
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011

Las amenazas debidas al cambio climático que terminarán afectando a todos, aunque muchos ahora no quieran verlas o prefieran no enterarse, han sido generadas por la sobrepoblación y el consumismo, engendrado este por las multinacionales, como lo señaló Konrad Lorenz hace varias décadas (Decadencia de lo humano, 1985), con sus productos fabricados con energía producida con combustibles de origen fósil, igual que con la tala de bosques y selvas, la ganadería extensiva, los vehículos con motor de explosión, y la climatización e iluminación artificial de los edificios en todas las latitudes (Sophia y Stefan Behling, Sol Power, 1996).
De ahí la urgencia de instalar más energía solar y eólica, construir pequeñas hidroeléctricas cerca de las ciudades, las que serían a la vez parques; y obligar a reutilizar las aguas de la lluvia y todas las utilizadas en los nuevos edificios; y aprovechar nuestras muchas horas diarias de luz natural todo el año, que no tenemos climas extremos, y que casi la mitad de la radiación solar es vertical. Así controlar el calor es fácil y se hizo durante siglos: orientar bien los edificios, dejar cruzar el viento, proteger del sol las fachadas, especialmente las ventanas, y tener cubiertas con buen aislamiento térmico (Victor Olgyay, Clima y Arquitectura en Colombia, 1968).
Es preciso consolidar más centralidades peatonales en las grandes ciudades y estimular el uso de vehículos y bicicletas eléctricas y comunes, y hacer más parques, incluyendo los cementerios actuales. Y educar mejor a los futuros padres para disminuir el crecimiento poblacional, y procurar más urbanidad y conocimientos urbano arquitectónicos a los muy nuevos habitantes de nuestras ciudades, buscando consolidar una cultura urbana basada en su geografía e historia con el fin último de obtener una mejor calidad de vida para todos, ya que difícilmente las será si es solo para unos ya que en las ciudades a todos nos toca convivir con los otros.

Y aparte de las medidas urgentes y drásticas que pronto se verán obligados a tomar los gobiernos en todo el mundo, cuando el nivel del mar suba e inunde algunas ciudades costeras, como Cartagena, ya todos podemos hacer algo para al menos mejorar el presente con más ética, estética y política (no politiquería), y no contribuir más a dicho cambio, y apoyando a Greta Thunberg (en viaje en velero a la Cumbre del Clima en Madrid del 3 al 12 de Diciembre) como sugiere Manuel Rodríguez Becerra (Nuestro planeta, nuestro futuro, 2019) y lo continua haciendo en Cali un pequeño grupo a las 12:30 pm en la Plaza de San Francisco todos los viernes.
Primero que todo hay que procurar menos consumismo y denunciar la obsolescencia programada de los productos de uso cotidiano, o estimulada mediante la moda (el buen gusto de los idiotas) y la propaganda engañosa (casi toda), o la inducida de los nuevos carros (que no lo son) y las viviendas para trepadores sociales y de “torres”; hacer más huertos caseros y establecer la práctica del re-uso, reparación, renovación y reciclaje de todo, y nada de generar desperdicios ni basuras recogidas en las calles gratuitamente. Usar servilletas personalizadas de tela (como antes) y lavarlas solo cuando sea necesario. Hacer mercado con bolsas propias y rechazar los empaques desechables.