Evangelio: san Lucas 12, 49-53: No vine a traer paz, sino divisiones…
El camino de Jesús hacia Jerusalén, acompañado por sus discípulos entre los que van algunas mujeres, avanza en forma decidida. Allá se va a consumar el objetivo de su misión: glorificar al Padre Dios y dar su vida por la salvación del mundo. El Señor, lentamente, va dejando conocer el misterio de su persona.
La Palabra de Dios nos convoca para invitarnos a reavivar en nosotros el compromiso y la responsabilidad profética de la existencia cristiana. El tema de este Domingo es la «lucha» que supone el mantenerse firme y fiel a la fe, en el compromiso por la Paz.
En el mundo… sin ser del mundo
La Iglesia tiene que estar presente en el mundo, sin ser como el mundo. Ella está en el mundo, pero no es del mundo. O bien, dicho al revés: ella tiene que ser distinta al mundo, pero no tiene que estar ausente del mundo. Esto es difícil, y de hecho, oscilamos constantemente de un polo a otro…
Durante un tiempo se insiste en la apertura al mundo, con el riesgo de perder la identidad; de tanto «estar-con», se corre el riesgo de «ser-como».
Ser profetas
El profeta jamás está de moda, más bien lucha contra corriente. Su mensaje no es reconocido como profético sino después de cierto número de años: cuando el péndulo oscila hacia el polo opuesto. Esto tiene que hacernos prudentes y circunspectos para con aquéllos que se autoconstituyen profetas y creen hacer actos proféticos.
En la historia de la Iglesia, los grandes profetas jamás han «jugado» a profetas. Vivían profundamente el Misterio de Cristo e insistían en el aspecto del Misterio que el pueblo tendía a olvidar. Creerse profeta pertenece a la ingenuidad o a la pretensión… Hoy, los profetas quizás se encuentren entre los contemplativos que buscan nuevas formas de contemplación, testimonios de la gratuidad, que la sociedad no puede jamás rechazar, considerándolos inútiles e improductivos.
Los profetas, hoy, se encuentran quizás entre aquéllos que creen en el Reino de Dios y comprometen su existencia entera en este Absoluto… Quizás haya que descubrirlos entre aquéllos que viven simplemente, humildemente, la virginidad como signo del Reino que tiene que venir. Son profetas de un valor que el mundo tiende a considerar como no- valor.
Una competencia de alto rendimiento
La vida de fe es comparada a una carrera de atletas en el estadio. Para realizar bien la carrera es preciso despojarse del pecado que es el obstáculo fundamental. Por otra parte, en una competición de carreras, el estadio se encuentra lleno de gente, de espectadores y quienes participan en la carrera están bajo su mirada.
Así están los cristianos bajo la mirada de mucha gente que ofrecerán la crítica o la aprobación, el aplauso o el silbido. Por tanto, el cristiano, las Comunidades Cristianas, han de actuar ejemplarmente para dejar satisfecha a la muchedumbre que los contempla.
Es necesario reflexionar para ver cómo hacemos la carrera y cómo recibimos y ofrecemos el «testigo», el relevo, de la fe cristiana. No resulta cómodo ni fácil vivir cristianamente, como no le resultó cómodo a Jeremías cumplir su misión profética.
¿Qué podemos hacer esta semana para que el fuego que vino a traer Cristo sea más «ardiente»? Llevamos una «palabra». Puede ser un versículo o una frase del texto. Tratar de tenerla en cuenta y buscar un momento cada día para recordarla y tener un tiempo de oración donde volver a conversarla con el Señor.
La vida cristiana no es un adorno que podemos llevamos externamente a lo largo de nuestros días, sino la razón imprescindible de nuestra presencia en el mundo. Es el criterio fundamental con el que debemos juzgar la autenticidad y verdad de nuestra existencia. Todo lo demás es pasajero. Jesús nos invita hoy a decidirnos por él y por su mission salvadora. El es el fuego que puede dar vida al mundo, iluminarlo y calentarlo con la presencia divina. Sin él la vida es oscuridad y frialdad de muerte. Hemos entrado en esa misión de Jesús por nuestro bautismo que ha sido de Espíritu y de fuego. En el mundo de hoy debemos hacer que el fuego de Cristo y su Espíritu sean una realidad de vida en el mundo en que vivimos.
Relación con la Eucaristía
La Iglesia es profética cuando celebra la Eucaristía, anunciando la muerte de Cristo (victoria sobre el pecado, siempre real), proclamando su resurrección (Victoria sobre la muerte que nos amenaza), esperando su retorno glorioso, contra toda esperanza humana.
Uno de los argumentos del episcopado alemán para potenciar el «Gloria» en la Misa Dominical, cuando se hizo la reforma conciliar, fue el recuerdo de la fuerza profética que tenía, para ellos, cantarlo en plena dominación nazi. Frente al «¡Heil Hitler!», la Iglesia profética cantaba «porque SOLO TU eres santo, SOLO TU Señor, SOLO TU
altísimo, Jesucristo!».
La Eucaristía celebra la victoria sobre la división y el odio; aunque pecadores y divididos, esta situación no será la definitiva. Participamos de su victoria por nuestra penitencia y disposición a seguir los caminos de Jesús sin «cansarnos y perder el ánimo».