
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
Los diferentes suelos suenan distinto al caminar por ellos, y en los recintos cerrados los sonidos son opuestos a los de los patios donde además cambian del día a la noche. Así contribuyen a caracterizar los diversos ambientes de un edificio; y por supuesto varían al estar en ellos o al recórrelos uno tras otro, reforzando o no las emociones generadas por las formas, colores y texturas de los muros, o produciéndolas por si mismos.
En la naturaleza existen sonidos de diferentes fuentes y sus características de frecuencia (altura), intensidad (fuerza), forma de la onda (timbre) y envolvente (modulación) los hacen inconfundibles. Por ejemplo, el suave correr del agua por una acequia tiene las mismas características que la caída del agua en una catarata pero la intensidad de esta es muchísimo mayor llegando a ser ensordecedora.
El volumen es la percepción subjetiva que se tiene de la potencia de un sonido, y no hay que confundirlo con su sonoridad. Su manejo en los edificios y espacios urbanos, privados como públicos, es importante pues de el depende el papel de los sonidos en las emociones que brinda la arquitectura, y por ende la escogencia de las fuentes que lo van a originar, como las que se deben paliar, o evitar totalmente por su ruido desagradable.
El eco, por su parte, es producido cuando una onda acústica se refleja y regresa hacia su emisor. Pero es necesario que supere la persistencia acústica, en caso contrario el cerebro interpreta el sonido emitido y el reflejado como un mismo sonido, y si ha sido deformado hasta hacerse irreconocible se denomina reverberación en vez de eco. Una maravilla en una catedral pero un problema en un aeropuerto por ejemplo.
Se debe a que la trayectoria del sonido reflejado es más larga que la del directo, que se escucha primero y después las primeras reflexiones, cada vez de menor intensidad pero que el cerebro integra en una suma total del sonido que llega al oyente. Es una "cola sonora" del sonido original, y depende de la distancia entre el oyente y la fuente sonora y las superficies que reflejan el sonido como las de los objetos que encuentre en su recorrido.
La resonancia, por lo contrario, se produce cuando dos cuerpos tienen la misma frecuencia de vibración, y uno empieza a vibrar al recibir las ondas sonoras emitidas por el otro, ocasionando que las frecuencias se refuerzan y en consecuencia aumente la intensidad del sonido, lo que lo puede convertir en ruido. De ahí que hay que evitar que las superficies de los recintos cerrados presenten las mismas densidades sobre todo si son paralelas.
Finalmente, el ruido es todo lo que es molesto para el oído o sencillamente todo sonido no deseado: la más excelsa música puede ser calificada como ruido por su volumen muy alto, que interfiere la comunicación entre las personas o en sus actividades, o simplemente que en cierto momento no se desee oírla; o que sea maravillosa sólo para unos.
La contaminación acústica puede resultar incluso perjudicial para la salud al provocar estrés, alteración del sueño, disminución de la atención, depresión, falta de rendimiento o agresividad, y hasta la sordera. En Cali, donde se confunde la algarabía con la alegría, el ruido ajeno es omnipresente; menos mal que ya se está aprendiendo a exigir su control, como lo han demostrado los vecinos de San Antonio y Juanambú.