VIDA NUEVA
Evangelio: San Lucas 24, 13-35: «Lo reconocieron al partir el pan»
Entramos en la 3a semana de Pascua y seguimos celebrando «el Día que hizo el Señor», el día de la Resurrección, el Domingo. El Evangelio de este Domingo 3nos invita a entrar, por la experiencia de Emaús, en el encuentro con Jesús vivo, la instrucción que Él da como Maestro a sus discípulos y la misión que les encomienda de darlo a conocer hasta los confines de la tierra.
Continúa la Pascua. Sigue el Cirio encendido y las flores y los cantos y los aleluyas. Y, sobre todo, el pueblo cristiano se siente “renovado y rejuvenecido en el espíritu”, con la “alegría de haber recobrado la adopción filial” (oración colecta), “renovado con estos sacramentos de vida eterna” (Oración después de la Comunión), “exultante de gozo porque en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo para tanta alegría”
Nueva forma de presencia
Es una noche luminosa. Toda la comunidad ha hecho un descubrimiento en el camino de la fe para los discípulos de todos los tiempos. ¿Cuál es ese descubrimiento? Ante todo que Jesús de Nazaret no es un difunto más de la historia sino una persona que vive hoy como ayer y por siempre. Su manera nueva de estar hoy presente y actuante en su Iglesia, y en cada discípulo, es a través de su Palabra. Leída desde la fe, con corazón ardiente, con un punto central que es Jesucristo. Saberlo descubrir en cada tema, en los personajes de la historia de la salvación, en los acontecimientos salvadores anteriores a él. Su presencia palpita en cada página de la Biblia.
Está presente a través de los Sacramentos. Ellos son acciones suyas, experimentadas hoy en nosotros, a través de signos y por el ejercicio de sus ministros. Pero «es Cristo el que bautiza cuando alguien bautiza» (San Agustín). En particular la Eucaristía, momento diario y culminante de su presencia. Estamos invitados como los peregrinos de Emaús a reconocerlo en la Fracción del pan. Reconocer es volver a conocer pero de forma nueva. Finalmente se hace presente en la Comunidad-Iglesia. Donde está ella reunida, él está en medio de los suyos. Ella es su cuerpo vivo, uno y múltiple, activo y operante en el mundo. En estos signos de su presencia debemos escucharlo, acogerlo, compartir con él misteriosamente la vida. No lo busquemos en vías extraordinarias o espectaculares. Busquémoslo y encontrémoslo en estos signos de su presencia que él mismo nos ha dejado y nos ha dado a conocer.
Aún más: el confinamiento a que nos ha sometido la pandemia del Covid19, que no nos permite (hasta nueva orden) reunirnos en el templo para la celebración del culto, nos urge a saber descubrir la presencia de Dios de otra manera, en otras partes, en la Familia, en lo cotidiano, en el hermano enfermo, en quien sufre, es decir, en el prójimo, que, ahora más que nunca, se convierte en sacramento de Dios para los demás.
Somos peregrinos de Emaús
La Iglesia, nosotros que la constituimos, vivimos en permanente camino como los discípulos de Emaús. Nos interrogamos como ellos sobre el sentido de la venida de Dios al mundo en la persona de Jesús de Nazaret. Quisiéramos escuchar esa Palabra que les hacía arder el corazón mientras les hablaba por el camino y le explicaba las Escrituras. Como ellos le decimos a diario «quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída». Sin Él la vida no tiene su pleno sentido. Pero como ellos debemos hacer la experiencia de encontrarlo en todos aquellos lenguajes que nos hablan de él, y a través de los cuales él mismo nos habla. Ciertamente su Palabra, pero también la voz angustiada de los que sufren pobreza, abandono, falta de posibilidades para una vida digna y libre.
Es la situación del mundo en que vivimos marcado por la pobreza, la violencia, la falta de una esperanza firme y positiva, y, en este tiempo de pandemia, incertidumbre, angustia, miedo… Los acontecimientos de la historia, el mundo de la posmodernidad que quiere acallar su voz y olvidar su paso por nuestra tierra nos reclaman su presencia, «presencia de Dios en rostro de hombre».
Emaús en la cuarentena
¿Será posible que, como les sucedió a los dos discípulos de Emaús, no nos percatemos de su presencia junto a nosotros durante todo el camino en esta cuarentena del confinamiento producido por la pandemia del coronavirus? Durante todo este tiempo, por muchos medios y de muchas maneras (aunque, por la emergencia sanitaria, no podamos celebrar públicamente la Eucaristía), el Señor Jesús se acerca y se mete en nuestro camino, hace suyo nuestro problema, nos da la oportunidad de desahogarnos cuando nos pregunta qué nos pasa, y también «nos explica las escrituras» y «parte para nosotros el Pan» ¡en Casa!
Pero, caminamos tan embotados de la mente que no nos damos cuenta de su rostro y sus manos al hablarnos. Es tan extraño a nuestros ojos que no vemos su mirada, ni escuchamos su voz. Sólo han retumbado en nuestras mentes sus palabras. ¿Cuántas veces nos habrá mirado, quizá con asombro, y nosotros ni nos percatamos de ello? Mientras mirábamos el suelo, el horizonte y el cielo, Él nos miraba a nosotros. Mientras buscábamos por todos lados las causas del coronavirus, mirando siempre hacia atrás para buscar culpables y «lavarnos las manos», Él está siempre de nuestro lado y a nuestro lado para tocar nuestra puerta (la de cada uno, la de todos) para que nos dignemos invitarlo a que se quede con nosotros, porque Él, aunque es el Señor, es muy educado respeta nuestra libertad y nunca entra sin tocar.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
La experiencia de los discípulos de Emaús seguramente la ha vivido una infinidad de discípulos a lo largo de los siglos, quizás tú, incluso yo mismo. Y es la experiencia de una esperanza fallida: «Nosotros esperábamos» (v. 21), nosotros creímos. Estas palabras están llenas de todo el peso de la vida cotidiana, llenas de esperanza y de experiencias humanas. Así como esos dos discípulos tenían planes (la liberación de Israel), así nosotros hacemos planes todos los días. Y así como ellos ven clavada en la cruz su esperanza y se vuelven a casa, así nosotros sufrimos la desesperanza, cuando nuestros proyectos parroquiales no funcionan como quisiéramos, o cuando encontramos muchos obstáculos y resistencias para entregarnos plenamente a Jesús y a su obra redentora; cuando un hijo nos da la espalda, o el cónyuge no nos escucha, ni nos comprende, o simplemente cuando, con la aparición del coronavirus, nuestros planes personales se ven frustrados y miramos al cielo y preguntamos, ¿por qué?
Los dos discípulos conocían bien a Jesús, porque habían hablado y comido con él y resumen perfectamente su vida (hay que ver los términos en los que resumen la vida del Maestro que son muy parecidas a los discursos de Pedro en los Hechos de los Apóstoles
Y así como los dos discípulos no lo reconocen, pues su conocimiento de Jesús es, sobre todo, intelectual, del mismo modo, nosotros no lo vemos ni encontramos porque tenemos un conocimiento demasiado racional que no basta para encontrarlo. Cualquier manera de comprender a Jesucristo a nuestro antojo impide un auténtico encuentro con Él. Precisamente para el encuentro con Jesucristo no sea incompleto, el texto que meditamos nos ofrece cuatro lugares donde podemos descubrirlo: – En el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de dudas, incertidumbres, desesperanzas y desánimos; en la Escritura, en la que redescubrimos permanentemente a Jesucristo e iluminamos nuestro caminar; en la hospitalidad y acogida que le demos al hermano; en la Eucaristía, lugar privilegiado del encuentro con Jesús, donde rememoramos los motivos y las razones por las que entregó su vida. Los dos discípulos tenían sus planes, pero eran los suyos, los que ellos se habían hecho y que los bloqueaban, cegándolos e impidiéndoles reconocerlo; estos planes se habían cumplido, aunque de manera diferente a como ellos se lo imaginaban, en este «extranjero» que en ese momento caminaba con ellos. Hablaban a Jesús, pero tal y como ellos se lo imaginaban, y por ello no lo reconocen.
Pidamos a Dios que nunca olvidemos las causas por las que entregó su vida. Pidamos perdón a Jesús por hacer de su resurrección un evento a nuestra conveniencia sin comprometernos con lo que Él dijo e hizo. Por ello, preguntémonos: – 1. ¿Qué causas impiden que tengamos un encuentro vivo de Jesús resucitado?