ver lo que no les conviene ver o que si ven pero que consideran que es mejor que sigamos ciegos; poseídos con vehemencia de que Cali como Colombia es pasión, que es, como dice el DRAE, lo contrario a la acción o peor, la acción de padecer.
Por eso hasta nos preguntan por la ciudad que queremos sin antes decirnos en qué consiste y es posible aquí y ahora una buena ciudad. Qué tiene esta de bueno es lo que paradójicamente poco se dice pues lo malo es que casi todo lo que se hace lo disminuye. Para que hablar del clima si se tienen que talar los samanes de la que fue la alameda de la 5ª. Para que mencionar el paisaje si lo vamos a continuar tapando con insulsos edificios que se venden publicitando su vista al valle. Afortunadamente nos queda la cordura de unos pocos lugares en que viven en Cali sus auto exiliados.