

Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011
Si no piensa votar debería pensarlo dos veces pues el hecho es que cada vez más nada sigue igual aquí y en el mundo. En Cali, a ojo de buen cubero, más de la mitad de los que pueden hacerlo no votan, permitiendo que apenas una cuarta parte del total, una mera minoría, elija, lo que es preciso cambiar para que aquí no todo siga igual. Pero si de todas maneras le da pereza ir a votar no se queje después y sobre todo no saque disculpas de la manga como esa de que ¿para que si todo sigue igual?

Si sólo la mitad de los que no votan, porque para qué, se sumaran a la cuarta parte de los que, según algunas encuestas, lo van a hacer en blanco, y cada vez son más, serían más de la mitad y habría que realizar nuevas elecciones con nuevos candidatos, según el artículo 258 de la Constitución. Para votar en blanco basta con poner una X en el tarjetón en el sitio indicado, pero si no se marca el voto es considerado inválido, o sea que para qué hacerlo.
Si el voto en blanco pierde por poco al menos sería una pica en Flandes para lograr la paz urbana ya que con seguridad las siguientes elecciones serían muy diferentes. Con candidatos probablemente menos corruptos y con propuestas para la ciudad física, que hoy ignoran pues no son populistas, como control en edificios, calles, avenidas, plazas y parques, es decir su comprensión de lo que significan en tanto tradiciones e imágenes compartidas y emocionantes, y lo que eso significa para la seguridad, movilidad y convivencia.
Si lo que se pretende no es solo el progreso de la ciudad es preciso desarrollar unos pocos propósitos, mas no como contrapuestos a lo tradicional sino que sean de verdad posmodernos, justamente como lo son su sostenibilidad, contextualidad y belleza.
Verdades que no se pueden negar racionalmente, pero que hay que lograr que sean de Perogrullo, es decir obviedades que más de la mitad de los ciudadanos comprendan y compartan que son para su beneficio en tanto urbanitas.

Con su sostenibilidad lo que se pretende es que ante todo la ciudad pueda subsistir durante largo tiempo sin agotar sus recursos de agua y energía, desperdiciándolos, o causando graves daños al medio ambiente y a la naturaleza, contribuyendo al cambio climático. Y por supuesto disminuir al máximo los gases de efecto invernadero y la huella de carbono de los materiales necesarios para nuevas construcciones en lugar de hacer renovaciones de lo ya construido.
La contextualidad, o sea lo perteneciente o relativo al contexto, que en este caso es lo ya construido, es situar un Nuevo edificio en una determinada imagen urbana y dentro de un modo de vida particular, es decir en un barrio ya consolidado, o con el propósito de ayudar a que lo logre. Y con ello colaborar a disminuir el gap generacional que distancia generaciones enteras impidiéndoles un propósito común para mejorar la calidad de vida de todos.
Respecto a lo realmente bello en una ciudad, es lo que causa una alteración del ánimo intensa o pasajera pero agradable, que va acompañada de cierta conmoción somática. Es el interés, generalmente expectante, con que se participa en algo que está ocurriendo, como lo es en el espacio urbano público todo el tiempo: la animación urbana de verdad en un contexto tradicional y emocionante, y no el caos y la inseguridad de lo supuestamente nuevo y distinto