

Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011
El divide et impera, utilizado por Julio César y Napoleón como una estrategia orientada a mantener bajo control la población de un territorio dividiéndolo, se debería usar en Colombia pero en este caso para poner orden a su territorio, muy variado geográfica e históricamente. Como ya fue propuesto hace décadas, dividir el país en regiones, acomodando a ellas los departamentos, y a ellos los municipios. Es absurdo que el departamento del Valle del Cauca no incluya la totalidad del valle del río Cauca (la parte norte esta en Risaralda y la sur en el Cauca), y que su parte de la costa pacifica no sea otro departamento con capital Buenaventura; o como el área metropolitana de Cali que está en cinco municipios de dos departamentos.

Dividir para ordenar es lo que se pretende al conformar ciudades dentro de la ciudad en pro de un objetivo común: una mejor calidad de vida en la gran ciudad. En la década de 1970 fue una política urbana en Colombia, y ahora en Cali, tres veces más grande y con la amenaza del cambio climático, es imperativo hacerlo concentrando todas las actividades cotidianas alrededor de centralidades peatonales, y caminar y usar bicicletas para no depender de un transporte motorizado a base de combustibles generadores de gases de efecto invernadero. Pero igualmente para recuperar para la gente el disfrute de lo urbano y la intercomunicación ciudadana entre vecinos en el espacio urbano público, principalmente en sus andenes.
Acabar de conformar centralidades espontáneas, planificándolas y reglamentándolas, es sin mayor duda la alternativa a conurbaciones innecesariamente extensas y caóticas, como es el caso de Cali, generando varias ciudades dentro de la ciudad y oficializando al tiempo una inaplazable área metropolitana desde Jamundí a Yumbo.
Serían, además de dichas poblaciones, el Centro ampliado, una al Norte, dos al Sur, un par en el Distrito de Agua blanca, y una más en el Lejano sur, unidas por un nuevo eje urbano y regional a lo largo del corredor férreo (ver propuesta en Caliescribe.com), un enorme y prometedor espacio urbano público irresponsablemente ignorado por el Estado pero no por los que lo invaden cada vez más.

Como algunos caleños solían decir y ahora otros más lo repiten, “Cali era mas ciudad cuando era pueblo” y estas pequeñas ciudades con centralidades peatonales propuestas dentro del “gran pueblo” en que se ha convertido la ciudad, serían así verdaderas ciudades en términos de seguridad, funcionalidad, confort y placer. Eso que los viajeros encuentran en otras partes en lugar del “ruido” que al parecer es lo que muchos de los turistas que llegan a Cali buscan al venir aquí por unos días, pero que a sus habitantes del toca soportar todo el año; no es sino ver como aumentan las quejas al respecto en San Antonio, por ejemplo, al que pronto llamarán Saint Anthony dado el arrodillado aumento de letreros en ingles en sus calles.
Pero, cómo hacer que los que “imperan” en Cali entiendan que hay que planificar altruistamente la división que espontánea y desordenadamente se da en la ciudad siguiendo la egoísta lógica del oportuno comercio con la propiedad privada del suelo urbano y sus edificios, y que sea para beneficio de todos y no solo de los que los eligen. De ahí la importancia de escoger concejales conocedores de sus problemas urbano arquitectónicos; pero, finalmente, cómo hacer para que los ciudadanos de Cali entiendan que es mejor para ellos votar por políticos cultos y no por politiqueros corruptos, que se los dividen para su propio beneficio y el de las grande empresas que financian sus
costosas campañas, entre ellas muchas constructoras.