Gonzalo Concha
Qué tienen los ríos y quebradas, que siempre nos enamoran, atraen y apasionan, por lo que históricamente hemos vivido tan cerca de ellos?

Cada día que del agua – en cualquiera de sus testados – recibimos una lección de vida, nos la comparte unas veces con ternura con una suave brisa, pero otras con furia en las avalanchas como protesta por nuestra osadía.
El agua, ese elemento 800 veces más denso que el aire, nos muestra con hechos que nada detendrá su paso; nos enseña que el sonido en su interior se propaga 1.500 metros por segundo mientras que en la tierra la velocidad solo alcanza los 330 metros, por lo que el tiempo de escucha no da tregua para una oportuna estampida.
El agua, ese elemento indispensable para toda forma de vida y que cubre el 80% del planeta, nos recomienda que con ella es mejor establecer alianzas y nunca verla como una enemiga a vencer, esclavizar o doblegar.
Cuando las normas nos marcan que debemos respetar los 30 metros de sus orillas, no solo es un capricho legal, es fundamentalmente un aviso que nos indica que cuando del cielo cae mucha agua esos 30 metros también podrían ser su camino.

Las aguas de las quebradas de los ríos, no son traicioneras; las aguas de las quebradas y los ríos tienen memoria y como son poderosas e indómitas, debemos respetar su serpenteante camino, el que siempre atiende a las fuerzas caprichosas de la naturaleza.
Sin dejar de lamentar las dolorosas tragedias que por causa del agua venimos padeciendo, bien vale la pena reflexionar con esperanza para que buen día los seres humanos entendamos que debemos conocer, respetar y cuidar la naturaleza si queremos sobrevivir como especie en este nuestro planeta azul.