Por Moisés Banguera Pinillo
Sin darme cuenta la naturaleza arreció contra mi padre y en un mal cálculo de la ingeniería empírica y altruista enterró sobre su humanidad cientos de millones de toneladas de metros cúbicos, seguido de una bomba molotov por el estallido del encuentro de aires comprimidos y lo sepultó para siempre y su cuerpo no tuvo una sana despedida. Eso fue en 1966 en Timbiquí hace más o menos 380.160 horas, a la edad de 20 años con las consecuencias de dejar una viuda de 19 años y un bebe de 3 años. El estado no apareció y las víctimas nunca fueron reparadas.
Esa mina donde se murió mi padre queda cerca a la de la tragedia reciente de los 7 muertos, donde años atrás sucedieron otras muertes incluidas la del papá del talentoso jugador Avilés Hurtado, sin mencionar los numerosos intentos de sucesos, donde han quedado lesionados y golpeados muchos paisanos. Hacer cuentas de las víctimas de la minería informal, ilegal y criminal en Timbiquí es profanar la memoria de muchas familias que por la inclemencia brutal de la naturaleza han visto partir a sus seres queridos.
Cuando suceden estos casos la reacción simplista de la población es recriminar a la víctima o al victimario potencial por atreverse a exponer su vida o la de sus colaboradores sin las mínimas condiciones de seguridad, pero cuando se analiza la caracterización del problema se parte de un mínimo de supervivencia basado en el rebusque como única alternativa frente a la ausencia absoluta de el estado, tanto en el cumplimiento de su tarea esencial de darle protección a sus ciudadanos como brindarle bienestar a las poblaciones vulnerables. Es decir, los pobres recurren al infierno como único escape que le brinda la sociedad.
En una sociedad civilizada donde funcione el estado la mina tendría que haber sido cerrada con anterioridad, también se tendrían que haber creado condiciones alternativas de trabajo. La situación en Timbiqui es dramática, compleja y escalofriante; peor aún su futuro inmediato es desgarrador por el accionar irresponsable de la minería ilegal e informal que está destruyendo la tierra sustento del pan coger tradicional de la población. Es decir en pocos años habrá hambruna, muertes por la escasez de recursos y desplazamiento por inexistencia de oportunidades.
Como son muertos pobres, desconocidos, neutros y habitantes gamines para el gobierno; sus problemas y las muertes no merecen el más mínimo comentario del gobierno nacional, por que la solución a sus problemas no produce aumento en las encuesta como subirse al bus de los triunfos de James, ni se tienen en cuenta en la búsqueda del premio nobel de paz. Solo se produce un lánguido y desprevenido trino de doña Tutina producto de la reacción humana, más que la sublime causa heroica de la patria y los latidos pausados del corazón cuando la nación se enluta porque ha muerte un compatriota.
Una parte de la nación apunto todos sus vectores hacia el bien preciado de la paz, causado por los diálogos de la habana como una iniciativa para solucionar un problema de la sociedad colombiana con unos compatriotas alzados en armas, que según estadísticas nacionales solo producen el 6% de los homicidios en Colombia, eso es mucho cuando entendemos que la vida es el mayor derecho fundamental, por eso está bien que se resuelva. Pero también es cierto que literalmente los más de 140.000 habitantes de los 3 municipios de la costa Caucana desde el punto de vista humano viven una odisea, un sacrilegio una tortura, una vida sin felicidad, un infierno sin fin, un purgatorio sin esperanza y un cielo sin vino. Son parte de un estado donde no son dueños de la seguridad, del bienestar social, de la justicia, de los recursos naturales y lo peor ni de la esperanza ni los sueños.
Un problema que lleva más de 105 años con mayor población sufriendo, es inaudito que para el gobierno no sea una prioridad la solución de sus pesadillas. Como no dolerle al ministro de energía tener unos pueblos tantos años a oscuras (que paso con la interconexión eléctrica?), como no dolerle al ministro de transportes ver una región sin conexión terrestre a su propia capital (que paso con la vía Argelia – Guapi y con las acuapistas?), como no dolerle al ministro de salud los paseos millonarios de 400 minutos en lanchas y más de 2 millones de pesos por aviones ambulancias (que paso con los hospitales de primer y segundo nivel, que paso con el barco ambulancia, que paso con las brigadas del ejército?), como no dolerle al ministro de agricultura que el consumo de plátanos se importe del Nariño y Ecuador, cuando tenemos inmensidades de hectáreas de tierra fértil pero no existe banco agrario, se acabo el Incora, no hay oficinas del ICA, no hay centros de acopio, no hay vías, no hay asistencia técnica y existe un colegio técnico pero sin las condiciones optimas de enseñanza y aprendizaje .
Cuando uno vive con todos los problemas expuestos, cuando la fría y calculadora naturaleza me prohíbe trabajar, cuando la misma población agoniza en silencio, cuando los gobiernos locales son sin alma y sin estructuras, cuando el presidente no sabe de nosotros, cuando de los 167 billones de presupuesto nacional solo me dan migajas de regalías, cuando no hay ríos para nadar, cuando no hay agua potable para consumir, cuando al horizonte solo me esperan rocas para triturar la vida de mis nacionales; grito y mis alaridos solo retumban en lo más lejano de la cordillera occidental, la respuesta es sencilla: estoy viviendo en Guapi, Timbiqui y Lopez de Micay tres pueblos del pacifico Caucano cuyos problemas merecen ser cacareados igual o mayor a los de la Habana y darles respuesta sin esperar los “biiiillones” del posconflicto
Post data: El Senador Velasco del Cauca quiere bajarle el precio a la gasolina que mayoritariamente consumen los ricos y, en su propio Departamento en los municipios costeros el galón de gasolina vale $ 6.000 más que en las capitales. Es