Vida Nueva
Por P. Héctor De los Rios L.
Domingo trigesimo segundo del tiempo ordinario
San Marcos 12,38-44: «Esa pobre viuda ha echado en las alcancías más que nadie»
El gran profeta Elías es frecuentemente fustigado por los líderes de su propia nación (no les gustaba lo que él decía sobre sus pecados). Entonces sintiéndose aislado, resolvió huir. En esta lectura, cansado y hambriento, pide pan a una pobre viuda. La viuda, a pesar de que no le quedaba nada, comparte su comida con Elías. Y Dios premia la generosidad de la viuda: su comida y aceite nunca se agotaron. Este relato prepara la lectura del Evangelio de hoy.
El proceso de salvación de la humanidad se extiende entre la primera y segunda venida de Cristo, de acuerdo a este texto dirigido a los cristianos convertidos del judaísmo. Por lo tanto, la salvación no es algo que solamente hace Cristo, excluyendo la cooperación humana. La salvación es un camino largo que todos debemos recorrer, a través de la accidentada historia de la humanidad.
Tomemos la sección del Evangelio de hoy sobre la limosna de la pobre viuda. Como en la primera lectura, una pobre mujer comparte de su pobreza. Ella no comparte lo que le sobra, sino lo que ella necesita. Y Jesús la alaba, y nos dice que lo poco que ella compartió tiene más valor que las grandes cantidades públicamente compartidas por los ricos. La lección de este Evangelio es sobre el valor de compartir en la vida humana y cristiana, como una alta expresión de justicia y caridad. Es también sobre las cualidades cristianas de compartir.
Vamos a resumir unas y otras. Compartir con otros lo que tenemos -dinero, bienes, conocimientos, amor, amistad y otros- es una expresión de caridad y fraternidad, pero es también una exigencia de justicia. Bienes y valores fueron dados por Dios a todos; las riquezas de cualquier tipo deben servir a todas las personas. No es justo, por lo tanto, cuando pocos tienen mucho, y muchos tienen poco. La redistribución a través del compartir se convierte en un imperativo de la justicia.
Todos son capaces de compartir algo, no importa lo pobre que sean. Siempre hay personas aún más pobres. Siempre hay algo que dar que puede ser útil a otros. De hecho, el pobre tiene más sentido y práctica en el compartir, que el rico. Porque el pobre siempre necesita y sabe por experiencia la importancia de compartir. Porque el rico fácilmente se ciega a la necesidad de otros, y tiende a ser individualista y auto-suficiente.
El valor de compartir no siempre radica en la cantidad, de acuerdo a las palabras de Jesús en el Evangelio. Yace también en la calidad de amor represada en el compartir. Porque cuando compartimos, compartimos algo de nuestro interior también, no sólo bienes externos.
Algunas preguntas para pensar durante la semana
1. ¿Comparto yo (material y espiritualmente) al extremo del sacrificio personal?
2. Cuando doy limosna o ayudo al necesitado, ¿pongo yo amor y simpatía en mi compartir?