Evangelio: san Lucas 16, 1-13: “No es posible servir a Dios y al dinero”.
El tema de la Palabra en la Liturgia de este Domingo 25 del tiempo ordinario es la responsabilidad en la administración y uso del dinero-Ante Dios somos responsables de la totalidad de nuestra vida. Cuando juzgamos que hay espacios de nuestra actividad que no tienen que ver con nuestra fe activa estamos equivocados. La dimensión política, social, laboral de nuestras responsabilidades debe estar iluminada por la Palabra de Dios.
No servir a las riquezas
El Evangelio nos muestra el peligro que tiene la riqueza y cómo fácilmente se convierte en un instrumento de poder y, y tarde o temprano, de opresión. En definitiva, la riqueza tiende a esclavizar a quien la posee, porque lo convierte en servidor de la propia riqueza. -Algunos puntos de la enseñanza de este pasaje del evangelio según San Lucas: – Primero: Lo que está en cuestión no es tener o no tener dinero, sino cómo usamos el dinero. De acuerdo con el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia, el dinero está para ser compartido con los necesitados. El dinero está para servir a causas buenas. Este es el sentido de «hacerse amigos con el dinero en las moradas eternas». -Segundo: El dinero es el signo y la expresión del trabajo humano. El trabajo humano es más importante que el dinero. Poner el dinero en primer lugar y el trabajo en segundo, en cualquier sistema económico, es deshumanizar el trabajo y corromper el verdadero sentido del dinero.-Tercero: En el fondo, la cuestión fundamental sobre el dinero es la cuestión del sentido de la vida y sobre dónde está nuestro corazón.
En el mundo sin ser del mundo
Pero el cristiano vive inserto en un mundo donde los criterios de su fe no son seguidos y, por el contrario, son quebrantados. Está en un mundo caracterizado por la violencia del más fuerte o del más astuto, un mundo como el que describe Amós en su época.
El Señor nos invita a buscar con audacia los mejores caminos, teniendo siempre como norte la obra salvadora del mundo en que vivimos y donde somos testigos de su amor por todos, en especial por los más desprotegidos. Nos habla de la responsabilidad en el manejo de los bienes ajenos para llegar a la conclusión de que, por nuestras ambiciones desmedidas, no podemos hacer del dinero un dios, ídolo falso, a quien podemos llegar a sacrificar la vida. Nos quejamos de la corrupción de los encargados de administrar los bienes de la nación. ¿Tiene esa actitud una dimensión solamente social o tiene que ver con la responsabilidad cristiana del creyente en Jesús? – La enseñanza del Señor acentúa la manera como el discípulo debe actuar en el mundo, consciente de sus responsabilidades de creyente, apelando incluso a la sagacidad en el vivir. Respecto de la riqueza (dinero, talentos, capacidades), somos simples administradores de bienes recibidos de Dios, para la perfección propia y de los demás en sus necesidades materiales y culturales.
El administrador fiel…
En la parábola de Lucas se repite por siete veces el término «administrador» o «administración», que viene a ser así la palabra clave del pasaje y del mensaje que el Señor quiere dejarme. Trato ahora de buscar en las Escrituras algunas huellas, o una luz que me ayude a entender mejor y a verificar mi vida, mi administración que el Señor me ha confiado. – En el Antiguo Testamento se encuentra varias veces esta realidad, sobre todo referida a las riquezas de los reyes o a las riquezas de las ciudades o imperios: en los libros de las Crónicas, por ejemplo, se habla de administradores del rey David y así también en los libros de Ester, Daniel y Tobías encontramos administradores de reyes y príncipes. Es una administración del todo mundana, ligada a las posesiones, al dinero, a la riqueza, al poder; o sea, ligada a una realidad negativa, como la acumulación, la usurpación, la violencia. Es, en resumen, una administración que acaba, caduca y engañosa, aun cuando se reconozca que ella sea, en cierta medida, necesaria para el desarrollo de la sociedad.
El Nuevo Testamento, al contrario, nos introduce de pronto en una dimensión diversa, más elevada, porque mira a las cosas del espíritu, del alma, cosas que no terminan, que no se cambian con el mudar de los tiempos y de las personas. San Pablo dice: «Cada uno se considere como ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se requiere en los administradores es que cada uno resulte fiel» y Pedro: «Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios». – Por tanto comprendemos que nosotros somos unos administradores de los misterios y de la gracia de Dios, a través del instrumento pobre y miserable que es nuestra misma vida; en ella nosotros estamos llamados a ser fieles y buenos. Pero este adjetivo «bueno»” es igual al que Juan usa refiriéndose al pastor, a Jesús: «kalós», a saber, bello y bueno. Y ¿por qué? Simplemente porque ofrece su vida al Padre por las ovejas. Esta es la única verdadera administración que se me confía en este mundo, para el mundo futuro.
El administrador «sagaz» – Es posible que la lectura del evangelio de este domingo nos haya causado un poco de extrañeza y malestar. Vivimos en un mundo de corrupción y nos puede quedar la sensación de que el administrador corrupto sea tratado con cierta benevolencia. No olvidemos que estamos ante una parábola y no ante un hecho histórico que lleve nombres propios. Lo importante en el texto es por tanto la lección que el Señor nos quiere dar en lo que concierne a nuestra responsabilidad y nuestro papel en la salvación del mundo. – Cuando Jesús dirige esta parábola a sus discípulos va camino de Jerusalén. No es una marcha de ángeles sino de hombres y mujeres sujetos a necesidades cotidianas: – alimentarse, alojarse, descansar. Vivimos entonces en una tensión ante dos realidades que nos tocan íntimamente en nuestra condición de habitantes del mundo en el discurrir del tiempo, y nuestra fundamental vocación a trascender la vida y llegar a Dios. Mucho discernimiento y buen juicio necesitamos para no equivocarnos en las opciones que debemos hacer: ni descuidar nuestro compromiso de construcción del mundo en que vivimos, ni olvido y negligencia ante nuestra vocación de hijos de Dios y de testigos de su presencia en el mundo. – Relación con la Eucaristía – Celebramos el gran don de Dios: la salvación que exige libertad interior. Que nada nos ate, para estar libres en los planes de Dios y sepamos compartir, como en esta mesa de hermanos.