
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
Rasmus Waern y Gert Wingärdh en ¿Qué es la arquitectura? y 100 preguntas más, 2016, desde luego también hablan de los arquitectos, y al respecto recuerdan como con la arquitectura moderna “resultaba sencillo estar de acuerdo con [sus] comodidades aunque no con su estética [y] debido a que cada uno parecía que tenía su propia idea de lo que era belleza, el enfoque más racional consistió en ignorar el tema” (p. 10), y por supuesto el problema es que “la arquitectura extraordinaria exige habilidades extraordinarias (p. 11) y que no toda debe serlo: de hecho la mayoría.
“En la época en la que todo el mundo conocía las reglas […] resultaba más sencillo conseguir que todo el mundo marchara al mismo paso [y] cualquier buen estudiante era capaz de producir una buena arquitectura [y] el hecho de que esta fórmula desapareciera no significa que no pueda volver a imponerse [pues] estuvo presente durante más de mil años” (p. 11) y el punto es que ”reutilizar una solución antigua es una forma de renovar la arquitectura [pero] no existe motivo para inventar algo si no va constituir una mejora ” (p. 15). U otra alternativa, cabe pensar.

“¿Los arquitectos deben pensar en todo? Si. Eso es exactamente la arquitectura [y] en contraposición con los problemas técnicos, los defectos artísticos rara vez pueden corregirse más tarde” (p. 11). “El arte plantea preguntas; la arquitectura las responde” (p. 22). Es precisamente lo que diferencia la arquitectura de las otras artes y por eso “los edificios, o al menos su reputación, a menudo sobreviven a sus creadores” (p. 21) y de ahí que “conseguir que se publique el propio trabajo es la única forma que tienen los arquitectos o los edificios de forjarse un nombre” (p. 26).
“Antes que [Imhotep, siglo XXVII a. EC.] hubo también otros arquitectos [basta imaginar] el momento en que las primeras pieles de animales se colocaron en el suelo” (p. 41). “La arquitectura es un selfie colectivo” (p. 50). “La arquitectura contemporánea se halla, por tanto, vinculada de una manera inseparable a los concursos arquitectónicos, del mismo modo que la sociedad contemporánea esta relacionada con la competición por sí misma” (p. 53). Para bien y para mal, habría que anotar, pues infortunadamente siempre dependen de las bases y sobre todo de los jurados.
Al fin de cuentas “lo que importa son el clima, el terreno y la sociedad” (p. 58). “Sin edificios, ninguna civilización, ni siquiera la de especie humana, puede sobrevivir” (p. 71). “Cada época tiene su propia moral: la sostenibilidad es la más importante en la nuestra” (p.75). La arquitectura “tiene poca relación con los cálculos [y sus ] parámetros más importantes […] son el hombre y sus sentidos” (p. 89). “¿No pueden los arquitectos hacerlo bien desde el principio? No. Diseñar es aprender” (p. 90), y sin duda “la incerteza puede ser la esencia del proceder creativo” (p. 91).
Y, finalmente, responden al título de su pequeño libro: “¿Que es un arquitecto? Un constructor jefe” (p. 94). El caso, pues, es que la palabra arquitecto viene del latín architectus, y este de Architéktön, del griego clásico arkhé (mando) y téktön (obra), y designa a ese personaje, mezcla de artista y técnico, que proyecta edificios y espacios urbanos para el ser humano atento a su correcta construcción posterior, además de que, como lo señalan Waern y Wingärdh, “deben perfeccionar su diseño de los detalles” (p. 67).