Vida Nueva
Por Héctor De los Ríos L.
En este domingo cuarto de Cuaresma, la misericordia se hace parábola. El rudo llamado al arrepentimiento que escuchamos el domingo pasado se encuentra hoy con la contraparte: el oasis del rostro de Dios en la Parábola del Padre misericordioso (o “del hijo pródigo”), la parábola de la misericordia por excelencia (San Lucas 15,1-3.11-32)
En el trasfondo del evangelio de este domingo tenemos la enseñanza de Jesús: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso”.
La finalidad de la parábola es mostrarnos el carácter, la grandeza y las características de la misericordia de Dios para con los pecadores arrepentidos. De esta manera comprenderemos la praxis de misericordia de Jesús, que escandalizó a la gente piadosa de su tiempo, y también las actitudes que debemos tomar ante el Dios que nos perdona y ante el hermano que debemos perdonar, porque él nos sigue diciendo: “Todo lo mío es tuyo”, es decir, que hagamos nuestra su misericordia.
Este tipo de relación de Jesús con la gente pecadora fue mal visto por los representantes de la ortodoxia religiosa, por eso recibió severa crítica.
Jesús responde con tres parábolas en las que en diversos personajes (un pastor, una madre y un padre) que han perdido algo preciado para ellos, una vez que lo encuentran invitan a todos (a los amigos y vecinos, a los siervos y al hermano) a compartir su alegría: “Alegraos conmigo”. En la parábola del Padre misericordioso la alegría compartida es mucho más expresiva: “Comamos y celebremos una fiesta”. Ahí está la explicación del comportamiento escandaloso de Jesús.
En esta cuaresma Jesús nos vuelve a repetir este deseo del Padre, de entregarnos su verdadera riqueza, que es nuestra herencia. Como el hijo menor aprenderemos a recibirla y como el hijo mayor aprenderemos a compartirla. Así nadie, ni el hijo mayor ni el hijo menor, se quedarán sin entrar en la alegría del Padre que hace de nuestra vida una continua fiesta. La pascua que ya se acerca es la realización de esta fiesta.