VIDA NUEVA
Evangelio: san Mateo 2,13-15.19-23: “José, despierta al niño y a su madre y huye a Egipto”.
Por la encarnación Dios ha hecho la experiencia de ser hijo de familia. No ha querido entrar al mundo de manera misteriosa sino a través de una real vivencia de la condición humana. El Hijo de Dios que vive en el seno de la Trinidad, en relación filial respecto del Padre Dios y en unidad total con él y con el Espíritu Santo, ha querido asimismo amar y ser amado en el seno de una familia humana.
Lecciones del Evangelio
El Evangelio, por supuesto, es un relato de acontecimientos correspondientes a la niñez de Jesús con sus padres. El texto se centra en la huida de la sagrada familia a Egipto, pues Herodes buscaba al niño Jesús para matarlo. Podemos sacar algunas lecciones de este acontecimiento: – a) no debemos idealizar la vida de la sagrada familia como algo «romántico». Experimentaron la condición y los problemas de muchas de las familias actuales que deben trabajar duramente; de muchas familias oprimidas, o exiliadas por razones políticas… b) el camino de la cruz de Jesús, causado sobre todo por persecución, no comenzó con su vida pública, sino ya con su primera niñez, como lo muestra este Evangelio. Desde el inicio El fue un signo de contradicción. c) la misma cosa se aplica a María. Como madre de Jesús y asociada a su misión de salvación, María no llevó una vida segura y protegida, sino que participó todo el tiempo de la suerte de su hijo. Aunque los Evangelios son bastante silenciosos con respecto a la actividad de María, relatos como los que presenta este texto son una indicación del camino propio de María hacia la cruz.
La Familia en crisis
La Iglesia, e incluso la misma sociedad laica, está preocupada por la crisis que vive la familia hoy. Se sugieren remedios basados en las ciencias humanas de la convivencia: respeto, tolerancia, paciencia como forma de amar. Pero el remedio fundamental estará siempre en volver a la voluntad inicial de Dios. Jesús dirá un día para responder al cuestionamiento sobre el divorcio: «Al principio no fue así».
La sagrada familia de Jesús, María y José será siempre el modelo que hay que contemplar. Volver a la humilde casa de Nazaret como a una escuela donde se aprende a ser familia. Donde el hijo, a pesar de ser Dios encarnado, es hijo que se comporta como tal. Mayor amor filial hacia María y José imposible encontrar. Y María será siempre el modelo de mujer, esposa y madre, en una dimensión casera y profundamente humana. Acostumbramos a ver a María desde sus grandes prerrogativas: Maternidad divina, Virginidad perpetua, Inmaculada Concepción, Asunción gloriosa. Pero no la contemplamos como mujer humilde en su grandeza, en el servicio de la casa, en amor y unidad con José, su esposo, y con el hijo, Jesús, el Señor. Y José que lleva en sí, como varón justo que cumple la voluntad divina, la carga del hogar que le corresponde.
Realidad sagrada y religiosa
Hay en la familia una dimensión que no podemos dejar de lado: su carácter sagrado y religioso. Dios Padre confía al hombre y la mujer el don incomparable de la vida en el don de los hijos. No es una mercancía más sino la misión fundamental de la unión matrimonial. Implica por tanto una responsabilidad que va más allá de pactos y plazos limitados. Comprometerse en el matrimonio para fundar una familia es comprometerse para la vida y por toda la vida. Jesús es para siempre, más allá del tiempo y por toda la eternidad, el hijo de ese hogar.
María es la madre de Jesús, incansable y sin límite en su misión. José es para siempre el esposo de María y el hombre a quien Dios confió su hijo como a un padre. Ellos hacen parte de toda familia cristiana y aun humana. No son intrusos en el hogar sino que están allí, con una presencia que el mismo Dios les concede. Qué bueno contemplarlos en el seno del hogar y aprender de ellos a ser padre, madre e hijo, con una dimensión que descubre el plan de Dios que se va realizando a lo largo del tiempo en toda familia que asume el compromiso del proyecto salvador de Dios.
«Programa de vida» de familia
En unos tiempos en que la familia humana y cristiana es puesta en peligro incluso en su misma institución, es bueno que escuchemos lo que la Palabra bíblica nos dice acerca de ella. La Palabra de Dios nos ofrece un verdadero «Programa de vida» de familia. De la familia de Nazaret -a la que siempre nos deberíamos acercar con un infinito respeto, porque está sumergida en el misterio de Dios- no sabemos muchas cosas. Esta familia de Nazaret aparece como un modelo amable de muchas virtudes que deberían copiar las familias cristianas: la mutua acogida, la comunión perfecta, la fe en Dios, la fortaleza ante las dificultades, el cumplimiento de las leyes sociales y de la voluntad de Dios.
El programa que aparece en los textos de esta fiesta vale para las familias, para las comunidades religiosas, para las parroquias, para la humanidad entera. Nos irían bastante mejor las cosas si en verdad los hijos cuidaran de sus padres siguiendo los consejos del libro del Eclesiástico. – La fiesta de hoy no nos da soluciones técnicas para la vida familiar o social, pero nos ofrece las claves más profundas, humanas y cristianas, de esta convivencia. Habrán cambiado las condiciones sociales y el modo de relacionarse padres e hijos en comparación con las que describía el libro del Eclesiástico (carta a los Colosenses) o el mismo Pablo en su tiempo. – Ahora, por ejemplo, se tienen mucho más en cuenta los derechos de cada persona, y el papel de la mujer, como esposa y madre, es muy diferente del de hace siglos. Pero los principios y los valores principales siguen ahí: el respeto mutuo, el amor, la solidaridad, la tolerancia, la ayuda mutua.
Cuando los padres se hacen viejos…
El Eclesiástico nos traza un pequeño tratado sobre el comportamiento de los hijos para con sus padres. El marco social ha cambiado, pero la norma que él da sigue en pie: – atender a los padres, honrar padre y madre. También sigue actual para las familias y para las comunidades religiosas el detalle que el sabio del AT. apuntaba respecto a los padres ancianos, a los que ya «les flaquea la mente». Él no sabía nada del mal de Alzheimer, pero parece describirlo. Y nos invita a extremar nuestro amor a los mayores precisamente en esas circunstancias. – Es fácil tratar bien a los padres cuando son ellos los que nos ayudan a nosotros porque dependemos, hasta económicamente, de ellos. Y difícil cuando ya no se valen por sí mismos y son ellos los que dependen de nuestra ayuda. El Catecismo de la Iglesia Católica, citando precisamente el pasaje del Eclesiástico que hoy leemos, concreta el «cuarto mandamiento» recordando a los hijos sus responsabilidades para con los padres: «Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres… La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, que permanece para siempre… En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento» Este programa de vida familiar y comunitaria no es nada fácil. Y no se puede basar sólo en una filantropía humana, o en motivos de interés o de mera convivencia civilizada, sino sobre todo en la fe, en la oración, en la certeza de sabernos todos amados por Dios. – Para una vida familiar y comunitaria sólida necesitamos la fe, porque el motivo último de este amor que se nos pide es el amor que Dios nos ha mostrado en su Hijo, y que estos días se nos ha manifestado de un modo más explícito. Ya el Eclesiástico ponía como motivo fundamental del amor a los padres la mirada hacia Dios: «el que honra a su padre, cuando rece será escuchado; al que honra a su madre, el Señor le escucha».
Es interesante que los tres miembros de la familia de Nazaret son presentados a lo largo del evangelio como personas que se distinguen por su escucha de la Palabra. José, cuando despierta, cumple lo que le había dicho el ángel de parte de Dios. María contesta en su diálogo con el ángel: «hágase en mí según tu Palabra». Y Jesús afirma que debe estar en las cosas de su Padre y en toda su vida aparece siempre atento a cumplir la voluntad de Dios. – Una familia que cada Domingo acude a celebrar la Eucaristía tiene un apoyo consistente, en la escucha de la Palabra y en la comunión con Cristo como su alimento, para su camino de convivencia y de crecimiento humano y cristiano. Así es como crece más expresiva y testimonialmente como una «Iglesia doméstica» (VATICANO II)
Jesús comparte las dificultades de los emigrantes
También puede resultarnos una lección actual el episodio de la marcha de esta familia a Egipto y su vuelta a la muerte de Herodes. Jesús, con sus padres, experimenta y actualiza en sí mismo la historia del pueblo de Israel en su marcha a Egipto, en su éxodo y su vuelta a la tierra prometida. Como hacía siglos Jacob y sus hijos emigraron a Egipto huyendo del hambre, y luego sus descendientes volvieron a la patria tras un largo proceso de éxodo y peregrinación por el desierto, así ahora Jesús revive en su misma persona este éxodo solidarizándose con la historia de su pueblo. – La vida de una familia comporta a menudo momentos de tensión interna o externa, como los que leemos en el evangelio de hoy. José tuvo que decidirse a tomar a su mujer y a su hijo y huir a Egipto, con todo lo que eso supone de incomodidades de viaje y de estancia en un país extranjero, sin conocer a nadie ni hablar su lengua. Y, de nuevo, la vuelta a su patria, y la instalación en Nazaret.
No serían las únicas dificultades que pasaría esta familia. Ya se le anunció a María que una espada de dolor atravesaría su alma. Y cuando perdieron al hijo en el Templo sufrieron la angustia de la búsqueda y la incomprensión del lenguaje de Jesús. Por eso, la Familia de estas tres inefables personas nos resulta un modelo de armonía y de fidelidad a Dios tanto en los momentos de gozo como en los de dolor, incluidos los que pasaron como emigrantes o prófugos.
Una familia más santa, fruto de la Navidad
Ojalá nuestras Familias imiten esas consignas de unión y mutua acogida y tolerancia que escuchamos en las lecturas de hoy, basadas también en la referencia necesaria a Dios. Y ojalá también que miremos con ojos más amables a los inmigrantes que vienen a nuestro país buscando un modo de vida más humano.
La Familia necesita atención Para llegar a ser formadora de personas Para lograr ser educadora de la fe Para procurar ser promotora del desarrollo – Procurar el desarrollo integral humano – Armonizar los derechos propios y del prójimo – Promover el progreso creciente en todas sus dimensiones. – LA Familia necesita espíritu: – Para crecer en intimidad Para aumentar su capacidad Para acrecentar su unidad – Pureza en el amor- Comprensión en la relación – Bondad en la resolución. – La familia necesita renovación: – En sus miembros: para facilitar el diálogo. – En su espíritu: para elaborar y difundir una espiritualidad matrimonial. – En su estructura: para hacer que la familia sea una verdadera comunidad de fe, de oración y de amor.
Relación con la Eucaristía
En torno a la mesa del hogar la familia crece en unidad, renueva su vitalidad y se estrechan los lazos del conocimiento mutuo y de la fraternidad. Lo mismo sucede en y desde la Eucaristía: en ella nace y se hace la Iglesia. En la Eucaristía se celebra la experiencia de la más profunda comunión en el Señor. En la Eucaristía encontrarán nuestras familias la clave y el sentido de su ser y de su misión en el mundo.