Por Héctor de los Ríos
Vida Nueva
Lecturas:
Ezequiel. 34, 11-12.15-17: «A ustedes, mis ovejas, las voy a juzgar entre oveja y oveja»
Salmo 23(22): «El Señor es mi pastor, nada me faltará»
I Corintios 15, 20-26a. 28: «Devolverá a Dios Padre el Reino y así lo será todo en todos»
San Mateo 25,31-46: «Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros»
Como siempre, en este último domingo del año litúrgico celebramos la fiesta de Cristo Rey del universo. La realeza de Cristo, por supuesto, no es al modo del mundo, sino al modo del amor que congrega a la gente.
Esta forma de realeza es puesta de relieve por el profeta Ezequiel. Usa el símbolo del buen pastor preocupado por cada una de las ovejas -un símbolo también muy usado por Cristo mismo.
El Reino de Cristo, dice S. Pablo, no es para él mismo, sino para nuestra total liberación y vida. Al entrar a su Reino, superamos el pecado y la muerte. El Reino de Cristo, igualmente, fue adquirido para nosotros por Jesús sufriente y muerto por nuestro bien.
La famosa parábola del juicio final está llena de riqueza e inspiración. Leámosla este domingo desde el punto de vista de Cristo Rey. Jesús en el juicio final aparece como rey para decidir quién, y quién no, participará en su reino para siempre. El criterio de su decisión es la práctica del amor fraterno. Aquellos que compartieron amor, comparten el reino; aquellos que no compartieron amor, no comparten el reino.
Como Jesús es rey a la manera de la misericordia y preocupación por los desposeídos, es coherente que aquellos que han de participar en su reinado participen también de su misericordia.
Jesús como rey se hará aparente en el juicio final, pero de acuerdo a la parábola, él ya está presente entre nosotros, aunque su realeza permanece escondida. Escondida tras el rostro de los pobres, los hambrientos, los enfermos, etc. Su realeza, en verdad, no es al modo del mundo. Si hemos de encontrar a nuestro Rey y Señor hoy día, debemos buscarlo «en el más pequeño de nuestros hermanos».