Por Carlos Enrique Botero Restrepo
Arquitecto Universidad del Valle; Master en Arquitectura y Diseño Urbano, Washington University in St: Louis.
Profesor Maestro Universitario, Universidad del Valle. Ex Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle (de2012 a 2015) y Director del CITCE (Centro de investigaciones Territorio Construcción Espacio) de 2006 a 2010.
Lo que relata Jorge Enrique Rojas, reportero de El País, en la edición del diario del jueves 13 de diciembre, con exaltación poética, sobre un árbol creciendo en lo alto de un poste de concreto de la red eléctrica en el barrio Porvenir de Cali es, por lo excepcional , parte de la cotidianidad de la ciudad.
La excepción confirma la regla, por seguir un dicho bastante popular, que en este caso se refiere al hecho de que quien primero observó el fenómeno siempre vio los mismos elementos por separado compartiendo espacio público. Por la misma razón, porque en sana lógica deberían estar cada uno en su sitio, el hecho no podía pasar por alto. Lo curioso es que quien primero lo reporta es un transeúnte ocasional que, por un percance menor, detiene su auto justo frente al poste rematado en árbol. Y empieza la cadena informativa.

Por el tamaño que reportan los observadores, incluyendo al funcionario del DAGMA que procedió a cortar el especimen, debería tener entre uno y dos años de edad y parece un poco raro que nadie lo haya notado hasta esta semana. Se puede afirmar que ello se debe a que el paisaje urbano nuestro produce imágenes confusas del espacio dado que por todas las calles hay postes para sostener redes eléctricas y a estas les han colgado toda clase de objetos invasores, incluyendo cableados de internet, con los rollos de reserva disponibles para la próxima extensión de conexiones; restos de cometas que desde los vientos de agosto terminaron muriendo sobre la trama de los alambrados; jirones de pasacalles ofreciendo candidatos para todo en las pasadas elecciones; promociones de la Alcaldía con fechas ya vencidas; bejucos de muchas enredaderas que ofrece nuestra tropical biodiversidad; uno que otro par de zapatos que algún diestro en enredos logró ensartar para demostrar sus habilidades. En fin, hay de todo aquello que se pueda colgar y que sirva para promover algo, para demostrar algo. Nada raro parece entonces que entre la variedad de elementos extraños a la red eléctrica aparezcan vegetales, incluyendo el ejemplar de la historia de Héctor Betancourt, promotor del relato del Ficus Glabrata, o Higuerón como se lo denomina por estas latitudes.
Algún botánico interesado en el estudio de especies vegetales creciendo espontáneamente en el entorno urbano haría un listado quizás extenso de variedades que incluyan árboles invasores como el inocente Higuerón del barrio Porvenir y relacionar cada ejemplar censado con un cierto ámbito a su alrededor donde aparezcan, en parques, zonas verdes, patios y antejardines, árboles de donde provino la semilla respectiva. No se puede suponer, para este caso, que el árbol padre –o madre?- originario esté en Pance, en Juanchito o en el Bosque Municipal. Su semilla no viaja muy lejos por acción del viento ni por el vuelo de un pájaro o de un murciélago que lo pierde en el viaje hacia su nido.
A pesar de que en KUN, el libro que en 1996 publicó la CVC como producto de un censo hecho con la participación de JICA –la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional- se señala a este ficus nativo, el Higuerón, como especie en vías de extinción, al menos en las áreas suburbanas de la parte plana del Municipio de Cali, abundan los ejemplares que crecen abrazando cualquier otro árbol donde caiga la semilla. El proceso de crecimiento es fascinante: crece siempre de arriba hacia abajo, aprovechando el aire y obteniendo nutrientes del suelo que le chupa a su víctima –su anfitrión- al que progresivamente va abrazando hasta tocar la tierra para empezar a hundir sus raíces en el suelo. Para entonces, el anfitrión habrá muerto por la asfixia que le causa el ingrato huésped. Cuando el higuerón muera mostrará en su interior los restos cadavéricos del que le sirvió de soporte. Cuestión natural.
Por supuesto que este ficus nativo puede crecer en semillero, pero cuídese de trasplantarlo en áreas urbanas que no sean parques y zonas verdes amplias o en bosques, pero siempre lejos de construcciones y de redes subterráneas. Es hermoso e imponente y sirve de casa a muchas aves, roedores e insectos. Los árboles en la ciudad no son todos los árboles de nuestra geografía. Mire bien las ranuras y grietas de muros y terrazas, puede encontrar un ejemplar inesperado